Últimos días en Londres: La peluquera castigadora (I)

Recupero en este y próximos artí­culos algunos retazos de mis últimos dí­as en Londres.

Como comenté hace unos cuantos post, una de mis asignaturas pendientes en Londres era catar las peluquerí­as. Después de dos años en Londres no habí­a ido nunca a ninguna hair dresser local, de manera que mi comparatismo antropológico tení­a ese aspecto pendiente de desarrollo. La razón era que las peluquerí­as de mi barrio eran muy cutres y las buenas del centro tení­an unos precios desorbirtados, así­ que aprovechaba mis viajes a Madrid para pasarme por la pelu (ver aquí­) y codearme con la crème de la sociedad madrileña.

Las últimas semanas londinenses las pasé en casa de mi amiga V. en la zona de Putney, cerca de Richmond y Wimbledon. Para quien no la conozca, diré que es una zona muy bien comunicada, llena de comercios, en la orilla sur del Támesis. Un lugar muy agradable, en resumidas cuentas, de alquileres altos y lleno de peluquerí­as que cierran tarde.

En mis paseos de la tarde recorrí­a varias peluquerí­as y planificaba celebrar el final del carapantallismo -cuando lo alcanzara- con la visita a alguna de ellas. Analicé algunas y me gustaron dos de ellas. Cuando le pregunté a mi amiga cuál de las pelus de su barrio me aconsejaba, me quiso disuadir de ir a ninguna peluquerí­a inglesa estando mi vuelta a España tan cerca ya que según ella las peluquerí­as inglesas son mucho más caras y mucho peores que las españolas. Ella, de hecho, siempre se corta en España, aunque lleva unos ocho años en Londres. Pese a esto, comentó que una amiga suya iba a una japonesa del barrio, peluquerí­a que casualmente era una de las que me habí­a dado buena impresión. De manera que, consciente de la importancia antropológica de no irme de Londres sin probar una peluquerí­a local, decidí­ que tení­a que ir a esa peluquerí­a antes de regresar.

Como el carapantallismo avanzaba más despacio de lo esperado por problemas con Internet, pensé que en lugar de celebrar el final de la tarea, tení­a más sentido celebrar el final de la primera parte y una de esas tardes me fui para la pelu. Me presenté en la Japanese hair dresser toda pichi con idea de que me atendieran ese mismo dí­a. Una japonesa de mediana edad muy sonriente me dijo que no era posible, y me dio cita para dos dí­as después. Al salir curioseé la lista de precios y servicios del exterior y me gustó leer que el corte + lavado incluí­a un masaje de Shiatsu por un razonable total de 32 libras. El dí­a de marras me presenté allí­ muy puntual. Me arrebataron el abrigo, el gorro y el bolso y me hicieron sentar en la silla del lugar donde te lavan el pelo.
Continuará

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