Aeropuertos I

No sabes las ganas que tengo de llegar a casa y tomarme un Colacao con leche, pero con leche buena y no con la inglesa, que sabe a pasto. Esta lógica aplastante gastaban dos adolescentes españolas (andaluzas) que regresaban en avión a España tras pasar una temporada en Inglaterra con EF, aparentemente aprendiendo (poco) inglés (a juzgar por el horrible acento con el que leían un texto en inglés en el avión y por lo poco que entendían al piloto y a las azafatas). Por supuesto una de ellas había dicho un poco antes en la sala de embarque que como su madre no le hubiera hecho una tortilla de patatas se iba a enterar.

No comentó si la citada tortilla debí­a ser elaborada con patatas que supieran lo menos posible a campo y con huevos liofilizados y con aceite de oliva “desolivado” o si se habí­a criado entre los fogones de Ferrán Adriá o a base de comida de astronauta.

Muchas cosas les habí­an ocurrido a estas chavalas antes de llegar a la puerta de embarque número 13 de Gatwick y en cierta proporción, la hazaña heroica de llevarlas hasta allí­ fue cosa mí­a ya que mi futuro inmediato estaba ligado a ellas, aunque yo no lo supiera. La cosa empezó como sigue. La entrada a la cola del control policial habí­a sido obturada por un grupo de mexicanas que habían decidido desprogramar su cerebro y utilizar sólo el procesador externo ubicado en la cabeza de dos asistentes de aduanas que te cuentan lo de los lí­quidos y te proporcionan bolsas transparentes para que metas tus cosméticos, geles y demás.

Por lo que se ve, la comunicación con el procesador externo no era fluida (no sé si por un problema de versiones distintas o de lenguajes, quizá unos fueran Apple y otros PC, quizá unos Windows y otros Linux). Entiendo que un@ tenga dudas y sé que lo de entenderte en un idioma extranjero te puede producir tensión. Lo que no entiendo es que un grupo de seis personas tenga que obturar el paso de otros viajeros que tienen prisa y saben lo que tienen que hacer.

Andaba mal de tiempo, así­ que las sorteé como pude forzando mi cuello y mi espalda contracturadas y me interné en la cola. Detrás de mí­ se situaron dos chavalas de unos dieciocho (o menos) morenas, y españolas. No hacían más que despotricar, además de dar golpazos a mi maleta al desplazar la suya a patadas (ya he descubierto el equivalente al “sorry” inglés, en España lo normal es mirarte, te empujan y te miran, en lugar de pedirte perdón), de manera que decidí­ desconectar. Bastante tenía con gestionar mi propia impaciencia y cansancio para dejarlos en standby (no pude facturar on line por culpa de mi navegador o de la página de Easyjet; en realidad facturé pero no me dejó imprimir el documento) para además gestionar el suyo y tratar de informarles de los protocolos internacionales de equipajes de mano y de imbuirles cuarto y mitad de sentido común a estas cabezas huecas.

A pesar de haber tenido que pasar por una situación parecida para venir a Inglaterra desde España, estas chavalas parecían desconocerlo todo sobre las normas de líquidos, metales y dispositivos electrónicos. Ambas parecían ignorar la prohibición de llevar lí­quido en el equipaje de mano (salvo las cantidades autorizadas que quepan en la bolsa transparente) y para ellas la vaselina era una sustancia sólida (cosa discutible y dependiente sobre todo del calor y de la mala leche del policí­a) y las cámaras de fotos según su experta opinión adolescente no eran aparatos electrónicos.

La mayor parte de estos errores fueron subsanados en la cola, porque al menos tenían una cierta capacidad de observación e imitación. La más alta y más guapa iba alicatada hasta el techo de joyas metálicas y le parecí­a flipante que le hicieran quitárselas. Yo oía sus quejas contra estos imbéciles de los ingleses y estas normas policiales absurdas y este calor y esta espera, y cómo vamos de tiempo tía, como quien oye llover para mantener mi estado en un nivel de flema operativo, pero en un momento dado no sé qué duda absurda pero importante formularon en voz alta y no me quedó más remedio que contestársela delatando que era española y cayendo por tanto en su círculo de reproches en abstracto, dudas y confusión.

Española y adulta = guí­a de viaje freelance y gratis, debieron pensar, porque fue contestarles a su pequeña duda y decidir que yo tenía que cogerles de la mano hasta la puerta del avión, cosa que por supuesto no hice.

Continuará.

2 respuestas a «Aeropuertos I»

  1. Ja,Ja,Ja… cuánto juego pueden dar las historias de los aeropuertos y sobre todo, las que tienen que ver con estudiantes y su peculiar manera de ver el mundo.

    ¿Fuimos alguna vez nosotros así­?

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