Un mar de fueguitos

“Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.

A la vuelta, contó. Dijo que habí­a contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

El mundo es eso -reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.

Fragmento titulado El mundo de “El libro de los abrazos” de Eduardo Galeano; pag 1. Siglo XXI Editores en coedición con Ediciones del Chanchito. 2009, Madrid/México D.F./Buenos Aires/Montevideo. Edición ilustrada por el propio autor.

Literatura y blog: Corazón partí­o

Estos días publico con poca frecuencia no tanto por falta de tiempo o por exceso de carapantallismo sino porque el concurso de cuentos Javier de Mier es inminente (el día 20; todavía estás a tiempo; ¡anímate!) y algunas ideas que se me ocurren podrían desarrollarse en forma de post o en forma de cuento y en caso de duda las dejo reposar, porque el blog no precisa atenerse a una fecha, pero el concurso sí.

Muchas de esas ideas probablemente no se convertirán ni en cuento ni en blog, pero de momento me parece importante crear un espacio entre la inspiración y la expresión/creación para ver cómo respira esa inspiración y en qué quiere convertirse cuando sea mayor, si quiere más a mamá-literatura o a papá-blog o al tito proyecto X, si tiende a 0 o a infinito, si se esponja y sube como una novela o si se vuelve fibroso y compacto como un relato o un haiku. Y en fin, soy consciente de que en mi caso la vía del blog tiende a quitarle gas a la vía literaria, porque llevar una bitácora es como perseguir liebres con una Polaroid: con frecuencia regresas con una imagen curiosa, original y fresca, pero a menudo también te pierdes el contexto de la cosa, los matices, y su complejidad porque ya se sabe que una instantánea deja muchas cosas fuera.

Ahora que lo pienso, esta técnica de dejar un espacio entre estí­mulo y respuesta es la misma que se aplica en Técnica Alexander (mediante la inhibición, las órdenes, y el control primario), o en las teorías de Eckhart Tolle enunciadas en El poder del ahora (buscando el silencio, reparando en el espacio, centrándote en el presente y en la presencia; suena muy místico pero en realidad es bastante sensato e intuitivo) o incluso en Pilates, en plan mucho más fisiológico, permitiendo que haya espacio entre vértebra y vértebra y permitiéndote aislar el músculo o músculos implicados en un determinado movimiento. Y en los tres casos, en definitiva, ese evitar dejarse llevar por el impulso consigue afinar la percepción en sentido amplio y mejorar la comunicación con uno mismo, tras limpiar esa especie de gafas sucias por las que nos hemos acostumbrado a mirar y que nos llevan a no repartir el peso del cuerpo convenientemente o tensarnos, preocuparnos por cosas que realmente no importan o que todavía no han ocurrido y a desconectarnos de nuestros músculos y articulaciones y nuestra respiración.

Así que, aunque en la Biblia de todo bloguero la impulsividad es uno de los mandamientos básicos, a veces está bien salirse del guión y descubrir a dónde le podría llevar ese impulso si se lo deja en una especie de cuarentena, simplemente en observación y sin juzgarlo, como se hace en las tormentas de ideas. Seguir un buen rato a la liebre sin hacer ruido y sin hacer ninguna foto e ir dejándose empapar por lo que uno se encuentre antes de ponerle colores a la sensación o a la experiencia o antes de decidir quién es el protagonista de la historia.

El abismo entre las cifras y las letras

Disección de una novela incompleta desde fuera hacia adentro. La primera capa, llamada “menú contextual”, dice: Tamaño: 1, 67 MB; y el documento Word tiene 448 páginas (so far); el recuento de huesos y vísceras arroja diez mil líneas y ciento diez mil palabras. El tiempo de edición, si hemos de creer al dispositivo, señala 10.287 minutos.

En realidad, el documento existe desde hace cinco meses, pero lógicamente durante ese tiempo no me he limitado a editar ese documento, por no mencionar las veces que el documento ha estado abierto sin que yo trabajase en él.

