Sobre la realidad y su sentido

Ando enfrascada en una traducción de una narración del inglés al español. Mi trabajo consiste en primer lugar en entender qué hace el texto original y cómo lo hace y después en construir o crear un texto equivalente en español. Descifrar sentido y expresarlo de nuevo. En esta doble tarea es muy importante reparar en los detalles, las formas, los contextos. Obviar los matices puede suponer hacer una traducción nefasta. Mi carapantallismo actual consiste en habitar una ficción regida por el sentido.

En otras palabras, jugar a que esto en lo que estamos inmersos tiene sentido.

Un trabajo semejante te pone en una situación curiosa. Por un lado es una tarea solitaria y casi invisible (si trabajas en casa la gente termina creyendo que no trabajas), aunque con un cierto prestigio entre la gente que lee, y por otra parte te convierte en una especie de ornitólogo freaky que anda persiguiendo sonidos de pájaros que nadie oye y que nadie distingue. Sospecho incluso que esos sonidos de pájaros no le importan a casi nadie, a juzgar por el mimo que se pone en la televisión y en la radio en el uso de la lengua castellana, en hablar de forma inteligible y correcta. Alguna vez me he propuesto registrar los gazapos de la televisión, pero siempre desisto, convencida de que no darí­a abasto. En la radio ocurre también. (Por cierto, ¿alguien podrí­a explicarles a los locutores de Kiss Fm que el Mercy de Daffy no significa gracias sino clemencia, misericordia o piedad; “you got me begging you for mercy, mercy, mercy”).

Así­ salgo de la realidad paralela en la que habito para meterme en una realidad subterránea poblada con gente llena de paraguas y abrigos de piel de oso y carritos de niño, y carritos de la compra y personas que parecen normales pero creen firmemente en que pueden atravesar tu cuerpo, que desconocen aquello tan básico de “antes de entrar dejen salir” o las contrastadas ventajas de una buena higiene corporal. Un mundo en el que lo normal es que las embarazadas y los ancianos del vagón sobrevivan colgados de la barra y en el que lo suyo es andar sorteando goteras, montones de serrí­n y periódicos destripados por el suelo. El detalle más curioso de este mundo “y lo que hace que todo lo demás merezca la pena- es, sin duda, la gotera que cae imperturbable dí­a tras dí­as sobre un cubo en el que se lee: Comida Perro Prosegur. Es conocido que el agua de Madrid es muy buena, pero no sabí­a yo que esos perrazos pudieran subsistir con agua de lluvia con residuo de pared y techo, con retrogusto terroso.

El otro dí­a, de regreso de la piscina, iba yo sumida en estas ideas, en lo grato que es viajar en un suburbano tan abarrotado, sucio y lleno de gente incí­vica y en cómo me gusta ser la ayudante 24 horas del polideportivo, especialista en sortear nadadores ciegos de mi calle y las colindantes, capear compañeras de vestuario con especial querencia por tu espacio fí­sico y necesidad de hacer apostolado todo el tiempo sobre cosas que ni interesan ni tienen ningún fundamento y asistir aquí­ y allá a gente que no tiene ninguna deficiencia importante pero va por la vida sin mirar a su alrededor, cuando tuve la dicha de encontrar asiento (no habí­a embarazadas ni ancianos a la vista, tranquilos).

Con mucha propiedad, como estaba en el metro, me senté a leer mi Metro, y cuando andaba enfrascada en una curiosa/morbosa noticia sobre las funerarias que al parecer proyectan abrir un departamento CSI, es decir, conservar muestras de ADN de los difuntos para rastrear enfermedades genéticas, un tipo grande y que desprendí­a un olor desagradable pero difícil de identificar se sentó a mi lado. Vi que leí­a descaradamente mi periódico, cosa que me molesta, más incluso si es gratuito. La cosa es que al rato, como cotillear mi periódico ya no suponí­a un reto para él, pasó a la siguiente pantalla y se vio con ganas de pedirme que le hiciera un comentario de texto o una crí­tica del artí­culo que ambos estábamos leyendo. No sabí­a él que me gano la vida haciendo este tipo de cosas y que mi madre me dijo de pequeña “no hables de textos con desconocidos”.

En el periódico vení­a una infografí­a bastante cutre para ilustrar la noticia de las funerarias que mostraba entre otras cosas dos copas de cerveza y junto a ellas un móvil en cuya pantalla se leí­a “Descanse en paz”. El tipo me preguntó ¿así­ que la cerveza es mala? “Hombre, depende de cuántas se tome uno”.

Pues a ver -me contestó- yo me tomo unas seis cervezas al dí­a. Y también cuatro cubatas y tres gintonics. Me alimento de lo que bebo y de salchichón. Soy vegetariano. No tomo ni leche, ni carne, ni huevos. No tomo pan porque engorda. Me alimento de tomates y pimientos. Y ya ves. Estoy como un toro. Ochenta años. Como un toro”. La enumeración de bebidas alcohólicas incrementaba la inquietud del viajero que habí­a a mi izquierda, que le lanzaba miradas alarmadas, pero no decí­a nada. “Hoy mismo”, dijo, “ya me he tomado dos gin-tonics. Me los tomo dobles, así­ que me he tomado seis. En ayunas”. No estaba mal para ser sólo las 10 y media de la mañana de un miércoles laborable.

Algún mecanismo de seguridad se habí­a desplegado en mí­, afortunadamente, y así­ ni las contradicciones ni las aberraciones dietéticas ni las dosis mencionadas cortocircuitaron mi cerebro. De hecho ni siquiera le contesté, temiendo incrementar su sed de relato (nunca mejor dicho), y por miedo a que la conversación con este ser mí­tico se pusiera peligrosa. El tipo parecí­a un ex boxeador, grandote, hinchado y con cara atontada pero desde luego no aparentaba ochenta años. Tení­a bastante pelo, negro.

Cuando me levanté para bajarme, con la impedimenta de natación a la espalda y mis propósitos de ponerme a traducir cuanto antes, oí­ que me decí­a, “ahora puedes ir a tomarte un cubata tú” y luego una risa. El comentario me arrancó una media sonrisa. La frase tení­a la virtud de ilustrar perfectamente la distancia entre su lógica y la mí­a y por otra parte, era un intento a la desesperada de que le siguiera el rollo.

Cuánta razón tení­a este hombre, entre los largos en la piscina y las horas de cuidadosa traducción lo que yo necesitaba era un par de cubatitas para abrir boca.