Qué cosas inventa el hombre blanco (parte I)

(y también el amarillo)

Al final Madrid es un pañuelo, de forma que accidentalmente (nunca mejor dicho) me entero de que el chino que me achuchó, que resulta ser fisioterapeuta y monitor de Pilates amén de chino, está metido en algún arte marcial de oscuro nombre que se practica en el Retiro. Y digo arte marcial de oscuro nombre porque mi fuente no está segura de su spelling; bueno ni de su spelling ni de su meaning, si a eso vamos. Se me perdonará que use palabras inglesas pero es que como traductora y lectora en inglés sigo viviendo en pleno bituinismo lingüí­stico (por aquello del “between languages”).

Llevaba algún tiempo intentando localizar a un grupo que hací­a Chi-kung (o Qi-gong, que es lo mismo) al aire libre en la zona norte de Madrid capital, en plan periodista intrépida, pero la estela era difícil de seguir, porque algunos testigos sostení­an que la cosa tení­a lugar en la Remonta y otros en el Parque del Oeste y por supuesto la Red sólo recogí­a iniciativas puntuales y caducadas Por otra parte, pese a mis lecturas e investigaciones, y una clase de prueba a la que asistí­, no conozco más que dos o tres posturas de Chi-kung, y pese a que en Inglaterra me desembaracé de gran parte de mi sentido del ridí­culo (como prima de Míster Bean no hubiera podido sobrevivir de no hacerlo así­ y además Inglaterra es un lugar perfecto para afinar tu autosentido del humor) y de que un ritmo lento parece que disimula más la ignorancia que el ritmo digamos, de una clase de step (sí­, yo era ésa que no se sabí­a los pasos y siempre iba a la derecha cuando habí­a que ir a la izquierda), el plan me apetecí­a pero tení­a que vencer una cierta resistencia inicial. La cosa es que como la versión 1 y la versión 2 se desarrollaban temprano el fin de semana y como llevamos un otoño-invierno bastante gélido lo fui posponiendo.

La noticia de que el chino que me achuchó daba clases de algo marcial chino en el Retiro parecí­a una indicación de que ya iba siendo hora de que me pusiera a ello. Decidí­ que era momento de ponerse serio y que de ese domingo no pasarí­a aunque hiciera dos grados bajo cero, como así­ era. Porque claro, una vez decidida, unos palmos de nieve no iban a impedirme poner en práctica mi plan ¿o sí­?

Palacio de Cristal
José Manuel de Laá – Pixabay

Quedaba la cuestión del atuendo y de no llevar bolso. Habí­a que llevar cosas calientes pero ligeras y por supuesto no llevar bolso, ¿porque dónde lo ibas a dejar? Querí­a llevar algo de dinero por si acaso, pero claro, las monedas harí­an ruido y romperí­an la atmósfera yin o yang del momento. Varias prendas térmicas después (sí­, ya sabes esos tejidos inteligentes que conservan el calor, cortan el viento y permiten transpirar bien, supuestamente), ya estaba lista para partir, pero tení­a un pequeño problema: sabí­a que el Falun Gong (que así­ se llama la cosa) lo practicaban en el Retiro, pero el parque es muy grande; así­ que una vez entré en el helado recinto, pregunté a uno de un puesto de chucherí­as. Me dijo que los chinos esos de las cosas raras practicaban en dos lugares, detrás del Palacio de Cristal y detrás de la Casa de Vacas. Consideré que lo primero sonaba más oriental-chino (y lo segundo más oriental-indio) y que además sabí­a llegar sin preguntar (cosa nada baladí­; para mí­ el Retiro más allá del estanque grande y la entrada de la Puerta de Alcalá es como una jungla ignota: hace unos años me perdí­ en plena Feria del libro; en mi descargo diré que se hizo de noche y era difícil reconocer) y me fui para allí­, tratando de no resbalar sobre las capas de hielo que llenaban ciertas partes de los paseos.

