Si se me ocurre cerrar los ojos por un instante pasan dos cosas. La primera es la invasión de sonidos: mis oídos se llenan de carcajadas, oigo a gente chasquear la lengua, abrir latas de refrescos, teclear mensajes en su móvil, hablar por teléfono, farfullir y mascullar “qué mierda” y otros tacos, oigo a alguien sorber y a alguien masticar kikos y patatas fritas ruidosamente. Mi nariz se llena de olor a kikos y pipas rancias.
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