Me encanta tu camiseta

    -Me encanta tu camiseta.

Levanto un poco una ceja de lagartija, convencida de que mi profe de Pilates, más conocida como La Bruja, está hablando con alguna de mis compañeras. Pero me mira a mí­, con una sonrisa que parece sincera. Esto es nuevo y no sé cómo interpretarlo. ¿Qué estará tramando?

-Ah… -acierto a decir únicamente, pensando que después de la que me montó el último día tiene que haber gato encerrado, y ya se sabe que lagartijas y gatos no son una buena combinación.

    -Llevas siempre camisetas coloristas, cuando en España casi todo el mundo las lleva de tonos apagados.
    -Ah… -sí, ya sé que no estoy muy locuaz, pero es que la cosa me ha pillado por sorpresa. Trato de encontrar algún comentario ingenioso que relacione mis camisetas con algo de lo ocurrido en clase el día anterior, como una forma de justicia poética o de reivindicación simpática, pero al final no digo nada, recordando que una de las cosas que me dijo fue que no hablara en clase. Contención, amigo conductor 😉 o simplemente es que me falla el ingenio…

Hoy no ha venido Naaachooo El Magnífico; tal vez no haya podido digerir aún el atracón de ego que se llevó la semana pasada. Quizá simplemente lo que ocurre es que la profesora necesita encontrar un destinatario favorito para sus alabanzas y por algún motivo, la altura quizá -desde luego no la falta de hombros ni la nula expresividad-, soy quien más le recuerda a Naachooo. O simplemente aplica una táctica de palo-zanahoria con sus alumnos y esta semana me toca zanahoria (y como Naaachoo sabe que le toca palo, prefiere retirarse discretamente hasta que cambien las tornas).
Sea cual fuere la razón, de repente, hoy que tenemos sesión con las sillas Wunda -el aparato que peor se me da con diferencia (porque es raaaroo raaaroo 😉 (aquí enlace), resulta que me he convertido en un hacha del Pilates.

Los “muy bien Elsinora” llueven ya desde la parte preparatoria en suelo, aunque me parece que no recibo ningún “magní­fico”. A mis compañeras también les caen comentarios positivos, especialmente a una de ellas, que es la más simpática de las dos. Y desde luego cuando les corrige no amenaza con matarlas como a mí. Aunque eso sí, a la menos simpática de las dos compañeras la profesora el otro día amenazó con darle un beso porque, al parecer por primera vez en mucho tiempo, no habí­a subido los hombros indebidamente. Esta profesora se lo toma todo muy a pecho, por lo que se ve.

Según va transcurriendo la clase no termino de entender a qué obedece tanto “bien, Elsinora” pero, eso sí­, intento no moverme mucho, controlar adónde dirijo la vista y centrarme en lo que hago siguiendo los consejos-bronca de mi profe. En el suelo es fácil controlar la mirada, porque simplemente miras el techo. Subida a la Wunda (una especie de silla con pedales de muelles y otros cacharritos), más te vale dirigir bien la mirada al artilugio para no salir propulsada de mala manera contra la pared o el espejo (aunque, bien pensado, en mi calidad de lagartija no deberí­a tener demasiado problema con eso… ahora que “caigo”). Y tampoco es mucha la tentación de moverse demasiado sobre la silla de marras, por lo que pueda pasar.
Así que, en fin, parece que mi profe ha decidido quitarme las orejas de burro por un tiempo y emplear conmigo el refuerzo positivo. Esperemos que dure. Pero me da a mí­ que esta mujer es tirando a bipolar, aunque saber, sabe un rato, eso es indudable.