Por algún motivo aquel dí­a el Retiro estaba lleno de franceses, familias, grupitos de jóvenes, franceses por todas partes, la mayor parte con cámaras de fotos.

Paseo del Retiro
Nimuskis – Pixabay

Sea como fuere, en uno de los lados del Palacio de Cristal localicé a cuatro locos con ropas amplias que empezaron a hacer movimientos chinos. Tres de ellos llevaban atuendos coloristas chinos y sólo uno, el más alto, iba en plan occidental. Empezaron a hacer unas posturas con mucho movimiento, lento y armónico, pero bastante amplio. Me los quedé mirando desde mi atalaya resbaladiza, sin saber muy bien qué hacer. Me habí­a imaginado un grupo algo más grande, y en el que hubiera otros principiantes entre los que pasar inadvertida, pero esto parecí­a más bien como si cuatro amiguetes se hubieran reunido a hacer esto y no como un grupo más o menos organizado. Ahí­ estaban junto a un árbol, en una zona en la que habí­a menos nieve, en un dí­a en el que hací­a un frí­o punzante. Me quedé mirándoles discretamente un rato y después al estar segura de que el chino que me achuchó no estaba entre ellos, y que por tanto quizá ninguno de ellos fuera el instructor voluntario y las consideraciones del frí­o y que no tení­a ni idea de esos movimientos, decidí­ darme una vueltecita.

El estanque frente al Palacio de Cristal no estaba helado, pero sí­ tení­a una capa de hielo a la deriva sobre la que unos patos caminaban tranquilamente dando lugar a una escena que nos interesó vivamente y por igual a mí­, a varios franceses, y a unos cuantos niños.

Estanque del Retiro
Sergio Casillas – Pixabay

El Retiro estaba precioso, habí­a que reconocerlo, lástima que no hubiera traí­do la cámara de fotos pero claro necesitaba tener las manos libres para hacer mis movimientos de Falun Gong. Saqué el móvil extraplano de un bolsillo de mi anorak térmico para sacar una foto de los patos y demás, pero no me quedé nada contenta con el resultado, que por la escasa luz parecí­a un churro y me vino a la cabeza un cierto parentesco entre el andar algo torpe de los patos (se dice “parece un pato mareado; se mueve como un pato… etc) y mi previsible versión de los movimientos de Falun Gong.

La cuestión es que seguí­ paseando por el Retiro con bastante precaución y una hora después me fui.

La semana siguiente descubrirí­a…

Continúa aquí

Adivina dónde está Wallysinora

Ayer estuve trasteando con la cámara de fotos y con mis archivos y se me ocurrió una idea. He elegido una foto peculiar que hice no hace mucho y lo que me propongo es poner vuestra mente a pensar un poco en la línea de los comics de “¿Dónde está Wally?”. En la modalidad “¿Dónde está Wallysinora?” (que quizá sea una serie, ya veremos) más que localizar a un personaje hay que localizar un elemento inanimado de la foto.

Aquí­ os dejo con esta cúpula metálica y estas nubes algodonosas en un lugar rodeado de vegetación. La pista es que pertenece o a Londres o a Madrid y que en este lugar confluyen naturaleza y exposiciones temporales. ¿Será, quizá, un rincón de Kew Gardens? ¿El Retiro?

Hagan sus apuestas, señores.

© 2015-2005; Elsinora Bonasera.
Puede usar este artí­culo para actividades sin ánimo de lucro, siempre que cite la procedencia y se incluya link al lugar de origen.

