Procrastineison and selebreisons (Parte IV)

La empresa de alquiler de ropa académica no tardó en contestar a mi email. Como ocurre a veces, un texto personal de quince lí­neas, que contení­a cosas como mi altura en pies (que cosa más grosera) y mi contorno de pecho en pulgadas (demasiado íntimo, ¿no?) y mis comentarios sobre la falta de un cheque asociado a una cuenta inglesa, recibió asimétricamente un simple mail profesional de tres lí­neas que venía a decir que no habí­a problema, que podía pagar por teléfono o por Internet, pero que confirmara pronto mi pedido porque mi facultad la iban a cerrar en breve, en una asimetrí­a que demostraba claramente quién tenía la sartén por el mango.

Me alegré de haber recibido una respuesta rápida -aunque escueta- y me puse a pensar que seguramente la razón de la falta de respuesta de facultad se debía a que había pillado en medio un bank holiday (tiene narices: con los pocos días de fiesta que hay en Inglaterra me tiene que tocar uno en un momento crí­tico).

Sombra de alumno con ropa de graduación
La sombra del graduado es alargada; Cindy Parks – Pixabay

Dado que aquel dí­a ya era laborable y seguía sin noticias, lo más sensato era llamar por teléfono y contarle la película a la persona que se ocupaba del asunto. No me apetecía nada ser llamada al orden por teléfono, como procrastinadora que trata de sufrir su mal en silencio me parece una falta de estilo que me están recordando a cada rato mi condición, pero no quedaba otra. Conseguí­ hablar con “The woman” y le expliqué el problema, con un discurso más misterbeaniano de lo que me hubiera gustado (emm, arrr, estoooo, aquí Paca Martínez Soria, española de España, mire usted, digo mire you, soy alumna…, se ve que la culpabilidad acentúa la torpeza).

Me escuchó cortésmente pero cuando terminé de exponerle el caso contestó algo que me costó entender. Las palabras eran claras, pero el significado de su combinación no entraba en mi diccionario de posibles respuestas. Decí­a: “There are no accommodations for Wednesday ceremony“. Las frases adyacentes las entendía en espí­ritu y en letra: hay una larga lista de espera, las plazas para la graduación son limitadas… pero no era capaz de asumir que no hubiera sitio para mí en mi propia graduación y menos después de haber mandado por partida doble un email tan currado y apremiante. Y además, ¿a qué venía llamar “accommodation” a un simple asiento en una sala? Porque a lo mejor se referían a una habitación en una “residence hall” y yo no necesitaba alojamiento en absoluto, yo querí­a simplemente un par de asientos.

Reformulé la frase fatal para asegurarme de que la había entendido: ¿así­ que no hay ni un solo ticket para mi graduación? Repitió que habí­a una gran waiting list para ese día y entonces yo me refugié en la tradición de mi país… en mi paí­s estas cosas no se organizan así­. Insensible al cultural gap, dijo que las plazas eran limitadas y que por eso nos habían pedido que confirmáramos antes del 2 de mayo. Touchée. La tipa tenía razón aquí­ y en las Conchimbambas. Le pedí­ disculpas. La solución que me proponía era acudir a la ceremonia del viernes 5, en la que se presentarían otras personas que no tení­an plaza para el miércoles. Una repesca en toda regla. Le dije que ya que no me quedaba otra posibilidad, que por favor me cogiera plaza para el viernes, pero aún así­ le pregunté si habría gente de mi promoción ese dí­a. Dijo que sí, que acudirían algunas personas que se habían quedado sin entrada. Pensé que aquello iba a ser algo caótico, pero que al menos acudirí­a a la ceremonia. Me dijo que le mandara mi dirección fí­sica para hacerme llegar la información sobre el evento y que ya concretaríamos el asunto del pago del ticket y demás.

Aprendiendo de mis errores, le envié con diligencia la dirección de mi antigua casa en Londres, casa en la que me iba a alojar esos días, comentándole que si me escribía a España, la carta y yo nos cruzarí­amos ya que volaba inmediatamente a Londres. Transcurrían los días y no habí­a noticias de la facultad.
Aterrizamos en Londres un viernes por la tarde. Llegamos a la que fue mi casa durante casi dos años hacia las nueve de la noche. La escena fue muy parecida a muchas que viví­ allí. F. pasaba la aspiradora con diligencia porque una nueva flatmate estaba a punto de llegar. Nos saludamos muy efusivamente y la encontré igual.

Foto de Whitehall en Londres
Maxssx – Pixabay

En Londres, lo mismo: me encontré con un montón de cartas mías atrasadas (F. juró y perjuró que las acababa de ver), entre ellas una de la oficina del Censo con las papeletas para votar en las elecciones de Marzo (en las que no pude votar, a pesar de haber comunicado al Consulado español que regresaba a España definitivamente), una carta de Zapatero pidiéndome su apoyo y cartas variadas del móvil inglés y de la cuenta inglesa que contiene 0,64 libras. Imaginé que a Madrid tampoco había llegado la famosa carta, porque mi madre me habrí­a llamado ipso facto y me habría reproducido el contenido a su manera (aún recuerdo la escena de mi madre leyéndome por el móvil desde España una carta en inglés de la facultad sobre un supuesto brote de meningitis imparable…; menudo choteo tuvieron un par de dos que yo me sé a cuenta de esto).

Habí­amos llegado al martes y aún no habí­a noticias de la facultad. Yo había pagado ya la ropa académica, por Internet, usando mi tarjeta de crédito y comprobado cuán inútil habí­a sido la batería de medidas corporales y de conversión de unidades, ya que aunque la versión formulario postal te pedía todo tipo de datos, la versión on line sólo requerí­a tu contorno de pecho si superabas los 142 cm y además te permitía poner tu altura o tu contorno de cabeza en cm. Me cargaron 1 libra por el retraso, además. 41 libras en total por la toga, la beca y el birrete. En previsión de cambios de última hora, yo le habí­a comentado al de la empresa de togas que aunque mi graduación era el viernes, y había alquilado el traje para ese dí­a, tenía la esperanza de conseguir plaza para el miércoles. Me dijo que no habí­a problema, que llevara impresa la confirmación de pago del alquiler y que les contara la película: los trajes los dejaban en mi facultad toda la semana.

Así que se acercaba el día de la graduación y yo no había recibido aún la confirmación de la plaza, pero eso sí tenía una flamante toga de mi talla esperándome. No teníamos Internet en casa, y llamar tampoco hubiera solucionado mucho, porque en cualquier caso necesitaba recoger el ticket físico con la numeración de la silla. La mejor solución era pasarse por la facultad, pero por otro lado, me daba palo hacer perder el tiempo a mi hermano yendo a la facultad para investigar qué pasaba con las confirmaciones cuando él podría estar durmiendo un rato más o paseando por Londres. Por otra parte, no me apetecía nada ir sola y aquello nos concernía a ambos. Todo ello y mi propia idiosincrasia montaron una escena tragicómica de lucha de sexos en el que la mujer se contradice, el hombre sigue la lógica de una parte de lo que ha dicho la mujer y la mujer se enfada porque el hombre no sabe leer entre lí­neas. (Seamos ecuánimes, contemos las dos versiones. Según la percepción del hombre, la mujer ni siquiera se contradice: simplemente dice primero A y cuando el hombre contesta a ese A, ella se saca de la manga que también había dicho B y que es evidente que la verdadera opción es B y que hay que estar ciego o ser hombre; esto lo dirá sólo si está muy cabreada, pero casi siempre lo pensará- para no verlo).

Continúa aquí.