Post versus cuento

Andaba yo dándole vueltas a las diferencias entre un post de bitácora y un cuento e imaginando cómo podría enfocar un artículo que tratara el tema cuando me topé con una situación real que quizá sirva para aclarar el asunto.

Esta mañana bajé a dar un paseo a un parque para leer algunos cuentos del Javier de Mier que me faltaban por leer. Salí corriendo, con apenas la llave de casa y el móvil y un billete de cinco euros además de los tres cuentos, porque no quería llevar bolso y en los bolsillos del chándal sólo me cabía lo mencionado. No suelo salir sin cartera, por aquello de que te pueden pedir el DNI en cualquier momento, pero como iba tan cerca y no pensaba tardar ni siquiera lo pensé.

La cosa es que según iba bajando la calle Ríos Rosas empecé a descubrir un inusual despliegue de policía municipal. Al llegar a la Castellana a la altura de San Juan de la Cruz, vi que había más policías que transeúntes. El epicentro del despliegue estaba en la zona que fuera sede del CESID (Centro Superior de Información de la Defensa), lo que indicaba que esperaban a alguna visita importante: una hilera de coches grandes y oscuros con gente trajeada permanecía aparcada y además había un carril de la calzada completamente bloqueado con otros tantos coches vacíos. Aquí, además de policías municipales en coche y moto, había policía nacional. Policías con chalecos reflectantes en motos y coches y todoterreno.

Durante un par de minutos observé atentamente aquel despliegue de efectivos de distintos cuerpos y servicios de seguridad, lamentando que mi olfato y mis dotes deductivas no se parecieran a las de los personajes de “Life” o de “El mentalista”, convencida de que los modelos de coches, los atuendos y la comunicación no verbal de los que hacían guardia podrían indicar a un observador curtido a quién se esperaba, cuál era la jerarquía entre los que esperaban y alguna cosa más. Pero yo sólo era una simple traductora freelance con la fortuna de poder escaparse al parque a leer unos cuentos a media mañana, con su chándal, su móvil, sus llaves y su billete de 5 euros, y nada de DNI o pasaporte, así que crucé la Castellana con el aire más casual que pude detrás de un chico que llevaba varias botellas de dos litros de refrescos en una bolsa y una chica que llevaba una bolsa con tres barras de pan (¿botellón con bocatas? pensé) y me puse a subir por la ladera que conduce a Ingenieros Industriales y al museo de Ciencias Naturales.

Vi que el césped resplandecía de puro verde y que había unas gotitas sobre él, así que acababan de regar (¿también por el invitado importante?). Busqué un lugar para tumbarme que no estuviera demasiado mojado y me puse a leer los cuentos. Leí los cuentos, tomé un poco el sol y me levanté. Al pasar por delante del cubo de la Constitución vi a un tipo extraño hablando por el móvil con un aspecto que me resultó sospechoso. Volví por el lado más alejado de la antigua sede del CESID pensando que me evitaría la mirada de unas decenas de polis, y así fue, aunque en el otro lado también había policía.

Al avanzar por la parte de Nuevos Ministerios y llegar a la puerta principal del Ministerio de Agricultura y Mundo Marino (o algo semejante: la nueva denominación es difícil de retener) vi una cámara de televisión con su cámara debajo, una chica de espaldas a la fachada y un becario sosteniendo un reflector plateado. La periodista era joven y su rostro no me resultaba familiar. El micrófono, azul, decía TVE con la grafía nueva. Estaban grabando y la chica hablaba. Pensé si pasar por detrás por aquello de que te vean los amigos, pero al final decidí no hacerlo y pasé fuera del alcance de la cámara. Me quedé observándoles un poco y vi que en uno de los laterales del Ministerio había una grúa sin operario. De repente dejaron de grabar, y la periodista puso cara de víctima, no sé si porque le daba el sol en la cara, porque se había equivocado y había que repetir o porque la repetición no era culpa de ella. La cosa es que el cámara trataba de calmarla mientras el becario de iluminación inclinaba el reflector en ángulos diversos. Me dieron ganas de ofrecerme a grabar la toma yo, periodista como soy y no más fea que la presentadora quejosa, pero al final no lo hice.

