Un mundo extraño

Este es un mundo extraño como los que canta Chavela Vargas.

Esta tarde regreso a Londres. Ayer salí­ a dar una vuelta y a comprar algún detalle de última hora. En Madrid hace calor, pero la máxima no supera los 35 grados. Al pasar por una tienda de productos de caza y pesca y de deportes, no lejos de la peluquerí­a de Esperanza Aguirre, Ana Botella y la duquesa de Alba, y en frente del conflictivo Parque de Santander (donde Espe puso campos de golf a pesar de la oposición de los vecinos) vi en el escaparate unos escarpines de natación, una especie de manoletina con agujeros que te protege de los hongos de las piscinas. Decidí­ comprármelos, porque las piscinas públicas de la Pérfida no se caracterizan por su higiene esmerada y porque he decidido recuperar la natación en cuanto las contracturas desaparezcan del todo. También tenían esos zuecos ligeros con agujeros y suela de masaje que se han puesto tan de moda. Los encontré poco adecuados a las inundaciones. La cosa es que en aquel momento la tienda estaba cerrada, de manera que me propuse volver por la tarde a probarme los escarpines.

Las noticias de las inundaciones volví­an a copar SKY News y también ocuparon un fragmento largo de la CNN. Al parecer, la cosa en Oxfordshire no habí­a sido tan grave como se pronosticaba, pero importante “all the same”. Volvían a aparecer helicópteros de la RAF (Royal Air Forces) rescatando gente, camiones cisterna con agua y camiones con miles de botellas de agua mineral, ancianas de piernas famélicas mojadas hasta el corvejón y crí­ticas a una infraestructura que en muchos casos data del siglo XIX. En casa llevan días insistiéndome en que me quede más tiempo hasta que la cosa amaine y convencidos de que en Londres la situación debe ser muy semejante a la del Centro y Oeste de Inglaterra.

Para mí­ estaba claro que en la capital la cosa estaba mucho más controlada. Habí­a escrito a F. mi casera y compañera de piso, preguntándole cómo estaban las cosas por allí­ y me contestó que bien, que acababa de regresar de su camping en medio de las inundaciones y que a partir del miércoles se iría a acampar a Oxford si el tiempo lo permitía (??). La verdad es que a esta chica a veces parece que le falta un verano (seco) o un hervor (¿en agua de lluvia?).

Me recordó que estoy invitada a la barbacoa de una vecina el sábado (la estatua de sal cumplió años hace poco) y añadió que nuestra zona por ahora está bien, pero que convení­a que me asegurase de que los trenes desde Gatwick funcionan con normalidad. Ni las páginas de Easyjet ni la de los Transportes de Londres señalaban ningún problema respecto al aeropuerto o la conexión en tren pero la previsión meteorológica de la web de transportes indicaba para hoy un 81% por ciento de probabilidades de lluvia. Lo que no indicaba era la intensidad de dicha lluvia.

Me sentí­ aliviada, aunque me di cuenta de que internamente toda la historia de las inundaciones en Inglaterra me tenía bastante preocupada, a pesar de que hasta entonces mi enfoque habí­a sido bastante “racional”. Pregunté en casa si necesitaban algo de la calle. Mi hermano pequeño se marchaba esa noche a Grecia, donde andaban por los 45 ºC, pero al parecer tenía de todo, salvo un dispositivo de sombra portátil.

De camino hacia la tienda de caza y pesca y deportes pensé que a lo mejor en lugar de escarpines de natación debería comprarme botas de lluvia (¡qué ironí­a, en pleno julio!) pero deseché la idea porque en Londres tengo unas estupendas botas de Goretex.

De camino a la tienda me fui cruzando con los bañistas que daban por terminado su dí­a de piscina y que salían perezosamente y con aire relajado del Polideportivo de El Canal o del Vallehermoso, un poco más abajo.

La tienda en cuestión es una Babel de cebos, gafas de sol, lanchas, bolsos, cinturones y calzados varios. Dos chicos de veintitantos, en pantalones cortos y chanclas revisaban los estantes de los cebos (los que vení­an en bolsas parecían directamente gusanitos, cheetos, y doritos; el estante de los dulces mostraba lo que parecí­an gominolas de sabor fresa).

Mientras ellos observaban las “chuches” yo trataba de localizar en medio de aquel maremagnum de lanchas, cañas de pescar y peces de resina de mirada inmóvil mis escarpines. Uno de los chavales de las chanclas se detuvo delante de una especie de Cheetos con forma de dados. “¿Qué es esto?”, preguntó al dependiente, señalando los cubitos de color naranja. “Es un flotante de maí­z con sabor a mejillón” fue su sorprendente contestación. Tal grado de sofisticación y tal despliegue de pasta para engañar a un pez me produjo por un lado un rechazo muy evidente: estos echan productos que saben a mejillón mientras la gente en algunos paí­ses se muere de hambre y por otra parte me pareció todo tan surrealista (la tienda, los domingueros de compras allí­, Inglaterra inundada, mi hermano viajando hacia un lugar con 45ºC) que la idea de proporción y de ética parecí­an estar fuera de lugar.

El programa de Telecinco “Aquí­ hay tomate“, nefasto donde los haya (no sólo por su mal gusto evidente, sino por la ideología subyacente), ya me había puesto en guardia respecto a la falta de sentido de tantas cosas y a lo contagioso de ciertas ideas si uno no toma precauciones. Necesitamos escarpines antihongos para prevenir contagios de todo tipo. En verano es más fácil contagiarse, porque uno se relaja y baja la guardia.

Pues sí­, éste es un mundo extraño.

2 respuestas a «Un mundo extraño»

  1. Pues sí, que mundo este. Celebro que en Londres no sea para tanto, eso decí­an las noticias, pero cuidadín por ahí­ no te nos vayas a ahogar. Como ya te has vuelto a escapar sin verme, espero que la próxima vez tenga más suerte. Ah, lo de los zuecos con agujeros no es buena idea ni para Madrid, son horrorosos.
    Millones de besos y te reservo a mi Estrella para cuando vuelvas.

  2. Hoy he dormido con dos mantas finas… y ahora mismo estoy con la ventana abierta y jersey, pero no llueve.
    Besos,
    E.

Los comentarios están cerrados.