Las edades del hombre de libros (II)

Procedo de un medio universitario y pese a que mi relación con el mundo de la cultura es básicamente académica (aunque no filológica) o precisamente por ello, siempre he valorado mucho la parte vital del fenómeno literatura o escritura. Me gusta la gente entusiasta, los lectores que hablan de algunos textos con los ojos brillantes y sobre todo me gusta salirme de mi círculo y oír opiniones distintas, emitidas por personas que vienen de otros ámbitos. Si hay que elegir entre la escritura o la vida, prefiero la vida. Y la erudición y la intertextualidad acaban cansando. La pregunta a la que llego tras combinar de distintas maneras el par literatura/vida es ¿puede un buen lector ser autodidacta? ¿y un escritor? ¿Hay algo llamado inteligencia natural? ¿hasta dónde le puede llevar a un@ semejante carga genética?
Me parece que no muy lejos, a no ser que se tengan muchas ayudas y ecuanimidad de serie. Me explico. A la altura del año 2006, con siglos de tradición a la espalda, una persona que desconozca a los clásicos de ayer y de hoy y a gran parte de los contemporáneos se arriesga a reproducir sin saberlo estilos largamente superados, admirar parcelas claramente caducadas, ser un integrista de los cuatro autores más o menos peregrinos o más o menos mainstream que han caído en sus manos, considerar que el idioma materno y el poquito de inglés o de francés que sabe le dan la autoridad suficiente para hablar de la literatura universal con conocimiento de causa y declarar de forma triunfante cosas tan peregrinas como la superioridad incontestable de los poetas que escriben en español, por ejemplo, sin reparar en cuanto de lingüístico y de cultural hay en tal afirmación (un poema escrito en tu lengua materna estimula zonas de tu cerebro que uno escrito en otro idioma, por familiar que te sea, no podrá estimular nunca; lo cual no quiere decir que no lo puedas disfrutar, pero serán siempre amores distintos, como decía Gila). Primera nota: el lector “buen salvaje” desconoce sutilezas como los factores de la recepción. Es incapaz de visualizarse desde fuera: para él el mundo es lo que él ve. No se pregunta hasta dónde le limita (o le perfila) su lugar de nacimiento, su idioma, su formación, su género, su edad. Tampoco es consciente de lo que los espejos culturales dejan fuera: con leer tres suplementos de libros de USA considera que está al tanto de la poesía mundial escrita en inglés. De la escrita en otros idiomas se olvida, pero luego la incluye en sus juicios. Lógicamente, un@ no puede exigir que todos los escritores y todos los lectores que quieran emitir juicios hablen ocho idiomas y lean veinticinco publicaciones semanalmente (aún así muchos autores valiosos seguirían quedando fuera), pero sería muy saludable que fueran conscientes de sus limitaciones y matizaran sus juicios en función de ello.
El lector/autor hecho a sí mismo alucinará con poetas y con poemas que reflejen sus emociones “igualitas a cómo las siente él” y en el terreno de la ficción magnificará la importancia de una prosa cuidada o bella en detrimento de otros elementos o funciones del texto, como la trama, la visión del mundo, y especialmente el tema. No importa que el lenguaje no ilumine zonas de sentido, con tal de que los colores sean bonitos. Viva el Rococó, Antonio Gala for President, Umbral es sublime.

Además, el lector hecho a sí mismo actúa como si… (Continuará)