Pues bien, si esto fuera un cuento y se narrara esta sucesión de escenas, cada una de ellas debería obedecer a una progresión (ser la introducción, el nudo o el desenlace de la historia), debería tener sentido y ser coherente con el resto, el narrador/la narradora también debería estar justificado/a y estar al servicio de la historia y podría ser todo lo parecid/a o todo lo distinto que se quiera a mí misma. Debería terminarse sabiendo qué personaje iba a visitar el CESID, ocurrir algo medianamente inesperado durante la espera o cuando llega, los policías deberían decirle algo a la narradora o la narradora oír algo de sus labios o de sus radios, los chavales que llevaban botellas deberían estar organizando algo concreto que o bien estuviera relacionado con la trama general o bien fuera un elemento contextual significativo. El césped regado debería mencionarse por algo, el tipo hablando por el móvil con aire sospechoso, la cámara en la fachada del ministerio no podría estar por casualidad, debería dibujarse más o menos al cámara, la periodista del becario y deberían tener algún tipo de relevancia para la trama general. Y la tentación de ofrecerse a grabar la toma la narradora debería tener un papel en el desarrollo de la acción o bien desvelar un rasgo psicológico importante del personaje/narrador (que tiene una vocación frustrada de reportera, por ejemplo).

En resumen, en el cuento, como dice Juan José Millás, lo que no suma, resta. (Sin embargo, la novela, por su mayor extensión y por leerse en diversas sesiones permite e incluso requiere incluir elementos secundarios).

En cambio en el blog las condiciones estéticas y argumentales son menos estrictas y a cambio las condiciones de testimonio o de “esto me ha pasado a mí” (y por tanto la verosimilitud) lo son más.

En un blog escrito por una sola persona, normalmente la voz es la misma, y debe mantener una cierta coherencia a lo largo del tiempo, salvo que la bitácora vaya precisamente de eso, de la multiplicidad o de las variaciones que se producen con el tiempo.

En el cuento habría que explicar que el personaje ha salido sin documentación (y las razones) y que al ver tanta policía se asusta, pensando que se la pueden pedir, y también ese miedo o esta escena deberían desembocar en algo, preferiblemente relacionado con una acción. En un post (o en un artículo, o reportaje) bastaría con el que personaje reflejase sus sensaciones. El cuento exige más significado, el post exige un poso de verdad, de testimonio de cosa “ocurrida”. En otras palabras, el “esto me pasó a mí” es un valor añadido (o incluso un requisito necesario) para un blog y un handicap para un cuento (porque en realidad a quién le importa que te pasara a ti; lo que importa es el efecto estético y “filosófico” final del conjunto y no el origen de esa ficción).

Y si esto fuera un cuento y yo añadiera que algunas horas después del despliegue policial frente a la oficina del CESID, al tomar el metro que pasa justo por debajo de esa oficina el conductor tenía la puerta de la cabina abierta y estuvo un buen rato hablando con un vigilante y que luego, cuando por fin arrancamos y empezamos a avanzar desde Gregorio Marañón hasta Nuevos Ministerios el tren se paró en el túnel y una voz explicó que estábamos detenidos por razones técnicas, esta escena debería estar relacionada con lo anterior y debería formar parte de la misma línea argumental. Por ejemplo, la narración debería explicar (o mostrar) que pese a los esfuerzos de los cuerpos de seguridad, una explosión tuvo lugar en un pasadizo bajo el CESID al paso del número dos de la inteligencia militar francesa que había acudido a Madrid para coordinar los esfuerzos contra ETA de los dos Estados y la frecuencia de paso de los trenes se había reducido para minimizar la vibración y evitar posibles desplomes.

Si este comentario sobre las demoras del tren en ese preciso tramo ese mismo día apareciera en un blog, simplemente bastaría que contara que ocurrió y las interpretaciones que yo le di, cómo reaccionaba la gente, cómo empezó a berrear uno de los bebés que iba en un carrito y luego el otro le siguió, por más que la madre les acariciara la cabeza y les diera el biberón, el enfado de un padre sesentón con varias bolsas ante la tardanza y cómo picaba a su hija diciendo que en coche ya habrían llegado a Chamartín, etc, etc. O que lo relacionara con alguna noticia de actualidad (y pusiera un link a ella, a ser posible) y diera pie a que cada lector sacara sus conclusiones.

En resumen, el bloguero tiene algo de periodista impresionista, mientras que el cuentista básicamente tiene que construir una historia de ficción que se sostenga a sí misma y que tenga sentido y valor estético, sin importar su valor testimonial.

(Permanezcan atentos a sus pantallas, porque en breve plantearemos un desafío partiendo de este post)