Estado de gracia

A veces parece que un@ flotara sin ningún esfuerzo sobre las cosas y que un cierto aire cálido lo elevara sobre la lí­nea del horizonte.
A mí desde los tiempos del colegio la primavera me descentra intelectualmente y me estimula para todo lo demás y puede que este estado de gracia de dos minutos y tres centésimas que experimento ahora mismo y que va acabándose mientras lo cuento sea simplemente una mutación de ese estí­mulo “para todo lo demás”, derivada de que esta primavera en la capital de la Pérfida está siendo un poco un simulacro de tal. Se creen que a base de repetirlo nos vamos a creer que el tiempo es realmente “fine”, que quince grados de máxima, que “lovely sunny day” y demás cantos de sirena radiofónica, pero a ver desde cuándo con quince grados uno siente fresco a pesar del jersey y la cazadora.
Este estado de gracia que supongo muy breve se ha presentado tras un par de dí­as en la zona gris, así­ que más que estado de gracia el post se debería llamar equilibrio inestable, supongo, pero bastantes malas noticias hay ya circulando por el mundo para estropear este momento blanco y leve y cálido en que lo bueno parece estar al alcance de la mano como las frambuesas en mi jardí­n en cuanto el sol aparezca de verdad y los dí­as sean soleados de veras.
(El último recuerdo que tengo de una sensación como ésta data de cuando gané un premio literario, hace unos cuantos años. No creo que esta vez tenga nada que ver con el vale por un kilo de brócoli congelado que me tocó en el Sainsburys hace unas semanas y que al final se me ha caducado sin hacerlo efectivo…).

Erika Ortiz o la distancia de las preguntas

El otro día supe por mi madre lo de Erika Ortiz. La noticia de su suicidio me ha afectado por tres razones. La primera es que la conocía, aunque indirectamente, ya que era compañera de facultad de mi hermano y se trataron bastante (mi hermano ya advertía que la chavala andaba bastante perdida, por cierto). El segundo motivo es que su hermana es de mi edad y estudió en mi promoción y que antes de eso había estado matriculada en mi instituto. La tercera razón es que llevo una temporada en la que este tipo de cosas son relativamente frecuentes en mi entorno. No me refiero al suicidio, sino a la muerte. Supongo que un tema así a algunos no les parecerá apropiado para un blog (“mal rollo”, “quita, quita” etc). La vida es compleja y creo que una bitácora debería intentar reflejar todos sus matices, no sólo los festivos. En lo que de mí dependa, no quiero colaborar a crear representaciones de la vida de cartón piedra, como se empeñan en hacer los medios.

Acelerador de partículas
Por otra parte, cuando uno decide irse a vivir fuera y especialmente a mi edad lo hace en parte como una forma de madurar: salir de tu entorno supone introducirte en un acelerador de partículas o de procesos. Vivir en La Pérfida me ha comprado un billete exprés de ida hacia la edad adulta. La cosa es que no venden billetes de vuelta, por más que a uno le gustara contar con una red para su vértigo. No es posible y probablemente sea mejor así. ¿Pero qué es ser adulto? ¿A qué se parece ese lugar mental en el que me estoy instalando? Contrariamente a lo que uno intuye de pequeño o de joven, ser adulto no es tener las respuestas, sino más bien tener la responsabilidad de responder.
Supongo que se trata de eso: la distancia entre las preguntas y el adulto es mínima, mientras que los adolescentes suelen contar con un intermediario (escuela, figuras a las que admiran, padres, amigos, los medios de comunicación) o bien les parece que no les corresponde a ellos responder, no de forma urgente. El vector entre ellos y las preguntas se difumina. Las distancias se agrandan.

Madurez y electricidad
Como adulta, me parece que la felicidad o infelicidad de los que me rodea me apela a mí directa o indirectamente. No se trata de que yo tenga que hacerles felices –¡aunque ya me gustaría que estuviera en mi mano!- sino más bien de que siento que desentrañar la naturaleza y trazado de esas fibras misteriosas, de esas conexiones intrincadas y complejas que terminarán encendiendo o apagando el circuito, es mi responsabilidad. Y es un conocimiento encaminado a la acción, además.

Constelaciones
Otra razón por la que me ha afectado esta noticia sobre Erika son los casos de depresión o desánimo de mi entorno inmediato. La psicología y las motivaciones de cada quien siempre han sido un misterio para mí. Cada persona encierra una constelación de elementos dentro de sí y la interacción entre esos elementos es compleja y con frecuencia imprevisible. La literatura (de ficción y la clínica), el cine y la biografía de cada uno está llena de ejemplos. Me molesta mucho la actitud de quienes creen que su experiencia es la norma universal y que como a él o a ella les va bien en general, la única razón de los problemas de los demás radica en su propia debilidad. (De igual manera que quienes dan lecciones sobre cómo dejaron de fumar considerando que todos funcionamos igual, pero en fin).

