(y también el amarillo)
Al final Madrid es un pañuelo, de forma que accidentalmente (nunca mejor dicho) me entero de que el chino que me achuchó, que resulta ser fisioterapeuta y monitor de Pilates amén de chino, está metido en algún arte marcial de oscuro nombre que se practica en el Retiro. Y digo arte marcial de oscuro nombre porque mi fuente no está segura de su spelling; bueno ni de su spelling ni de su meaning, si a eso vamos. Se me perdonará que use palabras inglesas pero es que como traductora y lectora en inglés sigo viviendo en pleno bituinismo lingüístico (por aquello del “between languages”).
Llevaba algún tiempo intentando localizar a un grupo que hacía Chi-kung (o Qi-gong, que es lo mismo) al aire libre en la zona norte de Madrid capital, en plan periodista intrépida, pero la estela era difícil de seguir, porque algunos testigos sostenían que la cosa tenía lugar en la Remonta y otros en el Parque del Oeste y por supuesto la Red sólo recogía iniciativas puntuales y caducadas Por otra parte, pese a mis lecturas e investigaciones, y una clase de prueba a la que asistí, no conozco más que dos o tres posturas de Chi-kung, y pese a que en Inglaterra me desembaracé de gran parte de mi sentido del ridículo (como prima de Míster Bean no hubiera podido sobrevivir de no hacerlo así y además Inglaterra es un lugar perfecto para afinar tu autosentido del humor) y de que un ritmo lento parece que disimula más la ignorancia que el ritmo digamos, de una clase de step (sí, yo era ésa que no se sabía los pasos y siempre iba a la derecha cuando había que ir a la izquierda), el plan me apetecía pero tenía que vencer una cierta resistencia inicial. La cosa es que como la versión 1 y la versión 2 se desarrollaban temprano el fin de semana y como llevamos un otoño-invierno bastante gélido lo fui posponiendo.
La noticia de que el chino que me achuchó daba clases de algo marcial chino en el Retiro parecía una indicación de que ya iba siendo hora de que me pusiera a ello. Decidí que era momento de ponerse serio y que de ese domingo no pasaría aunque hiciera dos grados bajo cero, como así era. Porque claro, una vez decidida, unos palmos de nieve no iban a impedirme poner en práctica mi plan ¿o sí?
Quedaba la cuestión del atuendo y de no llevar bolso. Había que llevar cosas calientes pero ligeras y por supuesto no llevar bolso, ¿porque dónde lo ibas a dejar? Quería llevar algo de dinero por si acaso, pero claro, las monedas harían ruido y romperían la atmósfera yin o yang del momento. Varias prendas térmicas después (sí, ya sabes esos tejidos inteligentes que conservan el calor, cortan el viento y permiten transpirar bien, supuestamente), ya estaba lista para partir, pero tenía un pequeño problema: sabía que el Falun Gong (que así se llama la cosa) lo practicaban en el Retiro, pero el parque es muy grande; así que una vez entré en el helado recinto, pregunté a uno de un puesto de chucherías. Me dijo que los chinos esos de las cosas raras practicaban en dos lugares, detrás del Palacio de Cristal y detrás de la Casa de Vacas. Consideré que lo primero sonaba más oriental-chino (y lo segundo más oriental-indio) y que además sabía llegar sin preguntar (cosa nada baladí; para mí el Retiro más allá del estanque grande y la entrada de la Puerta de Alcalá es como una jungla ignota: hace unos años me perdí en plena Feria del libro; en mi descargo diré que se hizo de noche y era difícil reconocer) y me fui para allí, tratando de no resbalar sobre las capas de hielo que llenaban ciertas partes de los paseos.
Por algún motivo aquel día el Retiro estaba lleno de franceses, familias, grupitos de jóvenes, franceses por todas partes, la mayor parte con cámaras de fotos.
Sea como fuere, en uno de los lados del Palacio de Cristal localicé a cuatro locos con ropas amplias que empezaron a hacer movimientos chinos. Tres de ellos llevaban atuendos coloristas chinos y sólo uno, el más alto, iba en plan occidental. Empezaron a hacer unas posturas con mucho movimiento, lento y armónico, pero bastante amplio. Me los quedé mirando desde mi atalaya resbaladiza, sin saber muy bien qué hacer. Me había imaginado un grupo algo más grande, y en el que hubiera otros principiantes entre los que pasar inadvertida, pero esto parecía más bien como si cuatro amiguetes se hubieran reunido a hacer esto y no como un grupo más o menos organizado. Ahí estaban junto a un árbol, en una zona en la que había menos nieve, en un día en el que hacía un frío punzante. Me quedé mirándoles discretamente un rato y después al estar segura de que el chino que me achuchó no estaba entre ellos, y que por tanto quizá ninguno de ellos fuera el instructor voluntario y las consideraciones del frío y que no tenía ni idea de esos movimientos, decidí darme una vueltecita.
El estanque frente al Palacio de Cristal no estaba helado, pero sí tenía una capa de hielo a la deriva sobre la que unos patos caminaban tranquilamente dando lugar a una escena que nos interesó vivamente y por igual a mí, a varios franceses, y a unos cuantos niños.
El Retiro estaba precioso, había que reconocerlo, lástima que no hubiera traído la cámara de fotos pero claro necesitaba tener las manos libres para hacer mis movimientos de Falun Gong. Saqué el móvil extraplano de un bolsillo de mi anorak térmico para sacar una foto de los patos y demás, pero no me quedé nada contenta con el resultado, que por la escasa luz parecía un churro y me vino a la cabeza un cierto parentesco entre el andar algo torpe de los patos (se dice “parece un pato mareado; se mueve como un pato… etc) y mi previsible versión de los movimientos de Falun Gong.
La cuestión es que seguí paseando por el Retiro con bastante precaución y una hora después me fui.
La semana siguiente descubriría…
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