Como os conté, pensaba vencer a la alta alta pluviosidad (?) y lanzarme a comprar una tarta de chocolate del Sainsbury’s, siguiendo una tradición iniciada el año pasado, momento en que hice, o más bien me hicieron (F. y su amiga Claire; de Claire no os he hablado, pero lo haré), una pequeña fiesta para celebrar que había terminado mi primer año del máster. El año pasado me agobié un poco con la segunda tesina, puse muchas horas y mucho esfuerzo en analizar las novelas posmodernas de Rushdie y Angela Carter y demás, y F. andaba en igual proporción admirada y preocupada por tal intensidad y entrega. Cada cierto tiempo me preguntaba cuándo terminaba e insistía en que había que celebrarlo llegado el momento, además de proponerme salir día y sí y día o no, a la piscina, a dar una vuelta o a cualquier cosa.
Volviendo la vista atrás me llama la atención que me requiriera tanto esfuerzo sólo escribir el essay, cuando este año he escrito igualmente el essay y carapantalleado muchísimas horas en mi curro freelance y sobrevivido al intento, pero en fin, está claro que el inglés mejora con el tiempo, que uno aprende la mecánica de los essay y de las clases y que determinadas personas parece que no tuviéramos medida con los trabajos intelectuales (hola, me llamo Elsinora y soy adicta a pensar e investigar), pero en fin, eso es materia para otro post.
La cosa es que el año pasado celebramos el fin del encierro con una cena a cuenta del dúo F./Claire (me deleitaron con pechugas de pollo al horno con lima y cilantro… very tasty, y una ensalada) y se me ocurrió comprar una tarta de chocolate para que también la neozelandesa y Alberto participaran de mi celebración (creo recordar que por entonces no estaba el polaco aún viviendo con nosotros). Así que yo esta vez quería mi tarta de chocolate, independientemente de que saliéramos a cenar F y yo: Alberto no se iba a sumar a la cena, pero a la tarta seguramente sí y además es una ocasión perfecta para saltarme la restricción de dulces que estoy practicando últimamente. La cosa es que a media tarde he recibido un encargo urgente de trabajo y me he puesto con él, maldiciendo mi suerte porque era un encargo complicado y amenazaba con cargarse mis planes de celebración.
Habíamos planeado una cena breve, en algún restaurante del barrio, F. y yo, para que el día en sí tuviera algún significado y no quedara todo pospuesto para el sábado. La cosa es que me entró el agobio y justo antes de ponerme el equipo antidiluvio (botas goretex, paraguas etc) le dije a F. que veía difícil lo de la cena “under the new circumstances” (un “deadline” inesperado) y demás. Me dijo que fuera como fuese tenía que cenar y cocinar y que era mi cumpleaños y que tal y cual. Le contesté que iba a comprar la tarta (qué menos que una tarta cuando cumples 35) y que a la vuelta le diría.
Me sentía bastante audaz por el hecho de salir al diluvio londinense en medio de un pico de trabajo. Ya me imaginaba yendo en pos de las espinacas de Popeye o la poción mágica de Astérix. Apreté el paso, convertida en una Indiana Jones al estilo de La Pérfida. Mi gozo en un pozo. Mucho “día más húmedo de los últimos cincuenta años” y mucha bota aislante, pero en mi zona no llovía apenas. Chispeaba. La tarde era agradable, incluso (bajo mi abrigo peludo, eso sí). En el Sainsbury’s Local al que voy no había tarta por ningún lado, ni helada, ni Comtessa ni nada que se le pareciera, salvo raciones individuales, y claro, ése no es el espíritu de una tarta de cumpleaños. No podía permitirme más excursiones en busca de la tarta perdida porque tenía trabajo esperando así que compré cuatro muffins de chocolate con avellanas y una caja de trozos de brownie y dos botellas de cocacola naranja (no era buena cosa tomar nada con alcohol teniendo una noche de curro por delante y a F. le encanta la Cocacola, la considera un “treat”, un lujo o un capricho, así que me hizo gracia la idea de brindar con Cocacola servida en una botella naranja en lugar de con champán, que por otra parte no me gusta demasiado) pensando que era una nueva edición de la cocacola de siempre (ha habido varias). Por supuesto me equivocaba. Una vez en casa comprobé que eran Cocacolas con naranja. No las he probado, pero me da un cierto repelús, la verdad. Ya os contaré. Eso sí, las botellas son muy monas.
A todo esto mi móvil inglés empezó a sonar pero se cortaba. Era alguien desde España porque se veía el prefijo 34. Pasó unas tres veces. Me dio por pensar que a lo mejor es que me había quedado sin saldo y que en el caso de que así fuera mis padres se iban a preocupar si me llamaban a casa mientras estaba cenando fuera y no cogía, y luego no contestaba en el móvil. Decidí salir a cargar el saldo. Y por supuesto en la tienda había cola y después la tarjeta de mi móvil fallaba y no se podía cargar. Cuando el pakistaní estrábico me estaba explicando que la alternativa era no sé qué del “voucher” y el número y Cristo que lo fundó, le debí poner cara de pena (porque no era para menos) y lo intentó una tercera vez, a pesar de la cola que se estaba formando detrás de mí. A la tercera funcionó, con otra misteriosa llamada entre tanto y regresé a casa con la peor disposición para afrontar un día de cumpleaños convertido en un maratón de curro. Volvía pues pensando que necesitaba hacer una parada y cenar fuera siquiera brevemente y entonces F. se ofreció a encargar un Take away para que yo no perdiera tiempo cenando fuera. Parecíamos una pareja de serie televisiva, por la falta de sincronía. Le dije que prefería salir y consideramos las ofertas cercanas: un sitio de tapas nuevo, un italiano y el indio que hay en frente y que según F. es el mejor indio del South East London, afirmación que no sé si es cierta, pero el Babour, con su decoración minimalista minimalista y su pantera en el techo de la fachada siempre está lleno.
Me decanté lógicamente por la última opción: yo elegía y F. me invitaba. Insistí en que no era necesario que pagara pero ella insistió en que estaba muy feliz de hacerlo porque no había tenido oportunidad de comprarme nada y tal y cual.
La cena estuvo muy bien (me dio una tarjeta de felicitación… ¡cómo me gusta esta costumbre inglesa de las tarjetas!) y luego tomamos algo en el pub de al lado de casa. Eso sí, yo me volví antes que F., la dejé apurando la cerveza y la noche. Me tocará levantarme muuuuy pronto mañana para terminar el curro, pero creo que era la mejor opción porque es necesario parar un poco y coger aire. No se hace adulto uno todos los días, 😉 ¿no?
(Pues eso, dejo esto publicadito ya porque mañana tocará curro y sólo curro. Sed buenos. A mí no me queda más remedio ;-))); y una nota para los más observadores, es curioso cómo cuando escribo después de hablar mucho rato en inglés me resulta imposible que no se me cuelen frases o palabras en inglés; de ahí el título mixto y cosas parecidas).