El oficio más antiguo del mundo y la vergüenza torera

El oficio más antiguo del mundo, no os engañéis, no es el de prostituta, sino el de vendedor de humo, en su versión chamán, brujo, encantador de serpientes o en términos más contemporáneos, mediador cultural.
Ando un tanto cabizbunda y meditabaja, por tomarlo con humor, con el tema de la cultura en España, especialmente en lo relativo a la literatura. Ya no es sólo que los premios grandes estén pactados, que se publiquen textos infames a sabiendas, que algunos listillos exploten las ilusiones de escritores ingenuos, que muchos escritores se tomen a guasa el trabajo de los demás, porque a ellos les basta ser quienes son (animales mediáticos, hijos de, amigos del jurado) para publicar y que sistemáticamente la calidad literaria sea relegada por unos y por otros; lo peor, me parece a mí, es la falta de honestidad del sistema y de las personas involucradas. Lo bien que -parece- duermen por la noche.

Eso sí, cuando de repente en el ámbito de la industria de las letras das con alguien “incontaminado”, amable, directo y mínimamente receptivo te haces cruces. Pero en fin eso pasa cada muchas centurias.

En este contexto, la noticia del escándalo suscitado por la entrega de la medalla de oro del Ministerio de Cultura al torero Fran Rivera me ha hecho reflexionar sobre el margen de maniobra de los implicados. Para quien no lo sepa, resumiré el caso: los toreros Paco Camino y José Tomás han devuelto sus medallas de oro de la Cultura junto con una carta en la que manifiestan que darle el premio al torero mediático es una vergüenza.

Fran Rivera procede de una familia importante y con relaciones, dentro y fuera del toreo, pero como matador según los entendidos no es de los mejores, además de ser bastante joven aún. Ciertamente no es elegante devolver el premio que te dio un jurado al que respetabas lo bastante como para aceptar el premio en ese momento, pero por otra parte lo veo bastante profiláctico: el año que viene, el jurado se lo pensará más antes de caer en la tentación de dejarse arrastrar por el enchufismo, las razones extra artísticas etc etc.

Si buscamos el paralelismo con los premios literarios o de pintura resulta inconcebible imaginar a un figura de la pluma o del pincel devolviendo su premio “sólo” porque el último galardonado es un impresentable, sólo escribe churros, entrega manuscritos llenos de faltas de ortografía, no sabe lo que es un narrador en tercera persona o escribe diálogos acartonados.

En fin, que una inyección de vergüenza torera no nos vendría mal a los del mundillo literario y artístico, especialmente a los consagrados.