Revisando un manuscrito
Lorenzo Cafaro – Pixabay

El documento en cuestión es una novela traducida al español, a la que sólo le faltan 32 páginas para estar concluida. La distancia entre esa cifra fría de 1,67 megas y todo lo que esconde de trabajo, aprendizaje y experiencias resulta abismal. También lo es el salto entre esas 1,67 megas y el resultado final: una novela completa (cuando lo esté), traducida del inglés, con sus logros y sus errores.

Aún más extraño resulta pensar en las propias cifras de la autora del texto original, su número de líneas y de palabras y su estadística de horas, contrastadas o comparadas con el resultado final.

Pelota de cuero
Free-Photos – Pixabay

Consultar esos datos en busca de la esencia del proceso es como jugar al frontón contra una pared que te devuelve la pelota siempre, pero de forma sorda y opaca, sin darte la oportunidad de averiguar en qué lugar preciso golpeó tu disparo, de qué estaba hecha la superficie golpeada y de qué forma exactamente le afectó el impacto (y probablemente lo más importante: cuál es el secreto para que las pelotas sigan alcanzando el objetivo).

Sin embargo, la relación entre el original y el texto traducido me resulta menos extraña. Ambos textos tienen un claro parentesco, un cierto aire de familia. Son novelas primas, de las que comparten el maquillaje o la crema hidratante. O quizá una es la madre y otra la hija.

Supongo que si yo fuera la autora del original y entrase en contacto con la traducción seguramente la relación no me resultara tan natural. Sería un poco como descubrir una hija postiza, o una prima extranjera que no sabías que existiera. La recién llegada podría convertirse en alguien querido o bien en un intruso molesto.

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Nota. Para los que sean de letras-letras y no controlen mucho de Word he aquí la siguiente chuleta de ayuda.
Para contar palabras, caracteres o líneas: elegir Menú Herramientas-Contar palabras.
Para ver datos y estadísticas sobre un documento concreto: seleccionar Menú Archivo-Propiedades.

El oficio más antiguo del mundo y la vergüenza torera

El oficio más antiguo del mundo, no os engañéis, no es el de prostituta, sino el de vendedor de humo, en su versión chamán, brujo, encantador de serpientes o en términos más contemporáneos, mediador cultural.
Ando un tanto cabizbunda y meditabaja, por tomarlo con humor, con el tema de la cultura en España, especialmente en lo relativo a la literatura. Ya no es sólo que los premios grandes estén pactados, que se publiquen textos infames a sabiendas, que algunos listillos exploten las ilusiones de escritores ingenuos, que muchos escritores se tomen a guasa el trabajo de los demás, porque a ellos les basta ser quienes son (animales mediáticos, hijos de, amigos del jurado) para publicar y que sistemáticamente la calidad literaria sea relegada por unos y por otros; lo peor, me parece a mí, es la falta de honestidad del sistema y de las personas involucradas. Lo bien que -parece- duermen por la noche.

Eso sí, cuando de repente en el ámbito de la industria de las letras das con alguien “incontaminado”, amable, directo y mínimamente receptivo te haces cruces. Pero en fin eso pasa cada muchas centurias.

En este contexto, la noticia del escándalo suscitado por la entrega de la medalla de oro del Ministerio de Cultura al torero Fran Rivera me ha hecho reflexionar sobre el margen de maniobra de los implicados. Para quien no lo sepa, resumiré el caso: los toreros Paco Camino y José Tomás han devuelto sus medallas de oro de la Cultura junto con una carta en la que manifiestan que darle el premio al torero mediático es una vergüenza.

Fran Rivera procede de una familia importante y con relaciones, dentro y fuera del toreo, pero como matador según los entendidos no es de los mejores, además de ser bastante joven aún. Ciertamente no es elegante devolver el premio que te dio un jurado al que respetabas lo bastante como para aceptar el premio en ese momento, pero por otra parte lo veo bastante profiláctico: el año que viene, el jurado se lo pensará más antes de caer en la tentación de dejarse arrastrar por el enchufismo, las razones extra artísticas etc etc.