Una de miedo o nuestras amigas las arañas

Tras semanas de fresco y lluvia el sol ha vuelto a Londres. Lo de llevar jersey y paraguas en julio se acepta de manera distinta en función de la nacionalidad y la especie: lo que para los humanos nativos de la Pérfida es una molestia fácilmente soportable, para los latinos infiltrados es algo más difícil de llevar. Por su parte, los insectos y otros invertebrados consultados se mostraron bastante contentos con esta climatología sombrí­a: se refugiaron durante la lluvia, pero tenían comida fresca esperándoles en las plantas y flores circundantes. Las nudistas babosas salían a pasear con frecuencia acompañadas de sus formales primos los caracoles. Las moscas, mosquitos y avispas se dejaban ver poco, pero mentirí­a si dijera que los echaba de menos. Dentro del ámbito de los vertebrados locales, los pájaros estaban contentos en sus árboles bien regados, y también las ardillas. Y en cuanto a mí­, en fin, como mamí­fera bípeda racional que soy tení­a otro tipo de problemas que no vienen al caso.

Lluvia en el suelo

La cuestión es que alentada por la vuelta del tiempo primaveral (en mayo tuvimos treinta grados varios días) y sin reparar mucho en ese mundo paralelo de invertebrados del jardín inglés, hoy martes he decidido recuperar mi costumbre de comer en el jardín frontal, por aquello de que el sol es muy bueno y que la naturaleza relaja y que el biorritmo y que si estas paradas van bien contra el estrés, ilusa de mí­.

La primera decepción fue comprobar que no es lo mismo comer en un jardí­n que comer en una selva: lo que algún dí­a fue un bonito césped, a fuerza de no cortarlo se ha convertido en una realidad verde inescrutable. El césped espeso oculta todo tipo de seres arrastrantes y voladores y a la hora de sentarte o tumbarte no sabes tampoco si habrá piedras o caracoles bajo el lecho verde. A estas alturas espero que haya quedado claro que comer sobre una selva no es una experiencia relajante.

mariquita

La combinación de lluvia en dí­as anteriores y sol después es explosiva: los insectos tienen flores, frutos y todo lo que quieran y el sol les activa la melatonina como a los humanos. Gritan “¡fiesta, fiesta!” (en La Pérfida, “party, party”) y se engalan patas y aguijones. “He visto dos brazos al aire por all픝, dice una avispa, con voz excitada. “Y yo dos piernas”, le contesta la araña. “Me pido el cuello”, dice un mosquito zumbón, cual politicus vulgaris. ¡Party, party! Dicen al uní­sono los insectos del jardí­n.

Mientras tanto, ignorante aún de que soy la comida tan apetecida por estos bichejos, descarto la opción silla de plástico porque la bandeja es muy aparatosa (qué habrá hecho F. con la otra, me digo), y me decido por la opción manta-doble-sobre-el-césped. Imaginaos mi momento de relax: tendida sobre una manta, sosteniendo la bandeja sobre el regazo con el pollo al horno y la ensalada y rodeada de abejas, avispas y arañas. Suena muy relajante, ¿a que sí?

Abeja sobre polen

Mujer de recursos, y conocedora de la importancia de la respiración diafragmática para relajarse, lo he llevado bastante bien: cuando tras esquivar un par de avispas y un bicho del mismo verde que el césped y múltiples patas, al descubrir una araña sobre una pierna sólo he proferido una palabrota en español y en voz baja y (habí­a una niña cerca y no es plan que me acusen de mala influencia estos ingleses puritanos) y con toda frialdad he posado la bandeja a un lado y he mandado a la araña a Burgos con la ayuda del mango del cuchillo. Que el cuchillo decidiera acompañar a la araña se debe a un error de cálculo (o a las ganas de viajar del cuchillo) y no a un miedo incontrolable, quede claro. Sólo porque fuera la primera vez que viera ese tipo de araña cabezona no significa que estuviera acongojada, las arañas son nuestras amigas, ¿no?

Por supuesto, el café me lo he tomado “indoors”, considerando que habí­a tenido bastante Abeja Maya en versión 3D por el momento y que rodearse de insectos sanguinarios no es lo ideal para desconectar del estrés de la tesis. Aunque tras tanta aventura creo que lo suyo hubiera sido prepararse una tila.