Ovejas estresadas y urracas parlanchinas

Decía que la trouppe Piezwsek con el añadido de Mihal-necesito-Internet habló mucho en la cocina, cocinó cosas que olían a comida casera internacional y que incrementaron mi hambre y luego lo dejó todo bastante recogido, pero que eso lo descubriría después cuando ya no pude retrasar más mi cena (quería dejarles cenar a ellos tranquilos porque aparte de que nos íbamos a estorbar unos a otros, me resulta muy incómodo interactuar sin la ayuda de un idioma común). Cuando mi estómago no podía más, entré en la cocina y encontré a Christinne, mi flatmate neozelandesa, hablando muy acaramelada con Gebin (creo que se escribe así), su novio. Hablaban y hablaban. Ese era el problema. Larguísimas conversaciones por parte de los dos. El acento de él es bonito (es de Liverpool; no sé si es por eso o a pesar de eso), pero son unos plastas. “Fui a una grammar school como mi padre y honestamente aquello… -explicaba él- y debo añadir que a mí me admitieron básicamente porque mi padre había estudiado allí y considerando que tatatá…. Esto salteado con los hummm de ella -no soporto los hummm ni los ajá; y aquí son muy frecuentes; los de Christinne son muy guturales y supongo que es eso lo que me molesta: acaba teniendo un cierto toque de graznido animal, más que de expresión humana-. Pero cuando las largas charlas procedían de ella, él profería una tasa equivalente de hummms por minuto. Un horror. O será que estoy volviéndome rara por pasar tanto tiempo sola.
El caso es que estas urracas parlanchinas sin chispa hacen buena pareja y parecen tener futuro: él está buscando trabajo en Nueva Zelanda con idea de irse a vivir allí con ella (ella regresa a su país dentro de un mes). Me alegro mucho por los dos, porque salvo lo de los largos speeches son muy majos. Es fácil imaginárselos dentro de unos meses, muy acaramelados y aburriendo a las ovejas de las antípodas. Ella: Huuumm. El: Ajá. Ovejas: Beeee, que se los lleven, beeee, ¡socorro! Y entre tanto los veterinarios locales perplejos ante el aumento inesperado de la tasa de estrés de los óvidos locales. Qué cosa más rara -dirán mirando los gráficos- hummm. Muy raro, ajá. Mi no entender. Mi tampoco. Pues eso. Pues sí. Pues no. El efecto “urracas parlanchinas” es contagioso. ¡Socorro!
Para ver y oír un capítulo de “Las urracas parlanchinas”en español pincha aquí.