Egorías para un mundo en crisis

Como sabrán los lectores habituales del blog, Mi no entender no es una bitácora polí­tica. La cosa es que volver a España ha supuesto meterme debajo de una lluvia estéril y cansina: qué malos son los nacionalistas/qué malos son los de Madrid, dimes y diretes entre PP y PSOE, la letra del himno (que al final se ha retirado), la corrupción a lo folclórico del “novio” de la Pantoja, la importantí­sima ruptura de Kiko con su novia streaper… Qué fatiga, por Dios. Lo único nuevo es el análisis público de la vida privada del rey, pero hasta eso al tercer día cansa.

Por si fuera poco, aparece en la palestra la pareja Gallardón-Espe. Más allá de las simpatí­as personales por uno y por otro y del hecho de que las formas de Espe hayan sido nada claras, y más allá de lo literario o cinematográfico de la escena en Génova, la cuestión es que ambos han dejado muy claro que su cargo en Madrid les da bastante igual.

Me viene a la cabeza la imagen de dos mantis religiosas ávidas de sangre. Rajoy sabe poco de invertebrados, así­ que se ha limitado a coger el matamoscas y aplastar a Gallardón contra el suelo. Gallardón se ha levantado con las cejas despeinadas, tumefacto y dolorido y con ese tic de contraer la nariz que se le desató cuando le sacaron a relucir su adulterio en la campaña de las municipales. Ha querido mantener una cierta elegancia respecto a su partido (“prometo que no diré que me retiro hasta después de las generales para no perjudicarte”, dijo. También ha pedido el voto para Rajoy), pero en realidad ninguna elegancia ni respeto respecto a sus votantes, que es a quien realmente se debe.

Esto perjudicará al PP (no sólo porque Gallardón atraiga voto centrista, sino por la imagen tabernaria que proyectan estas luchas), pero también a los madrileños y a la motivación de los votantes a nivel nacional: a estos polí­ticos no hay quien se los crea.