Día D y Elsinora Acoplensis

El día D ya ha sido. Ayer estuve a punto de terminar la tesina completamente y arruinar toda la emoción de acabar en el último minuto, pero al final, gracias a las revisiones y retoques (incluido un cambio de título) y a un cierto afán perfeccionista que me adorna en forma de arrugas sobre las cejas no me he privado de esa intensidad tan agradable de las situaciones contra el reloj. ¿Cómo negarse a vivir una Odisea tratándose de una tesis sobre el Ulises?

Había ganado una hora de margen, porque la secretaria se quedaba hasta las cinco en lugar de hasta las cuatro, cosa que supe porque me dio la vena previsora y le escribí para confirmar la hora límite.

Por supuesto, mi autobús pilló atasco, luego unos chavales se querían colar y el bus se paró un buen ratillo. Eso me permitió comprobar que mis insultos en español están tan frescos como siempre. En la tienda de la facultad las carpetillas de 60 folios estaban a punto de acabarse -el otro día había docenas, por supuesto- y el ordenador de la facultad se empeñaba en cambiarme el formato y corregirme las palabras en español, mientras la inflexible voz de la bibliotecaria anunciaba por megáfono que en diez minutos terminaba el servicio de préstamo y bla bla bla.

Tenía que devolver dos libros como fuera, porque estaban retrasados y cada día de retraso supone 0,50 por libro, y además porque una vez entregada la tesis para qué tener dos libros sobre un tal Joyce, por no mencionar lo de llevar peso de vuelta a casa. ¿Qué hacer? Diez minutos dan para mucho, sobre todo si el ordenador que usas no decide cambiarte el formato ni mostrar cosas extrañas.

Pero claro, mi ordenador tenía sus propias ideas sobre cómo debía ir justificado mi texto y sobre el tamaño de letra. Retoques aquí y allá, lo mandas imprimir, vas a la impresora, rezas para tener crédito suficiente en el carnet de la facultad y para que la máquina tenga suficiente papel y bastante tóner y le das a los botoncitos correctos: 1 Print, 2 Cancel ¡Esto marcha!

Has sido precavida y has mandado imprimir una sola copia por si acaso localizas un error. Y ahí está la prueba de lo acertada que has estado: faltan cuatro páginas del final. Lo atribuyes a un problema de falta de crédito, de hipo en el alimentador o cualquier cosa peregrina generada únicamente para fastidiarte.

Atraviesas el hall hacia las máquinas para recargar crédito, metes la tarjeta, no la acepta. La vuelves a meter, error (¿acaso tu nerviosismo es captado por la banda magnética e interfiere la señal?). Los minutos corren. ¿Estás poniendo la banda correctamente? Sí. ¿Has tecleado bien la contraseña? Sí.

Tras varios intentos, en la segunda máquina cargas unas cuantas libras mientras te preguntas si después se podrán descargar si no las gastas. Vuelves a tu ordenador, mandas hacer dos copias completas para ver si esta vez no salen los caracteres raros y no se cepilla las últimas cuatro páginas. Error. Las cuatro últimas páginas no salen ni mandando imprimir todo el documento ni mandando imprimir sólo esas páginas.

Diagnosticas objeción de conciencia en las cuatro últimas páginas y cuando investigas el motivo ves que es la parte del apéndice dedicado a Mister Borges Senderos que se Bifurcan. Ahora lo entiendes. Son las cinco menos cuarto. Pruebas varias cosas para modificar el formato de esa parte, pero no terminan de funcionar.

En un arranque de ciencia infusa logras copiar y pegar las páginas rebeldes en un nuevo documento, cambiar el formato sin cambiar el tipo de letra ni el tamaño, coordinar la paginación e imprimir dos copias mientras devuelves a una bibliotecaria que no atiende al público dos libros retrasados antes de que cierren y te suban la multa (aquí pagas una pasta si te retrasas).

Misteriosamente le has explicado tu problema de forma inteligible y cortés (I’m in a hurry y bla bla bla) y la amable bibliotecaria ha consentido cogerte los dos libros y la pasta de la multa por el retraso, y tacharte de la lista negra. Ordenas las páginas (cincuenta por copia), las metes en su funda y huyes hacia el departamento de English and Comparative Literature que está en la quinta planta de otro edificio (a dos pasos, eso sí) y a tres controles de tarjeta de donde estás tú.

Respiras hondo para que la banda magnética no recoja tu nerviosismo y haga su función a la primera. Entregas y charlas un rato con la secretaria, Maria, que es un encanto. Sales de allí y te diriges al pub de la esquina, de nombre aristocrático, donde en teoría tus compañeros de clase celebran que han entregado la tesina. Imaginas que la mayor parte no habrán entregado como tú cinco minutos antes del límite, pero esperas que al menos un buen puñado de ellos haya aguantado hasta ahora, las cinco de la tarde de un viernes de septiembre de la era post-tesina. La cosa promete.

Continuará.

4 respuestas a «Día D y Elsinora Acoplensis»

  1. ¿Además de lo demás, el síndrome de a la foto finish?
    Chica, lo tuyo no tiene remedio…

  2. ¡Qué suspense, chica!
    Deprisa, deprisa, al más propio estilo elsinoril.
    Me he sentido identificada, soy de las que agoto los plazos al máximo. Se pasa fatal, pero fluye la adrenalina y cuando al fin llegas la sensación es indescriptible y las pintas saben mejor que nunca.
    En fin, misión cumplida. Enhorabuena.
    Seguiré atenta al desenlace post-tesina.

  3. Teresa, dices Uf y dices bien, requete uf.
    Simoneta, ¡cuánto tiempo! Pues sí, el síndrome de la foto finish es muy malo. Supongo que lo del perfeccionismo tiene que ver: si hubiera terminado dos dí­as antes, me los habrí­a pasado releyendo y corrigiendo…
    Parianea, pues yo empiezo a hartarme de los sprint finales. Para las contracturas no son nada buenos, eso seguro, pero en fin, tampoco tení­a muchas opciones esta vez porque tení­a bastantes cosas en contra, así­ que me doy con un canto en los dientes.
    Saludos para todos. Os dejo con la nueva entrega.

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