Museo de artes y oficios de Parí­s: Lo que pudo haber sido y no fue

Advertencia: Post de cejas altas, este artículo te va a servir para presumir un poco en un ambiente cultureta, pero no lo saques a colación un domingo mientras ves el fútbol con los amigos o en la peluquería cuando alguien te pregunte si te hizo bueno en París.

Una exposición es una narración estructurada en torno a distintos tipos de discurso o ejes: la propia exhibición del objeto y sus características físicas, el efecto de su ubicación geográfica y del lugar que ocupa en la progresión expositiva (qué va antes, qué va después, qué tipo de relaciones guarda cada elemento con los elementos anteriores), los textos, el mobiliario, la señalética empleada, los apoyos multimedia y por supuesto la interacción de todos estos ejes entre sí.

La cosa es que el Museo de artes y oficios de París de la rue Réaumur se encuentra entre los más visitados de la capital de Francia y muchas guías lo señalan como parada imprescindible, pero, hélas!, no funciona en absoluto como relato.

Y eso que el menú anunciado por la guía Michelin prometía ser suculento: la calculadora de Pascal (1642), el fonógrafo de Edison (1877), el cinematógrafo de los hermanos Lumière (1895), un teatro de autómatas e incluso el avión con el que se voló por primera vez sobre el Canal de la Mancha (Blériot, en 1909). Mis amigos anfitriones hablaban con entusiasmo de él, así que me fui para el  Musée des Arts et Métiers en pleno barrio de Temple/Alto Marais. El museo está ubicado en una antigua abadía junto al Conservatoire des Arts et Métiers (una especie de centro de formación profesional).

 

El fonógrafo de Edison

 

El museo no funciona como relato porque presenta “personajes” pero no los desarrolla: los personajes deambulan por la narración pero no sabemos muy bien de dónde vienen ni a qué aspiran, qué rasgos tienen ni a qué dedican el tiempo libre. Son más ideas que “carne” con historia y deseos.

En términos más concretos el problema es que la exposición se limita a mostrar los objetos acompañados de un pequeño texto que los encuadra en el tiempo y menciona su inventor/desarrollador, pero no es capaz de explicar cómo se usan ni cómo funcionan.

Los franceses se quedan a un solo regate de la portería del adversario, incapaces de culminar su tarea. Es como si les faltara la fuerza (el drive) para hacer esa última conexión necesaria para terminar algo: ”vale: tenemos los objetos interesantes y sabemos de qué época son, quién los inventó y qué supusieron para la historia de la tecnología; es hora de remangarse y analizar el cacharro en cuestión, ver cómo funciona y encontrar la mejor forma de contárselo a un espectador sin formación específica pero inteligente e interesado”, o para descartar alguno de sus inventos peregrinos que no llegaron a ninguna parte.

Botes de química

Este fue el caso del Minitel, del jabón atravesado por un palo metálico de algunos baños públicos o el coche con propulsión de hélice de Marcel Leyat (1921) y otros tantos cachivaches de copyright galo que no llegaron a buen puerto y de los que habla Stephen Clarke en su libro “Français, je vous haime”. (Por cierto la agencia de inventos francesa está muy vinculada al museo).

En otras palabras, la exposición confía en que la belleza y la elocuencia de los objetos unidas al efecto mágico del nombre al que están vinculados (Lavoisier, por ejemplo, o Foucault) dejen al espectador rendido y satisfecho.

Dicho de otra forma: la exposición presupone que una probeta, una balanza o un sextante funcionan exactamente igual que un cuadro de Monet: bellos y autoexplicativos, siempre que uno sepa el título y la época.

Craso error.

Pongamos un ejemplo: en la parte de Lavoisier están explicando su estudio sobre la transformación de los gases y vemos una gran ampolla de vidrio que alojaba el hidrógeno junto a otra para el oxígeno. Vemos también una suerte de bomba succionadora de cuero (una especie de pera como las de los perfumes antiguos pero de gran tamaño) que permitía meter o sacar los fluidos y/o conservarlos (los carteles no lo aclaran, así que no lo sé con certeza) y luego explica que la masa de uno se conservaba a la hora de mezclarlos, pues de eso se trataba el experimento, de comprobar si las respectivas masas se conservaban o no.

