Semana Santa: regreso a Madrid y balance

De vuelta a casa en Semana Santa, las conversaciones entre españoles en el aeropuerto de Gatwick me parecieron completamente irrelevantes. Influía la edad, supongo: en su mayoría eran “teenagers”, dieciocho, veinte años. Sin embargo, me cayó bien una familia bilingüe: tanto la madre -que parecía española- como los hijos hablaban indistintamente español o inglés. Un poco desfasados en el vestir y en la forma de moverse, pero espabilados, activos y con una gran capacidad para adaptarse. El padre no estaba, pero existía, porque hablaban de él. Me resultaron simpáticos y también tuve la sensación de que eran la quintaesencia de lo inglés: algo no muy estético, pero eficaz, producto de una mezcla y en crecimiento.

Visto con distancia -reescribo esto meses después- ya no estoy tan segura de que representen tanto lo inglés como mi vida en Inglaterra: en medio de dos mundos, presa de una cierta orfandad y con ese desfase visual o temporal.
Cabe preguntar qué esperaba yo de las conversaciones de los españoles, qué expectativa encierra el “irrelevantes” del párrafo anterior. Buena pregunta. Supongo que lo que ocurre es que cuando un@ vive fuera de su país, los regresos -“sean breves o no- se cargan de significado. Un@ está ávido de señales, de indicios de lo que se ha estado perdiendo este tiempo, o de lo que un@ es, de lo que significa ser español o española, pregunta que no suele hacerse cuando vive en su país.
Una amiga que lleva ocho años viviendo en La Pérfida comenta que cuando regresa a España, incluso a una ciudad que no es la suya, tiene ganas de abrazar a la gente que se encuentra por la calle. Comenta que es una sensación muy curiosa, porque a pesar del “momento abrazo” -que hasta donde yo sé se ha quedado sólo en un proyecto-, es consciente de que no está en su ciudad, de que no conoce a la gente y de que la gente no habla catalán como en su Barcelona natal. Es como si tras muchos años viviendo fuera, en lugar de regresar a tu casa, regresaras a la casa de unos vecinos o de unos parientes lejanos. El ambiente te resulta familiar y acogedor pero no es tu ambiente.

Una conocida venezolana también tuvo en su estancia en Londres sus “momento abrazo”, pero en su caso era más bien algo que estaba tentada a pedir, rogar o exigir en medio de las calles de la capital de La Pérfida en los momentos más duros. El contraste entre la forma de relacionarse en Venezuela y la de Inglaterra debe ser muy fuerte. (Continuará)