La Noche en blanco y los agujeros negros

Le tení­a ganas a La Noche en blanco madrileña: no pude ir a las dos primeras convocatorias por estar en Londres, así que la tercera oportunidad tení­a que ser la vencida.

Pero se ve que el destino tení­a otros designios. Creo que el hecho de que hubiera luna llena y de que fuera día 13 tienen algo que ver. Juzgad vosotros. Desde hace unas semanas tengo problemas con el antivirus. Primero no se actualizaba y luego al instalar una nueva versión se actualizó tan profundamente que decidió cepillarse la tarjeta de red y con ella las conexiones inalámbricas que uso para conectarme y cerrarme la posibilidad de toda conexión. El fallo de la tarjeta se produjo justo al meter una actualización de Windows, con lo que supuse que era culpa suya. Tras intentar distintas cosas conseguí­ que el controlador reconociera las conexiones inalámbricas e incluso que fingiera conectarse a ellas, pero ahí no habí­a intercambio de paquetes alguno.

Ordenador roto
DoubleMcK – Pixabay

Un amigo que entiende de estas cosas se ofreció a ayudarme el sábado 13. Nos pareció un buen plan: arreglo de portátil y luego cosa cultural por la noche y cenita y demás. Mi amigo tampoco habí­a estado en Noches en blanco anteriores. Quizá eso influya. Se ve que el destino nos quiere mantener vír­genes de contacto (visual y sonoro) con La noche en blanco. La cosa es que durante 6 horas nos peleamos con diversos dispositivos de mi portátil, instalamos y desinstalamos y viceversa, cambiamos configuraciones, bajamos de Internet archivos de nombre impronunciable, probamos alternativas, restauramos sistema, fuimos para adelante y para atrás y claro, nos colamos en un agujero negro. Nosotros pensando que aquello era como un CSI: descubrir al culpable, atar cabos y procesarlo, cuando en realidad era un encuentro con las supercuerdas del todo a cien.

Pues nada, después de intentar todo lo que el sentido común y la observación indicaban y no conseguir nada -o conseguir cosas que iban contra la lógica tal como la conocemos- decidimos darnos un paseo por ese Madrid tan lleno de oferta cultural, con el programa en el bolsillo. Nos montamos en el coche de mi amigo un coche veterano que me recordó a un DeLorean, dirección a Plaza España.

Yo habí­a visto en Madrid.es -esa tele digital terrestre de Madrid que tiene cosas tan chulas de vez en cuando- que habí­a algo interesante en el Edificio España, una “escultura luminosa” de un artista contemporáneo británico llamado Ron Haselden; unas cuatrocientas personas iluminarían otras tantas habitaciones del edificio para dar forma y color al dibujo de un niño de su jardín ideal proyectado desde las entrañas del edificio.

La cuestión es que pillé la noticia a medias y pensé que era para este año, cuando en realidad la performance habí­a tenido lugar en 2007 (según he descubierto al preparar este artículo). Se ve que mi amigo y yo, al darle a Restaurar el sistema a un punto anterior, en nuestro afán por arreglar las conexiones de mi portátil nos retrotrajimos al año anterior. Sea como fuere, lo que estaba previsto para entonces en el espacio-tiempo Madrid 2008 era la proyección de una luna enorme fotografiada por Chema Madoz, que durarí­a gran parte de la noche. Según lo que ojeé en el programa oficial, en la zona de las Vistillas y del Palacio Real también habí­a cosas interesantes, así que encaminarse hacia esa zona parecí­a una buena alternativa.

Por supuesto, estaba todo atascado. Tardamos bastante en llegar a Plaza de España -ni rastro de fachada con lucecitas de colores y ni rastro de la Luna de Madoz- y luego tardamos bastante en entrar al parking y encontrar sitio. En el parking de Princesa vimos a un grupo de chavales de diseño haciendo botellón: sacaron las cosas del maletero y se dispusieron a beber. Visto retrospectivamente y teniendo en cuenta las paradojas temporales de aquella velada del día 13 con luna llena, creo que los del botellón éramos mi amigo y yo en otra reencarnación y que uno de ellos además era un famoso funambulista nacido en Canadá.

Cuando conseguimos aparcar finalmente, decidimos dar un paseo y buscar un lugar para cenar, ya que era la 1 de la madrugada y el “arreglo” del ordenador nos habí­a dado hambre. El restaurante indio (Delhi) estaba supercerrado, el brasileño (El brasileininho o algo semejante) medio cerrado, el árabe de cartón piedra (Aladín) a medio chapar, el seudoitaliano (Ginos) de la plaza de los cubos cerrando, de manera que en medio de aquel Madrid más fantasmal que “en blanco” nos metimos en el Vips, que aquel dí­a retrasaba su cierre hasta las 4 de la mañana.

