-Un descafeinado de sobre, por favor.
Estoy en la terraza de un pub llamado The Drunken Duck (El pato borracho, you know), aunque a estas horas debería estar haciéndome una ecografía. Resulta que en el momento de salir de casa no encontraba el volante que me dieron hace unas semanas.
Optimista como soy, y dado que estamos en la era de los DNI digitales, las oficinas sin papeles y los archivos sincronizados en la nube, he pensado que si les facilitaba mi tarjeta a los del centro diagnóstico colaborador rápidamente les aparecería la cita a mi nombre en sus archivos, así que he decidido acudir pese a todo. No era cuestión de dejar pasar una cita como esta.
Se me ha hecho tarde buscando los papeles, así que cojo un taxi. Recuerdo la calle del centro diagnóstico, pero no el número, así que le digo al taxista la calle y por el camino busco la dirección en Google.
La encuentro, se la digo al taxista y llegamos a tiempo, cinco euros más tarde.
Una vez en el mostrador le cuento la historia a la recepcionista.
-Tengo cita ahora para una eco, pero no he traído el volante porque no lo encuentro. Pero aquí tiene mi tarjeta para que pueda consultar la cita en su base de datos…
-Imposible, hace falta el volante.
-Pero es que no lo encuentro… Y además, si he podido pedir cita a través de internet y en esa página se almacenan mis citas y se pueden gestionar seguro que podemos acceder a mi ficha y ver la reserva de hora.
-Imposible. Nuestra base de datos es independiente.
-Lo que quiero decir es que si me da cinco minutos miro desde mi Iphone, en la parte de gestión de mis citas y seguro que aparece esta cita y se lo podré mostrar.
Me estoy acordando de lo que hacen en muchas compañías aéreas, que en lugar de tarjeta de embarque escanean un código de barras en tu Iphone. No espero algo así, pero al menos sí un poco de colaboración…
La recepcionista pone cara de esta-tía-se-chuta o de preguntarse dónde está la cámara oculta.
Lo intento por el lado emocional.
-Con lo difícil que es conseguir cita… ¿Seguro que no hay alguna forma de arreglarlo?
-Como mucho puedes llamar a tu ambulatorio, decir que te cojan el volante y nos lo manden por fax.
Dice esto y desaparece sin darme el número de fax.
Llamo al ambulatorio. Aguanto estoicamente la retahíla de “si desea tal pulse cual” (y también dos huevos duros) y cuando por fin me pasan con un interlocutor humano le cuento la película.
Resulta que mi cita para la eco es una información súper confidencial que sí me puede proporcionar (o duplicar) mi médico. Y digo yo, si tan confidencial es esa prueba por qué la cita para la eco me la ha dado personal administrativo no autorizado. Me guardo mis reflexiones para mí misma para no complicar más las cosas y me limito a decir:
-Pero ese tipo de información tiene que estar en mi ficha, y ser accesible desde la intranet… Es por no perder la cita…
Me siento como un investigador de CSI que tuviera que trabajar con un Spectrum.
-Bla, bla, bla… -mi interlocutora sigue a lo suyo.
La solución “salomónica” con la que sale es que me da una cita con mi médico para que éste, que es el único autorizado para acceder a mi historial, haga un duplicado del volante, yo vuelva a pedir cita para esta prueba ante un administrativo no autorizado a conocer mis citas, y vuelva a venir a este centro médico-diagnóstico del número 40 de Juan XXIII. Una solución realmente imaginativa y un prodigio de eficacia, el de repetir todo el proceso, por mi parte, la del Insalud y la de la entidad colaboradora. (Visto en clave positiva al menos ya sé el número y dónde está el sitio; ¿he dicho ya que soy optimista?).
Le explico a la muy entregada y servicial recepcionista, con la voz un poco temblorosa, que no lo he podido conseguir.
-¿Me dice cuál es su nombre para anular la cita?
Pienso: “ahora sí que aparezco en tu base de datos, ¿verdad, pedorra?”. Pero respiro hondo y le digo mi nombre sin poner cara de asesina ni nada.
En la calle, en un arranque de vena concienzuda, didáctica o por simple cabezonería me meto en la página de cita previa a ver si aparece mi reserva de hora para la ecografía.
Ni rastro de ella; de hecho, esta página solo recoge citas directas con el Insalud. Ahí está por cierto resaltada en un recuadro la cita de la semana que viene con mi médico de primaria para repetir todo el proceso.
Me pongo a caminar calle arriba, sin tener claro si es el camino correcto, pero diciéndome que qué más da, si ya no tengo prisa. Resulta que voy bien, porque al poco tiempo reconozco un acueducto, el de la calle Pablo Iglesias. “Esa sí era buena tecnología, la de los acueductos” me digo a mí misma, aunque este es del siglo XX y bastante feo, la verdad. Hay una cuesta muy pronunciada y aunque podría ir por otro camino la empiezo a subir animada porque me parece una forma de expiar mis culpas. Cierto, el sistema del Insalud es primitivo y poco flexible y es lamentable que en la era digital si pierdes un papel estés perdido, pero a mí ya me vale también, a estas alturas de la vida ir perdiendo los volantes de las ecografías…
Cuando termina lo peor de la pendiente y siento que he pagado mi penitencia avisto una terraza de una cafetería tipo pub llamada “El pato borracho”. Lo encuentro tan apropiado para mi situación que decido sentarme. Dado que mi lucidez es poca como para reducirla aún más tomando algo con alcohol y puesto que ya llevo dos cafés pido un café descafeinado de sobre y me pongo a escribir este post.
Al poco me traen una taza en la que se lee “Cafés El templo del café”. Lógico, si los cafés son divinos en un sitio, lo suyo es pedir un descafeinado de sobre… En mi descargo diré que quién iba a pensar que la especialidad de El pato borracho fuera el café… (bien pensado, las especialidades de El pato borracho sólo pueden ser el Alkaselzer, el bloody mary o los cafés bien cargados).
El café -de la misma marca que la taza- es magnífico, y la leche está muy cremosa. Definitivamente el mundo esta tarde de viernes no es tan hostil como me parecía.
Mientras pago la cuenta me prometo a mí misma empapelar mi habitación con copias del próximo volante que me den, no vaya a ser…