Ermelinda, la ballena ilustrada

La ballena Beluga estaba allí­ en mitad de la pantalla plana de cuarenta pulgadas, enfundada en su bañador rojo de David Meca. Habí­a llegado hasta aquel rincón cercano a Aravaca aquella mañana de sábado en transporte público, primero en metro y luego en metro ligero (el metro de la Espe), vestida de civil y con una mochila al hombro. Yes we can (que diría la Espe con su inglés del todo a cien). Las ballenas beluga también podemos usar el transporte público…

La cuestión es que la beluga humana no nadaba mal, pero tampoco bien y justo ahora el profesor de raro acento explicaba que la mano entraba en el agua a las 3 cuando tení­a que entrar a las 4, se lo contaba a la propia beluga allí­ presente, sentada en su silla y blanquecina y curvilí­nea bajo su ropa humana; “la mano hay que corregirla, pero hay que ver qué bien flotas” había dicho; es lo que tiene ser ballena, pensé para mí. En mi calidad de ser hí­brido humano-ballena y persona con poca imaginación espacial no terminaba de entender aquello de no meter las manos a las 3 sino a las 4 pero recordaba haber oí­do comentar al profesor algo de que si fuéramos un reloj, pero para qué quería yo ser un reloj, bastante tenía con ser una ballena beluga en esta mañana fría de sábado y con tener que soportar en aras de la ciencia y de la técnica ver mis michelines en primerí­simo primer plano en una pantalla de 40 pulgadas delante de testigos y detenidos en pause por si acaso a alguien se le habí­a escapado algún matiz de michelín (¿qué le costaría al profesor avanzar un poco la imagen para pararme en una estampa menos desfavorecida?).

Como teorizar es gratis y al parecer resulta tentador para especies diversas hasta a la propia beluga se le habí­a llenado la boca de mamí­fera marina diciendo que no tení­a importancia que nos fueran a grabar desde el borde de la piscina y desde debajo del agua, que lo importante era mejorar y que el posible golpe al ego que pudiera suponer verse en la grabación era lo de menos porque ahí­ todos veníamos a aprender y bla bla bla glub glub glub. A la hora de la verdad, la realidad era muy otra y según se sucedían las escenas en la pantalla plana, la aplicada ballena zen se esforzaba por respirar profundo y dejar los músculos sueltos pero el cuello se agarrotaba y el trapecio se afilaba mientras el profesor aparentemente ajeno a la tensión de la mamí­fera retratada iba desglosando errores: el eje de la cabeza debe ser prolongación de… Como no consiguiera relajarse un poco -se decí­a la ballena filosófica- las sesiones de piscina de la tarde se iban a complicar. La relajación era imprescindible porque para maximizar la flotabilidad era imprescindible dejarse soportar por el agua y para eso habí­a que estar relajado. El frí­o de la piscina tampoco facilitaba la tarea de relajarse, hay que añadir. Y es que esta ballena era más del Mar Caribe que de este remedo de Polo Norte que vendí­an como piscina climatizada…

Continuará (creo).

3 respuestas a «Ermelinda, la ballena ilustrada»

  1. Es lo que tiene nadar como los peces…
    Con la mención al look ballena (que ni de lejos es el tuyo, vamos) me has recordado que vi en el telediario el nacimiento de la primera orquita española
    http://blog.loroparque.com/primera-orca-espanola/
    que es remonísima y sali­ó expulsada o expelida (no sé muy bien, pero me impresionó el alumbramiento: ver enlace anterior) con suma facilidad y nadando la mar de bien (nunca mejor dicho).
    Estos cetáceos, los muy ladinos, nacen ya aprendidos. Y no como el común de los mortales, Elsinora, que para nadar no ya como los peces, sino como las personas humanas, hay que ver la de horas, cursillos y papelones por los que tenemos que pasar…
    Ni acordarme quiero de cómo empecé la prueba de nivel para mi cursillo con las pegatinas de las gafas…
    Millones de besos.

  2. Lo de ir nadando con las pegatinas puestas en las gafas y no morir en el intento tuvo mucha gracia…

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