Hay un pequeño apoyo multimedia (muy rudimentario) en francés y en inglés que hace como que quiere explicar los pasos del experimento pero se queda a medias.

Esquema de proceso químico

Así que como no visualizo el proceso, ni los pasos, y sólo veo objetos inertes (una balanza, dos ampollas de cristal, una especie de bombas de goma) colocados para resultar bonitos pero no reconstruyendo la forma en que se usaban, tengo que creerme que Lavoisier ideó con la rudimentaria tecnología de su época un sistema ingenioso para medir las masas de los gases implicados, y al mismo tiempo debo desaprovechar la oportunidad de aprender algo sobre los retos y la ciencia (qué tipo de limitaciones tenía Lavoisier y cómo se le ocurrió solventarlas; de dónde surgió su idea…), de contrastar mis nociones de física con lo que me cuentan, de aplicar la simple lógica, de revisar lo que aprendí en mi bachillerato de ciencias y de aplicar la parte aplicable de lo que veo en CSI y en series parecidas.

En definitiva, un proceso que debería apelar a un montón de habilidades cognitivas (interpretar, evaluar, asimilar y transferir conocimientos) se queda limitado a “qué bonitos cachivaches” y a “Lavoisier en el año tal descubrió cual con estos objetos tan monos”.

Seguramente no todos los visitantes tengan tanto interés como yo en la parte técnica de la exposición ni sean tan exhaustivos en su forma de relacionarse con los objetos expuestos, pero el objetivo de toda buena exposición (como la de una buena narración o la de un buen texto ensayístico) debe ser precisamente construir de forma rigurosa varios niveles de lectura, estirarse lo suficiente para rellenar esos distintos niveles y que luego el espectador/lector elija en qué nivel se queda.

Me pregunto qué no podrían hacer los empíricos ingleses con un museo como este. En todo caso el Musée des Arts et Métiers es realmente bonito e interesante siempre que uno no vaya buscando comprender cosas sino simplemente verlas y el lugar es espectacular . Entiendo que la ciencia no tiene forzosamente que interesarle a todo el mundo… En fin, Museo de Cachivaches Bonitos sería una denominación más precisa para este museo.

P.S. 1. Según cuenta la guía Acento (traducción de la Gallimard) el museo ocupa parte de la abadía de Saint-Martin-des-Champs fundada en 1060 “tercera hija de Cluny”). En el XIX se derribaron todos los edificios menos la iglesia. El refectorio que ahora es biblioteca se atribuye a Pierre de Montreuil, arquitecto de la Sainte-Chapelle y uno de los maestros de obra de Notre Dame. Más información sobre la historia del espacio en la página web del museo, pestaña Places/History (hay versión en inglés).

2. Cómo es el márketing: la guía Acento de París dice sobre este museo: “A través de series completas (…) se ilustra la génesis de los inventos y el nacimiento del pensamiento técnico”. (pg 136. edición 1995). Para mí que a esa ilustración le faltaban un montón de detalles.

3. En clave más humorística comentaré que en mi visita a este museo me acompañó un polizonte: me había tomado un antihistamínico para mi cara de mapache y a punto estuve de quedarme dormida leyendo unas explicaciones detalladas de algo que no recuerdo… El péndulo de Foucault colgado de la cúpula no me dijo nada… ¿Será que entre el bamboleo y el antihistamínico me quedé traspuesta y por eso no me enteré?

2 respuestas a «Museo de artes y oficios de Parí­s: Lo que pudo haber sido y no fue»

  1. Interesante perspectiva, Elsie.
    Ese museo me lo perdí, procuraré verlo la próxima vez para darte mi opinión.

  2. París tiene como 100 museos… seguiremos informando (pero ¡no de todos!, claro).

Los comentarios están cerrados.