La cosa prometía, aunque hacía mucho que no hablaba con ninguno de mis compañeros del master y hasta donde yo sé ninguno de ellos es la alegría de la huerta y un par de ellos trabajan.
Entré en el pub, di una vuelta y ni rastro de ningún compañero. Eran las cinco y cinco (no hagáis bromas, que os veo venir). Pensé que mis aburridos compañeros habrían entregado a las 12 y a las doce y media habrían abandonado el pub. Había un grupo de jóvenes en torno a una mesa y dos de ellos hablaban en español. Volví a mirar atentamente por si me había despistado algún rincón, pero nada. Decidí que me tomaría una media pinta y que quién dijo miedo. Pagué la cerveza y como quien no quiere la cosa me acoplé a los dos que hablaban en español. Hola, ¿os importa que me sume a vosotros? Os he oído hablar en español y como tengo mono. Y claro, no les importaba. No tengo ningún mono de hablar español, pero algo había que decir. Andaban hablando de la mar y los peces como sólo universitarios hispanos lo pueden hacer.
Eran alumnos de mi facultad, de Sociología, que habían entregado su tesina hacía un rato. Uno era de Barcelona y otro peruano. Muy simpáticos, aunque cuando estábamos en lo mejor de la conversación se levantaron para salir a fumar, y el catalán me dijo: ¿española y no fumas?, hay que ver; hay que reivindicar el fumar, mujer. Mi no entender, pero no le dije nada, porque el estatus de los acoplados es delicado. Podría haber salido con ellos, porque además hacía muy buena temperatura, pero preferí no hacerlo.
Oportunamente apareció desde algún lado un chico del grupo, que se sentó frente a mí y decidí darle palique. Luego llegó otro, un especimen en toda regla: con cara de pollo, y aspecto de haberse rebozado la cara con corticoides desde pequeño, porque tenÃa el típico cutis hiperliso de color plasticoso, que te miraba a los ojos con una mirada extraña, pero cordial. Vamos, como un personaje de Trainspotting pero ligeramente amanerado. El especimen reaccionaba vivamente a algunas partes de nuestra conversación hasta que en un momento dado se sumó directamente. El especimen y el otro chico eran también alumnos del máster de sociología. El otro chico era alemán, y llevaba cuatro años en Londres. El especimen era de Chester, al noroeste de Inglaterra. Supe que el pollo con cara de pollo comía mucho pollo y se sentía culpable por ello (andaban contando un documental sobre las atrocidades que les hacen a los pollos en Reino Unido).
Estuvimos charlando de esto y de aquello. Me terminé mi media pinta, fui a por otra y decidí que necesitaba algo sólido para empapar. Pedí una cosa que parecía una especie de gusanitos integrales, cuando en realidad eran unos lazos de trigo integral rebozados en “marmite”, la salsa típica australiana que o la amas o la odias. Un snack de importación, recién traído de Australia. Yo no había probado el marmite porque todo en él me parecía lo bastante disuasorio para no comprarlo y porque no había tenido oportunidad de probarlo en ningún lado. La cosa es que aquella historia no estaba exactamente buena, pero sentaba bien y resultaba adictiva. Ofrecí a la concurrencia y sólo se atrevió con ello el pollo, al decirle yo que se suponía que era integral y saludable. No volvió a coger ninguno más y fue él quien me explicó que llevaba marmite (en la bolsa no ponía nada de marmite) .
En fin, no me voy a extender mucho más sobre esto -hoy sábado estoy realmente molida- pero la cosa es que estuve con ellos como tres horas, jugué una partida de billar (el pollo, que juega muy bien, me ganó y además me estuvo dando consejos sobre cómo tirar; decían que era billar inglés pero era como el americano, pero con bolas de dos colores y sin números), una de las chavalas me anotó su email para que vaya a una exposición el jueves que viene y otra chavala me insistía para que me quedara. Apenas había hablado con ella, pero era del tipo de las que nunca se quiere de los sitios y andaba haciendo su campaña. La comprendí perfectamente porque yo soy de ese tipo, pero estaba demasiado cansada para quedarme indefinidamente entre desconocidos, por más simpáticos que fueran. Un grupo bastante más divertido que el de mi clase, la verdad.
Elsinora Acoplensis (por aquello del acoplarse) salió del pub a eso de las ocho y algo, bastante cansada pero contenta (por haber terminado la tesina y por haberse atrevido a acoplarse con elegancia) y obsesionada con que quería una hamburguesa (quizá efecto secundario de la salsa marmite, quién sabe). Por el camino me la compré y me la cené tranquilamente en casa. De repente sonó el teléfono. Eran mis padres para saber qué tal la tesina. Qué monos.
No sé qué te dirían tus padres. Mi madre te hubiera dicho esto: “un ansia a un lado”. Traducción refranera para tu colección: “a otra cosa butterfly”.
Pues ahí te va el comentario escrito, no aparecido (sí apareció una pantallita avisando de que había caducado la página) y vuelto a escribir. Y ahora veo que salen ambos. Si te incordia borras uno junto con este mismito. Estoy de la “tecnología de punta” hasta allí. Besos.
Sí, las conexiones últimamente hacen cosas raras, pero mi blog de momento no ha caducado ;-)) Dejo las repeticiones, que hacen más “acompañado”.
La frase de tu madre es muy gráfica, porque además es cierto que era un ansia. No recuerdo que me dijeron exactamente mis padres, salvo preguntarme que qué tal y alegrarse cuando dije que bien.
(Modo flores on) Ahora soy yo la que ando sopesando la cosa de haber terminado el master y dándome palmaditas de felicitación en la espalda a mí misma, porque exactamente fácil no ha sido. Un máster sobre algo tan especializado y tan basado en el lenguaje como la literatura supone un sobreesfuerzo importante, sobre todo considerando que yo os era de francés de toda la vida y que mi licenciatura es de Periodismo y no Filología. Además del curro carapantallil, la contractura, la mesa de jardín, los monstruitos circundantes etc. (Modo flores off).
Besos para todos y suerte con vuestros proyectos: ya véis que las cosas al final salen.