Palillos despiadados

A partir de ahora podéis llamarme “Palillos despiadados”.
Ya lo sé, más que dar miedo, mi mote de boxeadora mueve a la risa. Pero con estos bracitos que me ha dado la genética ya me diréis…
¿Qué tal La Lagartija de Chamberí?, así­ como el Potro de Vallecas pero en reptil escurridizo. Vale que no tengo puños de acero y mucho menos un bíceps descomunal, pero tengo mucha cintura… me muevo rápido. Fiu fiu. Mi pequeño saltamontes. Ya me he equivocado de animal.

Boxeo
StockSnap – Pixabay

¿Y a qué viene todo esto de los puños y los motes con animales? os preguntaréis. Pues es que el otro dí­a hicimos cardiobox en la clase de aquagym (o de aguají­n como dice un compañero; hay una tercera opción, aguagí­n, que me hace pensar en un vaso de ginebra con agua tónica).
La clase fue muy divertida y trabajamos mucho pero al empezar a dar puñetazos en bañador a la decena de chicas nos entraba un poco la risa. Andábamos tan escasas de músculo como de convicción. A quienes no les faltaba una pizca de interés en nuestra actividad era a los nadadores de la piscina grande. Habí­a uno en concreto que parecía hipnotizado. Tijera patada patada. Pum puñetazo en cara de mirón. Socorrista. Botiquín. Etc. Pero no, al mirón ni le rozamos.

Y ahí estábamos nosotras con nuestros ganchos y puñetazos al mentón, de lo menos creí­bles y nada amenazadores. La parte de las defensas con las piernas, en cambio, me salieron mucho más profesionales, se ve que me acordaba de mis tiempos de yudo.

Es curioso, en caso de necesidad me veo mucho más dando una buena patada a alguien que un puñetazo. Cosas de las caderas femeninas, supongo, y de los bracitos de lagartija, que no dan para mucho…

El volante top secret: capí­tulo cien

Como os comentaba hace días, traspapelar mi volante para una ecografí­a de hombro me devolvió a la casilla número 1 del tablero y me deparó varias miradas de esta-mujer-se-chuta por el camino y me hizo “perder” una tarde de viernes. Las comillas son porque en realidad no perdí­ esa tarde, sólo la reinventé, como se dice ahora. Implementé cambios de última hora, como también se dice. La rediseñé, en definitiva, como en plan “redecora tu vida” de Ikea pero en tarde de viernes.
Así­ que el otro día volví­ al ambulatorio. Previamente había recuperado mi volante, que se había quedado traspapelado entre el fondo de la cajonera y el propio cajón (el cajón estaba muy lleno y se ve que los papeles decidieron ir en busca de horizontes más despejados en la parte de atrás…). Recuperar el volante me tranquilizó, debo decir, porque además de evitarme tener que pedirle a mi médico que saque un duplicado de ese documento tan secreto y probablemente aguantar una pequeña reprimenda por su parte, quiere decir que todavía hay esperanza para mi capacidad mental

En el ambulatorio me tocó esperar casi una hora entre la habitual parroquia de estos sitios hasta ser atendida. Esperar a entrar a ver al médico en medio de conversaciones en chino, bebés que lloran, ancianos con aspecto de estar idos, niños que se estampan contra el suelo con gran estrépito, toses sospechosas, compañeros de asiento que no entienden qué hay de malo en sentarse encima del vecino y gente que te pregunta con aire inquisitivo a qué hora tienes cita con afán de colarse son situaciones que me ponen nerviosa por más que me esfuerce en respirar hondo y estar tranquila.
Sin embargo esta vez tuve una pequeña alegría en forma de una compañera de asiento de unos treinta y muchos, simpática y probablemente norteamericana, que hablaba en inglés con su hija de unos tres años, que era un encanto y andaba empeñada en darle chocolate a su osito e iba locutando cada interacción con el peluche con su media lengua. La madre le pedía en inglés que hablase con ella en este idioma y la pequeña le contestaba en español que no hablaba inglés. La conversación era muy divertida y dejaba claro que la niña entendía perfectamente a su madre pero le daba pereza hablar en inglés en medio de un contexto tan hispanohablante. Me acordé fugazmente de los colegios supuestamente bilingües de nuestra recién dimitida Esperanza.