Tengan cuidado ahí fuera
Vivir fuera te vuelve más pragmático y más lleno de iniciativa (self starter, dicen por aquí) pero también más respetuoso con los bajones y debilidades de los demás, porque descubres que el mundo exterior, el mundo desprovisto de la “corteza” de familia, amigos y contexto conocido puede ser muy hostil. Somos un conglomerado tal de química y entorno social, de educación y actos repetidos que a veces un@ tiene la sensación de que un simple desequilibrio hormonal sumado a una mala racha te puede dejar sumid@ en un entontecimiento obsesivo o en una apatía plegada sobre sí misma de los que te puede resultar muy difícil salir. Los planetas de la constelación que somos a veces entran en un bucle.

Circuitos multideterminados
Un profesor de mi facultad –que probablemente diera clase también a Letizia Ortiz-, algo cargante pero bastante culto (creía poseer las respuestas de todas las preguntas: amén de cargante, un iluminado), y que curiosamente estudió en Inglaterra como yo, decía que lo psicológico está multideterminado, es decir que ningún acto extremo obedece a un solo factor. De manera que la cuestión es trabajar en los factores que dependan de uno para que los que parecen escapar a nuestro control no sean suficientes. A por ellos, que son pocos y cobardes.

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Dedico este post a Vicenzo Andolini, mi hermano menor -que no pequeño ;-)-, y a Pilar. Al primero, porque conoció a Erika y a la segunda porque este artículo le tocó una fibra.

Tensión superficial

La cuestión curiosa fue que estos meses de búsqueda de trabajo estaban siendo bastante infructuosos hasta que una tarde tropecé con el cartel de “Se necesita personal” en Pizza Pianeta. Fue como si entrando en aquel lugar rompiera el velo que me había separado del mundo laboral inglés hasta entonces, como un insecto que recibe el impulso necesario para romper la tensión superficial del agua y sumergirse en ella. Pero en este caso, es como si el insecto hubiera tenido la posibilidad de hacerlo pero en el fondo no se lo hubiera creído o no lo hubiera intentado del todo.

Insecto sobre el agua
Tensión superficial; foto de Brennan Emerson – Pixabay

La mosca Elsinora no batía las alas a plena potencia. El caso es que una vez me interesé por lo de las pizzas empecé a recibir respuestas favorables de posibles trabajos. De un colegio de Notting Hill donde necesitaban una hablante nativa de español (el anuncio lo vi en Gumtree), de una madre cuya hija aprendía español y estaba interesada en mis clases particulares (puse un cartel en mi facultad, esta era la 5 o 6 tanda y sólo entonces alguien empezó a llamar) y también de una cadena de librerías llamada Borders (mandé CV tras ver vacante en su website; comento las circunstancias por si sirve de ayuda).

La de Borders precisamente fue mi primera entrevista de trabajo en Inglaterra. Digo la primera entrevista porque las conversaciones y contactos con la gente de Pizza Pianeta aunque funcionalmente se parezcan mucho a una entrevista no los considero tales. En fin, el caso es que me presenté en Kingston (un distrito de Londres que es un pueblo fundado en el siglo XV, cerca de Wimbledon) para mi entrevista. Era un día de mucho calor, pero yo llevaba mi chaqueta de ejecutiva, mi camisa de manga larga y mis zapatos de ante, los únicos que tengo de vestir. Estos meses de buscar trabajo y leer consejos sobre entrevistas y demás me habían hecho tener claro que la presencia era muy importante, así que yo cumplía los requisitos, pero estaba asada. El caso es que la entrevista fue muy bien. Contesté lo que se esperaba de mí y sólo le hice repetir al Manager una pregunta (lo cierto es el tipo vocalizaba muy poco y hablaba muy bajo). Mi acento no era perfecto. Pero yo contestaba rápido, el tipo me entendía y la conversación era fluida.

Libros
Mohamed Hassan – Pixabay

Como la vida es como es, este trabajo era de 30 horas, en un lugar a hora y pico de mi casa, contrato temporal hasta Navidad y teniendo que rotar turnos. No pregunté cuántas libras la hora, pero será en torno a las 5 o 6, así que en realidad podemos decir que la buena noticia es más bien que me llamaran y que me manejara bien en la entrevista, aunque la vacante concretamente no me conviene demasiado (tres horas de trayecto diario, correturnos, y largas jornadas difíciles de compatibilizar con el Master). El ambiente me gustó, la gente era muy agradable.

