De tamtanes, agujas y catarros à deux

(Para Teresa, con el deseo de que los vientos cambien)

F. salió para un rato el sábado y regresó el domingo por la noche. A la vuelta vino muy receptiva sobre mis dolores de cervicales, porque al parecer alguna de sus amigas habí­a tenido ese problema y estuvieron hablando de ello (me dio por pensar que el tema lo sacó la propia F. en plan, “tengo una compañera de piso que pone su contractura como excusa…” y que la conversación derivó hacia el lado contrario; lo pensé porque le pega todo).

La cosa es que el lunes me desayuné con una baterí­a de preguntas ¿cómo estás hoy? ¿cómo es tu almohada?, ¿qué cosas crees que puedes hacer de la limpieza que no te perjudiquen? y ¿te habí­a contado que me caí­ de un caballo de pequeña y me lesioné las cervicales y que a veces…? (se me ocurrió que la caí­da del caballo explicaba muchas cosas, pero no quise hacer sangre). Y luego añadió, Elsinora, en serio, cuando necesites que te eche una mano con algo dí­melo, que es muy malo que levantes peso. En fin, que hasta que el tamtán de la tribu no informa de que una contractura no es una tonterí­a, de nada sirve que uno se lo diga, o que uno confí­e en que su cultura general se lo indique. En todo caso, me alegro de que aunque tarde, F. haya reaccionado.

Y vais a decir que parezco Anita la pobrecita, pero resulta que las temperaturas intempestivas del agosto de la Pérfida, sumadas a mis paseos nocturnos y a mi baja energí­a (supongo) han terminado creándome una faringitis considerable. El lunes noche mi garganta oscilaba entre el rojo pasión y el morado semana Santa, colores muy femeninos según una investigación de una tipa de Newcastle (vi el artí­culo en El paí­s; flipo con las noticias que publican en verano: de puro incompleto parece un cachondeo; no he conseguido acceder al artí­culo original, porque hay que estar suscrito, así­ que no sé si la investigación en sí­ es un timo o sólo la versión que dan; tengo pendiente un post sobre la excelsa calidad de muchos artí­culos sobre ciencia), pero desde luego alarmantes cuando se acompañan de inflamación y dolor.

Estuve dándole vueltas a si podrí­a ser bacteriano o ví­rico, para decidirme o no a tomar antibiótico, y al rato, al ver que me encontraba peor, decidí­ que sólo podí­a ser bacteriano y que me tomarí­a antibiótico (poco cientí­fico mi sistema, pero enfermar viviendo solo en el extranjero y cuando tienes que currar es complicado). Un gran paso para la humanidad que se automedica, que no sirvió de nada, porque no encontré antibiótico ninguno en mi botiquí­n.

Al dí­a siguiente, al contarle que tení­a un catarro a la doctora Li Yun Xu -ese nombre recoge junto a su foto el certificado que hay en la clí­nica, en el que la autoridad sanitaria británica le autoriza a practicar la medicina china-, me pidió que le enseñara la lengua y añadió un par de agujas más a la parrilla elsinoril, esta vez en las manos (la derecha estaba en mi campo de visión, veí­a como subí­a y bajaba levemente, uyyy) y creo que también alguna en el cuello. A la salida, pregunté si habrí­a algunas hierbas que me pudiera tomar para el catarro y la enfermera me señaló un bote que habí­a sobre la mesa y una especie de envoltorio de mazapán con una cara de un chino en el lugar donde habitualmente se lee “La estepeña”.

Las hierbas vení­an en pastillas redondas como las antiestrés, una especie de caviar grande o de juanolas redondas y habí­a que tomarse 12 dos veces al dí­a, como con las otras (lo malo de las hierbas chinas es que hay tomarse mucha cantidad; a cambio se tragan muy bien). Pertenecí­an al grupo terapéutico de las cosas que producen calor, según entendí­ (rufebaciente, que dirí­a un boticario occidental). Después de estas me voy a sacar yo también mi tí­tulo de medicina china o por lo menos de intérprete médico.

Lo que parecí­a un alfajor de La estepeña eran unas pastillas duras y planas (toca, toca, me decí­a la enfermera tendiéndome al chino sonriente; para explicarme que las pastillas eran pastillas las habí­a sacudido como un sonajero; qué curioso es el multiculturalismo aplicado a la farmacia) que hay que disolver en la boca y que alivian. Son muy buenas, yo las tomo, me dijo la enfermera. Compré, pues, dos polvorones del chino sonriente y el bote de caviar gigante porque al parecer habí­a que llevarse el tratamiento completo -tampoco te dejan contratar sesiones sueltas de acupuntura: tiene que ser de seis en seis- y de vuelta a casa abrí­ el paquetito para sacar una pastilla e irlas chupando y comprobé que aquello era una especie de pastillas Valda o del Doctor Andreu (Andreu Chan Liu, por ejemplo).

(Para que se vea que no me lo invento, he aquí­ un ejemplar de polvorón del chino sonriente)

La tarde era muy gris y frí­a y según me alejaba de la clí­nica china y me acercaba a casa mis fuerzas disminuí­an. Una vez en casa, a eso de las siete, me calenté la cena y me dispuse a cenar (no suelo cenar tan pronto). F. me preguntó que de dónde vení­a y se lo conté. Me comentó que estaba matada y que se iba a acostar en seguida y le dije que a mí­ me pasaba lo mismo, con el dichoso catarro. Comentó que tení­a un par de pelí­culas para ver esa noche, “Volver” (que pronunció de forma extrañí­sima, como lo dicen en UK, algo como Fálvar) y otra llamada “Love”, que no sabí­a de quién era ni de qué paí­s pero que pensaba que era una historia real y que si me apetecí­a que las viéramos en su cuarto. Le dije que si aguantaba hasta esa hora despierta (querí­a verla a partir de las 9 y media) genial (aunque en realidad pensaba que juntar dos catarrosas no era buena idea, porque no sabemos si tenemos la misma cepa o no). La cosa es que las dos nos rajamos antes, porque nos encontrábamos fatal.

  1. propuso prepararnos para las dos un mejunje a base de limón, brandy, miel y jengibre que según ella es muy bueno, y yo le dije que estupendo y aquí­ estoy tomándome el mejunje ese (que está bueno, sabe a limón con un fondito picante del jengibre) y brindando porque al menos con los catarros a dos uno se siente algo más acompañado y porque F. al fin parece haber recuperado su vena afectuosa.

4 respuestas a «De tamtanes, agujas y catarros à deux»

  1. Tú te encontrarás fatal. Pero yo me lo he pasado pipa leyendo el artí­culo.
    Abrígate. Y que no decaiga el humor ¡nunca!

  2. Me alegro de que te haya gustado el artí­culo. Te lo he dedicado en plan vela benéfica (una vela-humor). Espero que surta efecto. Y sí­, me abrigo. Qué remedio.

  3. Gracias por la dedicatoria y la buena onda. La energí­a se transforma ¿no? Pues a ver si algún principio cientí­fico se comporta como dios manda de una maldita vez. Gracias.

  4. Ya verás qué pronto te llega la buena onda, empujada por los fuertes vientos que barren la Pérfida. Energía eólica cien por cien.

Los comentarios están cerrados.