Devuélvame mi axila, señorita…

Devuélvame mi axila, señorita -pensaba yo a voz en grito internamente, tirada sobre aquella camilla cubierta con papel como las mesas de los bares, mientras la joven me aplicaba no sé qué mejunje en la axila derecha.
Había pedido cita en un centro al que voy a veces a que me den masajes (véase el chino que me achuchó), en el que también imparten Pilates y cuentan con servicios de estética, para que me informaran de los tratamientos disponibles en depilación láser y los precios, vieran mi tipo de piel y me contaran la metodología. Así­ pues, yo venía preparada para una charla educada sentada en una silla en un pequeño despacho, mucha sonrisita y mucho lugar común sobre pieles sensibles, lo engorroso de la cuchilla o la cera y lo buena que es la natación para todo pese a que te obliga a ir depilada siempre y también para ese punto crucial en el que preguntas el precio y el interlocutor no quiere estropear todo lo que ha ido construyendo hasta ese momento diciendo una cifra global de tratamiento cerrado que suena realmente caro. Venía incluso preparada para que me pidieran desnudarme en algún momento para ver el tipo de piel y de vello y ser objeto de un examen profesional breve y volver a vestirme rápidamente.
Así que imagina lo que me pasó por la cabeza cuando en lugar de lo anterior, lo que me encuentro es un pequeño gabinete con una camilla y un aparato grande, una joven dinámica tirando a rolliza que me pregunta dos cosas a toda prisa y declara que me va a hacer una prueba de tolerancia y que qué prefiero, axila o ingle, como quien pregunta si prefieres muslo o pechuga justo antes de trinchar el pollo.

Me resisto un poco diciendo que he venido solo a parlamentar, pero la veo tan decidida que le digo “muslo, muslo con patatas, quiero decir, axila…”, siempre será menos heavy entregar tu axila a una extraña de buenas a primeras…
Mientras empieza a embadurnar mi axila derecha con algo pringoso y yo trato de respirar hondo y tranquilizarme sobre la camilla y me alegro de que el experimento sea con la axila del hombro bueno, pienso que hubiera sido muy apropiado decir aquello de “se puede hablar sin tocar”, como decí­a un amigo mío, pero enseguida añado que esto tampoco hubiera detenido a la jovenzuela. Me hago ver a mí misma lo curioso que es que en este tipo de situaciones me dé por utilizar términos decimonónicos (“parlamentar”, “jovenzuela”), viendo que para resistir a estas invasiones de la intimidad de la “modernidad” (y a este no respetar los ritmos de cortesí­a habituales) mi reacción institiva ha sido aferrarme a los polisí­labos y arcaismos como una forma de dejar claro que no pertenezco al mundo de estas prácticas “salvajes”.

Se oyen algunos pitidos, veo a la jovenzuela inclinarse sobre el aparato y al poco empieza a proceder. Proceder significa que te da unas gafas de sol algo sucias, y luego hace barridos de tu axila durante un rato con la cabeza del aparatejo del demonio arriba y abajo. En algunas pasadas ni te enteras, pero en otras es como si te estuvieran mordiendo con unos dientes diminutos en medio de la axila (alguien eligió axila de Elsinora con patatas en lugar de muslo, por lo que se ve). Y lo peor es el olor, un olor a pelo quemado podrido que no acompañaría nada la degustación de muslo, pechuga ni axila… y que en cambio invitarí­a a hacerse vegetariano de inmediato.
Mientras me deleita con sus barridos-dentelladas y con ese olor a cuerno quemado, la jovenzuela decide añadir un nuevo ataque sensorial y empieza a saturar mi oído con información sobre lo que debo hacer en lo sucesivo, comenta no sé qué de aloe, y no sé qué de rosa mosqueta (aderezos para el muslo-axila de Elsinora, será) sin que yo apenas registre nada de lo que dice porque desde luego soy incapaz de prestar ninguna atención a esa información verbal mientras algo muerde mi axila y me atufan con armas químicas procedentes de la combustión de mis propios folículos pilosos.
Ya está -dice en medio de mis reflexiones, me pasa otro papel por la axila, apaga el aparato, se quita los guantes y me devuelve por fin mi axila, más o menos sana y salva-. Observa si te da reacción en los próximos días y si te animas, yo vengo al centro una vez al mes. El tratamiento se hace cada ocho semanas, que es lo que el pelito suele tardar en salir y…
Ella sigue hablando, pero yo me pongo a pensar en lo curioso que es que en este tipo de sitios se empeñen en llamar “pelito” al pelo, o “manita” a la mano, para no resultar bruscos, pero en cuanto te descuidas te dejan en pelotas y te escanean la axila (o la ingle si no andas bien de reflejos).
Cuando vuelvo a conectarme a la conversación está diciendo que el precio son 89 euros por sesión de las dos cosas, axilas e ingles. Le pregunto si no tienen un precio cerrado por zonas, me dice que no, que cada persona necesita un número de sesiones distintas y que cada uno paga lo que necesita. Qué ecuánimes.

Salgo de aquel lugar pensando en la novela “La soledad era esto” de Millás, en aquella escena en la que la protagonista se depila una sola pierna y va por la vida así, la sensación de extrañeza que le produce. Es lo que tiene tener un background literario, que te llevas las referencias siempre al mismo sitio. También recuerdo “Amanece que no es poco” porque creo que nunca he pronunciado ni escuchado tantas veces la palabra “ingle” como en esta sesión fuera de esta pelí­cula.

Confieso que me siento mucho más simétrica desde que la jovenzuela me devolvió mi axila.