Me sube la bilirrubina

Te voy a matar, Elsinora -grita la Bruja, vulgarmente conocida como mi nueva profesora de Pilates.

Como broma una vez estaba bien, ya se sabe que cada maestrillo tiene su librillo, pero la tercera vez que te corrigen a voces empiezas a mosquearte. Sobre todo si lo siguiente que oyes es:

-Magnífico, Naachoo. ¡Muy bien!
Y si levantas la vista para ver qué es eso tan magní­fico te topas con el pasmarote de Nacho, haciendo cualquier cosa de lo más normal…
Pero vayamos por partes, que como vengo indignada me lí­o.

Un poco de contexto para que os ubiquéis. Un fenómeno poco estudiado pero evidente para cualquier persona que haya frecuentado clases pequeñas de Pilates (en las grandes no hay tiempo para corregir individualmente y la cosa se diluye) es que en esos grupos reducidos, las profesoras mujeres se mueren por los huesos de sus (pocos o únicos) alumnos masculinos. Es un hecho comprobado. Todo lo hacen bien. Todo el rato les quieren corregir, ayudar… tocar, en definitiva. Es como un complejo de Electra a lo Pilates… Todo lo que él hace es fascinante y maravilloso. A la atracción normal tí­o-tía, se une el valor de la escasez e imagino que también influye que quieren tratarles especialmente bien para que no se vayan y al quedarse puedan arrastrar a otros amigos masculinos al gimnasio.

Por mi parte, aun sin ser profesora de Pilates, cuando hace unos dí­as me tuve que cambiar de grupo y vi que había un chico en él me alegré a fondo perdido, en abstracto y es que está bien tener algún hombre en clase for a change, aunque el tipo me pareció una seta. Una seta tan alta como un poste de teléfono y tan seca como él.

El poste de teléfono tendrá unos cuarenta tacos recién cumplidos, pelo blanco prematuro, la piel ligeramente morena y buenas piernas. Pero el rasgo principal de Naaachooo es que es una seta, y presuntuosa, además. Es un tipo al que te imaginas poniéndole sellos a un formulario, metiendo datos en una hoja Excel pero desde luego no haciendo nada medianamente interesante, original ni creativo. C’est pas grave, que diría un francés, no todo el mundo va a ser la alegría de la huerta, ni un Einstein en potencia, pero hay que mencionar además que Naaachooo es un tío sin hombros, y por ahí sí que no paso…

Cuando digo que no tiene hombros no me refiero a que los tenga caídos o pequeños, sino que en lugar de ser horizontales son triangulares (de leptosómico, creo que se dice). Eso para mí­ viene siendo carecer de hombros.

El tí­o sin hombros, además, no interactúa, no sonrí­e, no te mira, no frunce el ceño, ni siquiera estornuda… Saluda al irse, pero no al llegar. Naachooo se limita a obedecer puntualmente las órdenes de la profesora y a dejarse regalar los oí­dos con los “fenomenal”, “caballero”, “magnífico”, “Naaachooo”, merecidos o no y a convencerse de que se los ha ganado.

Pero seamos justos, pese a mi (justificadí­sima) indignación reconozco la eficacia de Naaachooo. No sé cuánto tiempo lleva en este grupo y qué porcentaje de su acierto tiene que ver con que conoce los movimientos y los ha practicado al estilo de la Bruja decenas de veces, pero hay que reconocer que trabaja bien y comete pocos errores. Es una especie de autómata bien entrenado. Por supuesto no merece los ¡¡genial, Naaachooo!! que brotan de los labios de La Bruja cada cinco minutos, ya que con frecuencia la postura que tiene no parece correcta, ni simétrica, por ejemplo y además le tiembla todo el cuerpo… Pero, por alguna razón, las alabanzas no dejan de llegar.