Si buscamos el paralelismo con los premios literarios o de pintura resulta inconcebible imaginar a un figura de la pluma o del pincel devolviendo su premio “sólo” porque el último galardonado es un impresentable, sólo escribe churros, entrega manuscritos llenos de faltas de ortografía, no sabe lo que es un narrador en tercera persona o escribe diálogos acartonados.

En fin, que una inyección de vergüenza torera no nos vendría mal a los del mundillo literario y artístico, especialmente a los consagrados.

Cómo reconocer a un bloguero

El bloguero o la bloguera van a todas partes con un cuaderno real o imaginario y van tomando notas de las cosas más tontas. También suelen llevar una cámara, o un teléfono con cámara. Intentan estar al día de lo que se publica en la prensa y en otros blogs y sites. El resto de la humanidad cena y ve la tele, él/ella no, él/ella cena, ve la tele y piensa qué parte de lo que está viendo dará para un post con miga o al menos divertido.

La gente tiene amigos y vecinos, el blogger tiene personajes o lectores. El blogger está muy interesado en ver cómo otros bloggers enfocan las cosas de las que él habla. El blogger habitualmente es alguien pelín compulsivo en general y con la comunicación y las tecnologías en particular (incluso aunque su dominio de la informática sea muy limitado, se apañará para aprender lo que necesita). Es de los que saca fotos compulsivamente, o escribe emails igual o se tira horas al teléfono o con el Whatsapp.

Cuando se le ocurre algo no puede esperar, lo tiene que escribir, lo tiene que contar, lo tiene que plasmar en una foto. No cree mucho en el mañana, sino en el ahora mismo. Es impaciente y curioso por naturaleza. Tiene sus propias ideas sobre qué es un buen título, qué es un texto divertido y qué es tener algo que contar, ideas que con frecuencia sólo comparte el cuello de su camisa. El blogger habitualmente ha estado enganchado a un blog como lector y tiene su vena voyeur y su vena exhibicionista.

Por más que sus intereses sean misceláneos, el autor de una bitácora suele tener un estilo definido que le produce un cierto confort pero a la vez le encierra, le encorseta. Dice que no le importan las visitas, pero como tenga acceso a un contador lo mira con frecuencia y por supuesto saca sus conclusiones sobre qué cosas son más leídas y cuáles menos. Aborrece el spam con toda su alma, por dos motivos, porque le invade su bandeja de entrada y porque le usurpa el sitio a un comentario de verdad, que es lo que él busca (comentarios, mi tesoro). En el resto de facetas de su vida puede ser más o menos perfeccionista, pero en lo que se refiere al blog ha aparcado este alto estándar de exigencia para sobrevivir: un artículo diario difícilmente va a ser estupendo. Aunque no quiera, tiende a imaginarse cómo son sus lectores basándose en comentarios esporádicos y aunque no quiera, estos lectores de perfil imaginario y los amigos que sabe que le leen influyen en lo que escribe y en cómo lo escribe, en una reinterpretación muy peculiar del lector implícito.

El blogger puede haber sido alguien que siempre ha querido ser escritor o periodista, o que incluso lo ha sido. El blogger no sabe cómo ha podido vivir sin ADSL, wireless y tarifa plana tanto tiempo. Es la reencarnación del tipo del chiste de Claudia Schiffer: ése en que cuando ésta se le ofrece corre a contárselo a sus amigos en lugar de rematar. El blogger hace lo mismo: si le pasa algo muy bueno o muy malo, en lugar de disfrutarlo o buscar la manera de salir de ello se entretiene en imaginar cómo lo va a contar al día siguiente.

El tiempo transcurre de una forma muy peculiar para el blogger. No es sólo que tenga que postear compulsivamente, sino que la mañana en el trabajo se le hace eterna hasta que tiene un hueco para mirar si ha recibido algún comentario. El blogger es un tertuliano nato, un hombre del Renacimiento o al menos se lo cree: le interesa la actualidad, la fotografía, el diseño, los viajes… Moja en todas las salsas en su blog y en los ajenos. Y es curioso porque con frecuencia odia a los tertulianos de la tele que hablan sin saber de lo que hablan. Pero es que él sí sabe de lo que habla, ¡su trabajo le cuesta estar al día!

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