Ayer mi pereza se vio desalojada del salón por una criatura de unos diez centímetros y color marrón. Vi un cuerpecillo alargado y con cola debajo de una mesita que tenemos en el living, en la parte que da al jardín frontal. Cogí mis móviles, mis libros y mi plato vacío y cerré la puerta, abandonando a su suerte el portátil (y la tele y el equipo de música… pero era una emergencia).
Me refugié en el resto de la casa, pasillo abajo (como en “Casa tomada” de Cortázar) y me acometió una furia limpiadora que dejó el suelo de la cocina como los chorros del oro y mis brazos y espalda un poco hechos polvo. ¡Lo que fuera para evitar visitas semejantes en el futuro o al menos hacer nuestra casa menos apetecible como destino!
Mientras pasaba enérgicamente la mopa arriba y abajo por la cocina (no es una fregona, sino una mopa de esponja), imaginaba al ratón comiéndose el cable de mi portátil… Porque además el visitante inesperado tuvo a bien presentarse justo un finde en que estoy sola en casa. Sola en medio de la noche con un monstruo de humm, 10 cm de largo y pocos gramos de peso, pero monstruo al fin. Buahhh.
He estado leyendo toda la mañana en mi cuarto y ahora, una vez cumplido mi objetivo matutino, he parado para comer. ¿Se atrevería nuestra heroína a abrir la puerta en la que mora Satán? Bueno, Satancillo. Pues sí. Lo cierto es que durante el día se ve todo distinto y además no me iba a dejar vencer yo por un vulgar ratón de campo (si hubiera sido una rata, hubiera llamado a los bomberos, tenedlo por seguro, ja, ja).
Así que nada, abrí la puerta sosteniendo mi plato de comida en una mano y el vaso de agua en otra y muy atenta a mis pies, porque temía especialmente una huida del bicharraco vía suelo con parada no autorizada y denterosa en mis pies. Pero no fue así. Todo tranquilo, corto. Aparentemente no ha habido bajas, Joe.
Eché un vistazo en el soleado living y aparentemente estaba todo normal. Un detalle importante, sin embargo: detrás del sofá en el que me siento, la leve pelusa de junto a la pared (ejem, mi furia limpiadora no ha llegado todavía al living) estaba un poco removida. Así que había sido real. Satancillo nos había visitado esa noche. Me puse a comer y al rato empecé a oír unos crujidos procedentes de lugar difícil de determinar.
¿Sería Satán? El caso es que tras escrutar la habitación tratando de saber de dónde venían sólo pude deducir que parecía proceder del techo, lo cual significaría, o Satancillo o los vecinos de arriba, ruidosos por naturaleza. Pero aquellos crujidos eran leves, no del estilo de los vecinos.
No sabiendo qué hacer (¿qué cosas espantan a un ratón?) di una sonora palmada, como diciendo, que estoy aquí, got you, y lo cierto es que al poco rato el ruido cesó, probablemente por casualidad. Decidí abrir la ventana, en plan indirecta elegante dirigida a Satán y también sabedora de que el gato de un vecino tiene costumbre de pasear por aquí y asomar la cabeza de vez en cuando (me sentía un poco como la alumna chivata recurriendo a la maestra, “seño, este niño me ha pegado”, en versión “misifú, este ratón se ha colado”). Quizá el olor de una breve parada en el alféizar sea suficiente para espantar a Satancillo o a futuros visitantes, me decía.
El caso es al rato, mientras comía mi rico pescado a la plancha con pimientos y cebollita apareció algo peludo por el hueco de la ventana, enseñó los dientes al tiempo que gruñía y me produjo un sobresalto considerable. Era el gatito de siempre, que miraba con interés mi comida mientras mostraba sus dientes. Se ponían las cosas difíciles para mí si el antídoto más fácil contra Satán también me daba miedo. Urbanita impresentable. El gato diabólico se fue y de Satancillo no tuve noticias. Pero eso sí, estoy muy muy ventilada con mi ventana abierta.
———
Este post va dedicado a los Begoyos, que han tenido un año complicado. Un abrazo y ánimo.
Que tierna historia de un pelusín casero que se convierte en monstruo mental por las noches.
El otro día mi gato quiso regalarme uno vivo. Se lo agradí, pero con un gatito en casa me basta.
Son muy prácticos. Regalale algo de comida al de tu vecina. Te defenderá con más atención tu ventana.
Saludos
Alobada, me alegra que te haya gustado la historia. Tomo nota de tu consejo. ¡Menudo regalo el de tu gato!
Saludos y bienvenida a Mi no entender.
Elsinora.
Bienvenida a la red, me gustan mucho tus crónicas… aunque los ratones me dan un poquito de impresión 🙂 Ya te he agendado así que pasaré por aquí sgeuido.
Bienhallada, Soledad (tú o vos, no el sentimiento ;-)) Me alegro de que te gusten los artículos. Y, sí, los ratones resultan polizontes molestos ;-))
Un saludo
¡Uhmmm…! Peligros físicos que parecen enormes al principio pero luego sirven de risa; huída con lo más imprescindible (precisamente los móviles); la limpieza como depuración; ayudas que se ofrecen desde las ventanas pero que se recela de aceptar… Al final, la vida como literatura. La vida cotidiana como metáfora del sentimiento.
¿Te servirá para un relato?
Tuyo, contigo.
Como se ve que anda estudiando cada uno. Te ha faltado sacarme un trauma infantil con lo de ser acusica jajaja. Pero en fin, tu lectura me parece muy interesante. Algunos de los articulos que tengo en reserva te daran mucho material de estudio :-)) Tuya, contigo, yo mi me conmigo, a ante bajo cabe con contra de… Besos mil.
Elsinora.
N.B. No tengo acentos porque estoy en el college. Lo advierto porque si no los integristas del acento y la “ñ” me pegan. Y como has puesto esta ñ si no tienes ñ en el teclado? Pues copiandola de un texto en español y pegandola, pero es un rollo ir pegando acento a acento y ñ a ñ, no?