El cuarto común estaba forrado de fotos de los empleados en fiestas, sonriendo en bares y demás. Lo comparaba mentalmente con las mochilas tiradas en el suelo de Pianeta o con las cosas colgadas de clavos de la pared y no había color. Lo que pasa que una cosa está a 20 minutos de mi casa y otra a hora y media. En fin, veremos qué pasa. Me dicen algo el miércoles.

De tribus y jaulas

Antes, en el avión, una pareja española de veintipocos años junto a la que me senté hablaba de lo divino y lo humano con un tono que me pareció propio de quien está por encima del bien y del mal. Tanto el chico como la chica apoyaban sus no-argumentos en una bien nutrida colección de clichés y hablaban con un acento que me sonó barriobajero, pero que quizá no fuera tal. Supuse que lo que ocurría era que durante estos meses el español almacenado en mi memoria se habí­a neutralizado de alguna manera (por hablarlo poco aquí y con personas de distintos acentos y procedencias) y que las desviaciones (un poco de argot, un deje marcadamente madrileño o de una cierta región o grupo de edad) me producí­an extrañeza y rechazo. Rechazo curioso, ya que cuando estoy en España utilizo mucho argot y giros o palabras de tal o cual región porque me parecen muy expresivos o simplemente porque se me pegan. Sin embargo, esta vez me pareció que quienes proferían toda aquella palabrerí­a precocinada, sin saberlo, viví­an encerrados en una jaula muy pequeña cuyos barrotes dorados les gustaba exhibir. Una jaula que no te deja acercarte al mundo con otras palabras que no sean las que te han tocado en suerte en función del lugar donde has nacido, los años que tienes y tu nivel socioeconémico. Una suerte de miopía estilo “País de las Tentaciones”, aquel suplemento para jóvenes “cool” que sacó “El País” hace unos años. Este es nuestro mundo y de aquí­ no salimos. Tampoco pretendas entrar si no eres del club.
(Continuará).

Las palabras y las cosas

Una ducha de estímulos que se perciben siempre en presente, porque la línea con el pasado y con el futuro también se ha roto, digamos que el presente ha absorbido ambos.

Yo estaba pensando en los cuentos de Robert Coover, concretamente en su volumen titulado “El hurgón mágico”. Ese libro es justo eso, el destello genial de una escena llena de amarillos (un cuadro fauve, digamos), que te arrastra a una emoción intensa y sin base racional. Pero después sigues leyendo y todo se vuelve tan gratuito que defrauda. Una gratuidad consciente y voluntaria. El autor posmoderno dice: Oye, este mundo es un caos y lo que nos queda es el presente y lo que percibimos. Oye –sigue diciendo- los signos están vagando por ahí, míralos, son bonitos, huelen bien, apestan, se mueven, son espantosos, son atronadores, son una lluvia, son un torrente, son rojos, caen por litros, abrasan tu cara, golpean en tu espalda, te suben por los aires y, mientras tanto, tu sustrato sensorial de lector y de sujeto no puede dejar de percibirlos, no puedes dejar de experimentar esa corriente eléctrica a lo largo de tus terminaciones nerviosas como una estimulante ducha fría antes de tirarte a la piscina de agua caliente. Pero tu ducha fría tiene un sentido: lavarte antes de meterte en la piscina o espabilarte para algo en concreto y, sin embargo, estos autores deciden que escribir consiste en construir una ensalada de estímulos tipo LSD para explicar que el mundo no tiene sentido, que Dios ha muerto, que las palabras no se refieren a las cosas, que añoramos las cosas pero sólo tenemos acceso a las palabras o repetir muchas veces “chupé la segunda piedra del bolsillo derecho de mi gabardina y la pasé a la parte izquierda del bolsillo izquierdo de mi pantalón temeroso de haber equivocado el orden y estar chupando por segunda vez la piedra número uno, pero si por error chupara por tercera vez la quinta piedra de mis dieciséis piedras-para-chupar eso sería espantoso” (traduzco de memoria y en plan bastante libre -aplicando el modelo traducción-paráfrasis tan atacado y tan defendido a lo largo de la historia- lo que recuerdo de la versión inglesa, co-traducida por el propio autor. La primera versión de la Trilogía, que incluye “Molloy”, “Malone muere” y “El innombrable”, fue escrita y publicada en francés; uso la paráfrasis y cuarto y mitad de mala leche, lo reconozco, pero es que leer una anti-novela en inglés contra el reloj tiene tela porque el lenguaje roto no ayuda nada a un lector extranjero… vamos que te hacen pagar a ti los “platos” rotos) como hace Samuel Beckett en “Molloy”. Pero eso fue lectura de la semana siguiente y no sería justo despachar a Don Samuel Beckett de esta manera. See you later.