Voces en el pasillo

Cuando se despertó los ecos de risas y susurros y gritos y las voces femeninas todaví­a estaban ahí. Mencionaban a una tal Mère L, recia y dada al castigo, y algo sobre el privilegio de tocar una campana y acerca de los peligros de traspasar los límites del colegio de arriba y adentrarse en el de abajo.
Habí­a también una mano negra, y un aviso de bomba, y ciertas prácticas rituales con dientes de leche, cuerdas y puertas, gente con tendencia a ser expulsada (tras sentir la llamada irresistible de un cuerno de chocolate), escenas de canciones y bailes, algo siniestro llamado Test de Cooper que equivalí­a a una tortura de vueltas interminables jadeando bajo las órdenes de una tal Olga, paños de vainica sucios o primorosos, cuestaciones incansables de una tal B. (qué gran fichaje para tiempos de crisis como estos), un gato con botas de fieltro, un comedor de pinzas de madera, un macetero de macramé, una alfombra, algún que otro petit point (que fuera de ese entorno, por algún motivo, todos llamaban “punto de cruz”), la historia de los Reyes de Castilla en unas hojas gigantes cuadriculadas, los reyes son los padres, platos de alta cocina llamados faisán, arena finita que amontonar y meter en globos, montículos con los que tropezarse y hacerse heridas en las rodillas -siempre en la misma-, las cañas, árboles de morera llenos de hojas para gusanos de seda, un dÃía especial en que llevar lazos y calcetines blancos y disfrutar el extra de unas Mirindas, quesitos y chocolate Bounty, el himno, la bandera de España y la foto del rey, niñas castigadas a contar árboles o a contar las hojas de los árboles, como se te olvide el baby en casa te vas a enterar, bandas y medallas, partidos de minibasket, la bombilla, el veintiuno, la rayuela (“animales animales” etc), el balón prisionero, voleibol, rutas que recorrían Madrid y terminaban en la gran explanada de grava blanquecina que te cubría de polvo los zapatos azules, alguien grita que dejemos de tocar el violín, otra con aspecto de animal de monte dice que dibujemos un circo, alguien forma palabras en francés con letras de molde de madera y luego duerme la siesta tras jugar a la zapatilla por detrás.
El catecismo de memoria, las filminas, los gladiolos blancos para la Primera Comunión, los pasillos de suelo de losetas blancas y negras que se llenan y se vací­an a golpe de campana. Silencio. Alguien llama a un tal Ángel González por megafoní­a con voz nasal, el único nombre masculino en un mundo sólo de mujeres. Esperemos que no hayan vuelto a expulsar a N, a L o a G.