Dentro de un reloj
Viaje en el tiempo; Valentinsimon0 – Pixabay

La cosa es que estuvimos cenando tranquilamente mientras charlábamos y nuestros ojos se iban enrojeciendo al recordar las cosas extrañas que les había tocado leer en la pantalla del ordenador y en parte también por los recuerdos de vidas anteriores y futuras de puntos anteriores de restauración. De repente nuestros relojes marcaban las cuatro menos diez y estábamos matados, así­ que pagamos, y levantamos el campamento, con el programa completo de la Noche en blanco en el bolso sin tocar y mi resumen de cosas más apetecibles, inevitablemente caducadas. En la Plaza España no se veí­a iluminación de colores, ni foto de la Luna Gong por ninguna parte…

Por lo que me contó un pajarito, la actuación estrella de la Noche en blanco también estuvo presidida por el efecto Bruja avería. El mejor funambulista del mundo iba a caminar desde la sede del Instituto Cervantes hasta el Cí­rculo de Bellas Artes, en la calle Alcalá, sobre un cable dispuesto a 40 metros del suelo. El ambiente era expectante en medio de la noche frí­a y ventosa. Las viejas de turno se habí­an arremolinado y clavaban el bolso en los riñones de los que tení­an más cerca. Los maduros tripones se abrían paso en la multitud gracias a sus flotadores naturales. Algún niño pisaba los pies de los adultos cercanos que no eran de su familia.

Por supuesto nadie pedí­a disculpas por invadir el espacio fí­sico de los demás (esto es España en hora punta, ¿qué querías?). Se acercaba la hora. Llegó la hora. Gran expectación. Pasaron cinco minutos. Pasaron diez. Salió un tipo a saludar. Pasaron veinte minutos. Pasó media hora. Allí­ nadie sabía nada. Soplaba un viento muy fuerte y el cable por el que supuestamente tenía que caminar el funambulista se mecí­a. Pasó un rato más. El público empezó a dispersarse en busca de una fachada forrada de tubos hinchables o alguna fuente con patos de plástico o de besos virtuales en la Casa de América o cosa semejante.

Al rato, un recién llegado, bastante joven y delgado y con el aliento espeso, se acercó a un policí­a que había por allí­ y le preguntó si llegaba a tiempo para la actuación o si era demasiado tarde. El policía se encogió de hombros filosóficamente. La gente terminó de dispersarse, bastante molesta ante la falta de información. Al dí­a siguiente los madrileños y los turistas nos enteramos por la prensa de que la actuación se anuló por culpa del viento.

Delorean abierto
Dave Tavres – Pixabay

Tengo la sospecha de que en realidad no hací­a tanto viento, y que lo que ocurrió es que el mejor funambulista del mundo era un chaval canadiense que andaba de botellón en el parking de Princesa, junto con unos jóvenes de diseño que éramos Metrolando y yo en otra vida (una vida en la que mi portátil tenía su internet perfectamente). Así­, el canadiense de repente se dio cuenta de que llegaba tarde y trató de ir a su actuación. Llegaba realmente tarde, así­ que no se atreví­a ni siquiera a ir a la zona habilitada como camerino. Vio a un policía y le preguntó si llegaba a tiempo. Éste detectó la huella del whisky en su aliento y un deje como norteamericano en el acento y se encogió de hombros, ya que en la Academia de Policí­a no les cuentan nada de coches DeLorean, paradojas espacio-tiempo ni funambulistas canadienses de gira.

Esto pasa por andar trastocando el orden natural de las cosas y no respetar ni la noche, ni la luna llena, ni al número 13, hombre por Dios.

En el siguiente link hay una aproximación (rendering es la palabra que en realidad necesita esta frase) bien distinta a La Noche en blanco; si bien han rebautizado al conocido fotógrafo Chema Madoz como Chema Muñoz. Se ve que las paradojas temporales -o los programas de corrección ortográfica- andan haciendo travesuras.

Post dedicado a Metrolando, que guió su DeLorean con pulso firme por la corriente espacio-tiempo.

Imprimir

4 respuestas a «La Noche en blanco y los agujeros negros»

  1. Pues hací­a un frí­o…
    Para mí­ lo mejor fue una orquesta que habí­a en Espasa Calpe, una sorpresa al pasar por la Gran Vía.
    Las distintas pantallas, ni fu, ni fa…, aunque la Luna de Madoz era chula.
    El megafrasco rojo de perfume, cuco.
    La evacuación por la Puerta de Alcalá, pssssssssi!
    Al concierto del Congreso llegamos tarde, sólo oí­mos 3 canciones.
    Lo del funanbulista, creí­amos que habí­amos llegado tarde.
    Los besos de Correos, un petardeo…
    Menos mal que nos pusieron un vienés en Libertad…

  2. Hija mía, qué completito… Si hasta os proporcionaron un austriaco en Libertad (que supongo que sería libre). Tendré que pasarme por allí a ver si queda alguno para mí 🙂

  3. Me ha encantado, la verdad. Y yo sin enterarme de que estaba viviendo una paradoja espacio-temporal… Bueno: la verdad es que en blanco, sí que nos quedamos, pero antes de salir.

    Y, a pesar de parecerme un relato fantástico (para enmarcar: será porque es la primera vez que soy prota, pero no: esos bucles de ida y vuelta en la narración son los que me encantan) , le falta un remate: al día siguiente, esa conexión que estaba sin estar en ella… regresó del pasado para no irse más. O eso espero, ¿verdad? 😉

    Y por cierto: ¿lo del vienés… es un café?

  4. Me alegro de que haya gustado la historia, va dedicada a ti. La resolución del misterioso caso de la conexión que volvió del más allá se cuenta en el post de hoy. No lo metí en su momento porque me rompía el cierre del funambulista mejor del mundo que no actuó.
    Y sí, el vienés era un café que se tomó Parianea en la Calle Libertad (8, supongo) y que le supo a gloria después de tanta cosa extraña o semipensionista vista a lo largo de la noche en blanco. Yo es que cuando me da la vena chistosa no pierdo oportunidad.

Los comentarios están cerrados.