En cualquier caso, cuando somos cuatro la descarada predilección por Naachoo me da un poco igual, la Bruja nos corrige a cada una lo suyo, alaba todo el tiempo a Naaachooo, me dice que me va a matar porque he hecho no sé qué mal, felicita a Sandra por X, corrige a Sonia por Y y la clase va avanzando y el orden universal y el equilibrio hombre-mujer no se altera mucho: Naaachoo supongo que se irá contento a casa, flotando gracias a su ego hinchado, Sandra y Sonia, como no tienen ego-globo para volver volando se ponen sus zapatillas y se van y yo me pongo las mías contenta porque aunque me está costando cogerle el truco a esta mujer tan extraña que se empeña en cambiar la forma tradicional de hacer todos los ejercicios y en decir que me va a matar cuando hago las cosas incorrectamente o de una forma distinta a como a ella le gusta, se nota que sabe mucho y que se toma muy en serio su trabajo. Y se ve que me riñe con cariño (aunque no domine las formas).

Pero hoy que hemos estado solos la seta y yo en clase, más La Bruja, y los ¡¡genial, Naachooo!! salí­an como por un surtidor de la boca de esta y a mí no hacía más que llamarme lagartija (dice que me muevo demasiado), decirme que no mueva tanto los ojos (???) y advertirme que como no haga tal cosa de tal forma me va a matar (empiezo a plantearme si no debería hacerme un buen seguro, just in case, ¿tú qué piensas?).
Por si fuera poco, estas impertinencias de La Bruja han sacado un par de veces al hombre poste de su mutismo de palitroque con sangre de corcho y ha soltado una pequeña risita… Se ve que a este Naachoo se le ha subido a la cabeza lo de ser el ojito derecho de la profe y que vive feliz ignorando que carece de hombros… Al menos espero que se pregunte por qué le quedan mal todas las camisetas y todas las chaquetas sin hombreras del mundo mundial. Y que se gaste una pasta en ropa a medida jur jur jur.

Volviendo a la regañina con que me obsequió La Bruja, es cierto que sigo sin saber hacer El elefante en el Reformer. Por más que lo intente esa postura del demonio escapa a mi capacidad de entendimiento, pero es que a ver qué lagartija es capaz de hacer bien un elefante… Bueno, lo reconozco, no soy la reina de la coordinación, y seguramente el movimiento no es tan difí­cil como yo, nerviosa y resbalosa lagartija, me empeño en hacerlo, pero juraría que uno iba a estas clases a aprender, no a que te riñan por no saber y por ser torpe, o por no ser hombre…

El colmo de los colmos ha llegado cuando estábamos haciendo un estiramiento del psoas. Resulta que Naachooo como buen poste de teléfonos que es carece totalmente de flexibilidad, con lo cual mientras yo me estiraba tranquilamente con un pie sobre la barra y el otro sobre el hombro de la tabla, con los muelles bien extendidos, yo solita y sin recibir ni un simple ¡¡bien, Elsie!! o incluso ¡¡bien, lagartija!! de la Bruja, Naachooo era incapaz de poner el pie en alto para empezar a estirar. La Bruja ha ido al rescate y le ha dicho, comprensiva, “es que es difícil”.

En ese momento, de no haber estado despatarrada sobre el Reformer seguramente hubiera estrangulado a la Bruja con mis manitas de lagartija nerviosa (y vengativa). Porque, claro, cuando Naachooo hace algo mal es porque es difícil y lo que hago mal yo es porque soy torpe, o miro donde no debo, o me muevo demasiado… Va a ser todo un problema de especies: mujer caca, lagartija, caca, hombre pasmarote guay.

En fin, tengo que buscar una salida (además de mi profesora, quiero decir). O bien me tomo una valeriana para la próxima clase, o me pinto una barba, o me tomo todo esto como unos ejercicios espirituales de renuncia a mi ego y me dejo fustigar por los “¡te voy a matar!” e incluso me sumo a los ¡Naaachoo, magnífico! en plan poner la otra mejilla.
Otra alternativa tirando a radical sería hacerme una lobotomía e insertarme un cerebro de elefante. Así­ tendría garantizado que comprendo esa postura del demonio, y a una mala siempre podrí­a pegarles un trompazo a Naachooo y a la Bruja y mandarles a hacer manitas a Tegucigalpa.

Qué duro es esto del deporte, por no mencionar las relaciones humanas. En fin.

Cualquier sugerencia sobre cómo vengarme de este par será bienvenida 😉