Sea como fuere finalmente me tocó el turno. Mi doctora fue muy comprensiva, me estuvo palpando el brazo y observando mis movimientos, escribió en el volante el hombro correcto y me pidió que esta vez no traspapelara el documento. Al parecer, los del centro diagnóstico cuelgan la prueba (en lugar de dártela impresa) y la ves con tu médico en la consulta. Esta doctora es la típica persona que parece haber nacido para médico, una persona tranquila y sensata que te da buen rollo… A lo mejor es que es una médico-veterinaria especializada en tratar a mujeres-lagartija.

Bajé a Atención al paciente (impaciente en mi caso) y cuál no serí­a mi sorpresa cuando me toca el turno, le paso los papeles a la empleada, mira la pantalla y me dice:

-No le puedo dar cita porque la web del Clínico no funciona.
-¿Ein?
-No funciona.
-Pero, estoooo… ¿Cuánto puede tardar en volver a funcionar?
-Como comprenderá -la cara de asco se intensifica- No tengo ni idea.

Yo esperaba algo del tipo: “pasa a menudo y suele tardar tanto o tanto” o “no pasa nunca y por eso no tengo ni idea de cuánto puede tardar” o “llevamos toda la tarde con problemas con la red”, o “inténtelo en veinte minutos” o “este es el teléfono del Clínico, pregúnteles a ellos”. Pero por supuesto esto es España y no Reino Unido (donde los polí­ticos dimiten por llamar plebeyos a los empleados de Downing Street o piden disculpas por incumplir el programa electoral en algún punto…) y además con los recortes de sueldo el personal está especialmente irritable. Todo se zanja con un “Vuelva usted mañana” (como en el artí­culo de Larra) o si uno se pone insistente, con un “Multiplíquese por cero“.

Con la misma simpatía me indica además que este tipo de citas no se puede obtener por teléfono. Al día siguiente ya tengo mi cita para la ecografía y por una vez mi optimismo se ve confirmado por la realidad (querida Simoneta 😉 y el centro diagnóstico asignado está más cerca de casa que el de la otra vez, realmente muy cerca.

Hago una fotocopia del volante y de la cita y la guardo en lugar seguro, no vaya a ser…

Ya no soy Míster Bean

Miro por el visor, parpadeo, y me quedo perpleja.
Si fuera Sara Montiel hubiera dicho, “pero ¡qué pasa!, ¿qué invento es esto?”.

Como sólo soy Elsinora y no tengo novio cubano cuarenta años menor que yo, ni esparadrapos detrás de las orejas, ni llevo un panty en el bolso cuando voy a la tele, y como además es un jueves por la mañana y estoy en ayunas en un gabinete médico pasando un reconocimiento médico, me guardo mi perplejidad para mí­ misma y vuelvo a parpadear. Pero la imagen sigue estando desenfocada.

Gato con gafas

Hasta entonces todo habí­a ido muy bien, las consabidas letritas diminutas pero “adivinables” y una pequeña novedad, números ocultos en un dibujo, parecidos a los de los “catcha” para evitar el spam (hasta los reconocimientos médicos se suman a la era de internet). Todo razonablemente visible o interpretable. Y de repente me ponen una imagen frente al ojo derecho que parece una broma.

Es como si hubieran puesto vaselina sobre la pantalla del visor o si hubiesen puesto un filtro de desenfoque para diagnosticar quién sabe qué.

Por un momento pienso que es un truco, pero no entiendo su finalidad.
Me oigo decir a mí­ misma con cierto tono de Mister Bean “está desenfocado”, convencida de que hay algo erróneo en la imagen. La ATS ignora la gran verdad que le acabo de revelar y se limita a pedirme que lea la fila anterior y ahora sí­, asiente. Pasamos a otra imagen para el ojo derecho y me vuelve a pasar lo mismo, la última fila está “desenfocada”, pero la penúltima se deja leer.
Ahora resulta que tras todos estos años de “carapantallismo” y de lecturas en todo tipo superficies Elsinora está dejando de parecerse a Mister Bean y se va asemejando más a Míster Magoo.

Acabáramos.

Espero que mi estatura no empiece a menguar y que mi cabeza no multiplique su tamaño.
Me voy a dar a la vitamina A y a la luz natural y voy a dosificar mi exposición pantallil. Puestos a elegir, más que Míster Magoo prefiero parecerme a Penélope Glamour o incluso a Pierre Nodoyuna (o incluso a Risitas).

En fin… C’est la vie.