Vasos medio llenos

Como ustedes saben, señoras y señores, la mitad, el centro, la media de algo son conceptos resbaladizos. A la derecha podrán admirar la teoría del término medio, que está muy bien y tiene solera aristotélica. Al fondo, podrán contemplar la idea de un punto equidistante, que es así como más visual pero también implica una idea de equilibrio y simetría. Finalmente, en primer término, se encuentra la idea de la media, el tan reputado “average” anglosajón (aquí casi todo se mide y se valora respecto a su relación con la media) cuya pretensión es tranquilizarle a uno/a a base de estadística (u homogeneizarle).

Los tres centros tienen su atractivo pero al mismo tiempo suponen algún tipo de trampa. El lector medio no podrá dejar de preguntarse a estas alturas “¿a qué viene esto?”. Pues a una cuestión muy simple (o de complicación por debajo de la media, si se prefiere). Hace un par de semanas una profesora del master me hizo saber que mi primer essayese que había escrito a matacaballo en plena época de carapantallismo profesional- era muy bueno. La noticia me animó bastante, pero también puso presión sobre el que estaba escribiendo en ese momento. Si una tesina escrita en cuatro días estaba muy bien, una para cuya escritura disponía de dos semanas debería seguir estando muy bien. Ese listón alto complicó mucho las cosas y por otro lado la propia complejidad del tema (comparar la Odisea de Homero y la película 2001: Una odisea en el espacio de Kubrick) tampoco facilitaba la tarea.

La cosa es que durante el proceso aprendí bastante, terminé bastante cansada, estuve haciendo cambios hasta el último momento (movida por el perfeccionismo que despertó la buena nota; el enfoque del primer essay era simplemente sacarlo adelante a tiempo), pero al final entregué algo que me pareció razonablemente bueno. Pasadas unas horas, empecé a darle vueltas al cambio de título de última hora y a la nueva versión de las conclusiones y a si en realidad el essay no tendría demasiada información y poca interpretación, a la posibilidad de que le faltara teoría. Mi forma de enfocar el “essay” estaba siendo muy distinta a la de la vez anterior. Había muchas expectativas y eso había enturbiado el punto de vista durante la gestación de la tesina y tras la entrega. La cosa es que seguía tan agotada como una hora antes de ese mismo viernes día de la entrega del trabajo, pero ahora, en lugar de sentir el alivio y el bienestar que suceden al final de una tarea, rumiaba reparos estériles.

De algún modo me di cuenta de que me había metido en un bucle absurdo y corté el círculo para convertirlo en una recta. La recta me permitió salir de mi cuarto, recorrer el pasillo y entrar en la cocina. Allí tropecé con S. y charlamos un rato, entre otras cosas, de mi bucle, pero contado desde fuera (y visto desde fuera el radio era pequeño y por tanto la magnitud del bucle/circunferencia poco importante) y en versión apta para disléxicas.

Al día siguiente tocaba volver al “carapantallismo”, es decir a un trabajo de tipo editorial que supone muchas horas y mucha concentración y unas fechas de entrega muy cortas, cuando a mí lo que me pedía el cuerpo era un buen descanso y alguna palmadita en la espalda. El carapantallismo tocaba al día siguiente, y al otro, y al otro. Eso sí me tomé un día libre por higiene mental. Y la cuestión es que ahora en este terreno carapantallil mi vaso sigue tan medio lleno o medio vacío como hace dos semanas, pero por algún motivo parece más vacío que antes. Será el cansancio acumulado o que en realidad sigo sumida en algún tipo de bucle que me absorbe la energía. Como ustedes saben, como ustedes saben, como ustedes saben.