Geografías y ciclos

Estoy en la cama, bajo una sábana, muerta de calor. Suena un timbre con insistencia. Son las 10 de la mañana de un sábado de agosto. Una voz masculina pregunta en español y con voz alta “¿quién es?” No hay respuesta, al parecer. ¿Quién demonios puede llamar a estas horas? Sé que estoy en Madrid porque lo que veo desde la cama, medio dormida, es mi cuarto de Madrid y porque el que se pelea con el telefonillo es mi hermano, pero hay algo en este despertar intempestivo por un timbrazo que me recuerda a Londres. Mi hermano recorre la casa tratando de saber si falta alguien de la familia y si por tanto el que llama es alguien que no ha podido entrar por algún problema con la puerta del portal o porque se ha dejado la llave o simplemente algún gracioso con ganas de molestar. El telefonillo vuelve a sonar, él vuelve a preguntar quién es, de nuevo sin resultado. Me visto y salgo al pasillo. Mi hermano me cuenta que estamos todos salvo mi madre, así que bajo rápidamente, mientras oigo el ruido del telefonillo sonando con histerismo y me esfuerzo por no seguir mis instintos y gritarle que se tranquilice y que a ver si la próxima vez tiene más cuidado y tal y tal.

Mensajero con paquete
Peggy_Marco -Pixabay

Mi madre no es mi madre, sino un tipo de treinta años, bajito y delgado y de cara colorada que lleva un carrito que no es amarillo. Le abro y me fijo en el nombre que figura escrito en el paquete que lleva en la mano. Ahí pone claramente Elsinora Bonasera y mis señas, así que le digo que soy Elsinora Bonasera y que si le hace falta mi DNI podemos subir (pensando que si ha montado un número como éste será porque necesita confirmación de llegada). Dice que no, anota no sé qué cosa en su dispositivo electrónico y me entrega un sobre. La caligrafía me hace pensar en alguien a la intemperie, no sé por qué, quizá porque tiene un cierto temblor y me recuerda un poco a la de mi antigua casera de Londres, y no es sólo porque la última palabra de la dirección sea “Spain”.

Caja de cartón
Dominik Krabalski – Pixabay

Pero en realidad el paquete lo ha enviado Yoko, mi ex alumna japonesa, y contiene un oso graduado: un bonito peluche vestido de graduado inglés, con su capita y su gorro y debajo su chaleco con el nombre de mi facultad bordado. Se me antojó el año pasado, cuando fui a Londres para  mi graduación, al verlo en la tienda del college, pero resultó que se había agotado. Como estaba tomando algo con Yoko en la cafetería de la facultad ella se ofreció a comprarlo cuando lo recibieran de nuevo y mandármelo. Y bueno, se ve que han tardado justo un año en reponer, con vistas a la graduación de este año. La letra a la intemperie es simplemente la impresión que transmite la caligrafía de muchos asiáticos cuya escritura normal no es alfabética y creo que visualmente se parece a la de S., mi antigua casera porque las dos cogen el boli de una forma bastante parecida, con una torpeza muy característica, como si en realidad fueran zurdas y alguien se hubiera empeñado en que escribieran con la derecha y claro, la letra resultante deja traslucir cierta vacilación, la sensación de estar escrita a tirones.

Así que me quedo pensando en lo diferente que está siendo este final de verano respecto al del año pasado, pero al mismo tiempo pienso en lo mucho que he notado en mi viaje a Berlín haber vivido dos años fuera, en un lugar en el que se habla inglés, y haberme acostumbrado a manejarme en una ciudad y en un sistema de transportes públicos que no conozco, en el sexto sentido que uno desarrolla para encariñarse con algunos rincones en poco tiempo. Dejo el oso sobre la mesa, con el sobrecito blanco que venía dentro aún sin abrir, y me meto en la cama un rato más.

Al taparme con la sábana (un gesto que resulta poco práctico con este calor, pero que me resisto a no hacer) flotando entre mi piel y la suave sábana de algodón quedan suspendidas una capa de experiencias de dos años, un montón de amigos y palabras y clases básicamente en inglés, pero también algunas en alemán e incluso algunas en chino en medio de un grupo de ingleses particularmente cordiales, en medio del calor y las colas para entrar a los estadios de Pekín.