Madrid no es la misma, que me la han cambiado

Domingo por la noche. Salgo a pasear a última hora porque no he salido en todo el día. En Londres lo solía hacer a diario, especialmente en dí­as de carapantallismo: trabajaba hasta tarde y luego me forzaba a cortar y moverme. Cogí­a mi reproductor de CD, me abrigaba bien y me iba a caminar rápido durante media hora o así­. Tenía establecidas varias rutas y bandas sonoras. Regresaba sudando, porque caminar deprisa es más ejercicio del que parece. Estos dí­as tengo bastante trabajo, así que de nuevo paso muchas horas pegada a la pantalla.

Mi barrio de ahora, Chamberí­, no es el South East London en el que viví­a antes: esto es mucho más urbano y comercial, lo que significa que con tanto escaparate -y tan novedoso para mí­- me es imposible pasear a buen ritmo. Hay un montón de tiendas, bares y cosas a observar, mientras que en la zona residencial donde viví­a antes los principales atractivos eran los jardines (las rosas, las plantas aromáticas), el teatro-pub del siglo XIX, la capilla de la iglesia de Inglaterra donde los niños aprendían ajedrez y los adultos hací­an yoga, los zorros entrando y saliendo del campo del Saint Thomas Hospital o las vistas de Canary Wharf si había ido al parque.

Pronto me doy cuenta de que los mundos madrileño y londinense no están tan alejados como pueda parecer. Al pasar una tienda de embutidos me cruzo con una pareja de treintañeros que van hablando de alguien que se va a ir a vivir a Londres en breve. Veo las tiendas, me detengo en una ferretería muy bien surtida que tiene adaptadores de corriente (de inglés a continental; necesito unos cuantos), una sartén francesa especial para hacer tortillas (que es doble y facilita lo de dar la vuelta; viene con una espumadera muy mona y recetas en francés y por supuesto es antiadherente), una kettle eléctrica (que está bajo el cartel de “hervidor eléctrico”, ¡qué mal suena!, ¿no?) y un calentador de leche italiano, entre otras cosas. Cuando cruzo la calle veo un Minicooper rojo que luce en el techo la bandera inglesa, compruebo que la matrí­cula es española.

Aunque estoy en mi barrio, reparo a lo lejos en una fuente iluminada que no recordaba haber visto, cambio mi itinerario para ver de qué fuente se trata y termino en la plaza de Olavide (a veinte metros de la oficina supercutre en la que trabajé hace años). La fuente creo que no estaba, pero en todo caso, iluminada y de noche su aspecto cambia mucho. Descubro una librerí­a bilingüe nueva (Booksellers; esta tienda sustituye a la de José Abascal, creo; la que hay cerca del Instituto Británico en Fernández de la Hoz sigue abierta), de manera que me paso un rato curioseando los libros en inglés del escaparate y planeando venir a menudo para mantener mi inglés al día.

También tienen algunos libros en francés. Uno de ellos, titulado “Quelle heure est-il?” y con un dibujo de un enorme reloj en la portada me recuerda una poesía que aprendí de pequeña, así que mientras deshago el camino y compruebo la mucha vida de barrio que hay en Madrid un domingo a las diez y media (parejas de latinoamericanos, parejas de españoles veinteañeros, gente de cincuenta y sesenta en parejas o grupos, adolescentes desgarbados sin capucha), no ceso de recitarme a mí misma esa poesí­a francesa intraducible (Quelle heure est-il?/ Il est midi./ Qui vous l’ a dit?/ La petite souris./Que fait elle?/De la dentelle/Pour qui?/ Pour les dames de Paris) como si fuera un mantra.

Regreso a casa en un extraño estado de excitación por mis hallazgos y sin haber hecho ningún ejercicio fí­sico, pero bastante viaje mental. Cuento a mis padres y a mi hermano que he visto un minicooper igual que el de control remoto que le compré a mi hermano en Hamleys (rojo y con la bandera inglesa en el techo) y que han abierto una librerí­a inglesa en Olavide y que he visto unas sartenes estupendas que… Me sonrí­en vagamente y me dicen que me siente a ver Camera Café o no sé qué serie que están viendo. Me siento con ellos mientras voy elaborando mentalmente este post.

En un momento dado, recordando que los domingos por la noche solí­amos llamarnos por teléfono, alguien comenta que hoy aunque es domingo, no me pueden llamar a Londres porque estoy en Madrid. Cierto, estoy en Madrid, un Madrid que ya no es lo que era.

4 respuestas a «Madrid no es la misma, que me la han cambiado»

  1. Pero tú sí­ sigues siendo la que eras… para bien. Me ha gustado mucho, mucho, mucho, este post. Que-lo-sepas. (No te lo creas mucho, que ya te zurraré en otros ;-))

    No dejes de escribir.

  2. Será que ambos tení­amos “mono” de post y lo hemos saboreado despacio :-)) Pero en todo caso, me alegro de que te haya gustado.

  3. Hay cosas que tienes que irte para poder ver a la vuelta… otras, como sentarte con tu familia sin mirar el teléfono para ver si te van a llamar (o llamarles tú) adquieren un significado muy especial.

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