De manos, transplantes y arte (parte II)

A efectos prácticos creo que viene significando que Elsinora tarda dos o tres veces más en hacer determinadas tareas llamemoslas “sencillas” o no tan complicadas porque se pregunta (me pregunto) por qué hay que hacerlo, por qué ahora, qué es hacer, qué es ahora, qué es la vida (un frenesí), por qué mejor no hacer otra cosa cuando la vida es tan inefable, qué sentido tienen las metodologías, innovemos las tecnologías, pensemos sobre ello, deliremos sobre ello, escribamos sobre ello, viva el monólogo exterior. Pero además significa que un elemento imprevisible como una japonesa de inglés incierto y español que tiende a 0,1 no te supone una realidad ingobernable como alumna, o como interlocutora o una rareza de la naturaleza, por más que se empeñe en empezar las clases sin comprarse ningún libro de español, sin saber más que dos o tres palabras y sin dominar la gramática inglesa (hasta ahora mi gramática inglesa y mi inglés me habían resultado un instrumento lo bastante eficaz porque mis lagunas las rellenaban los alumnos, cuya lengua materna es el inglés). Por más que su inglés a veces sea incomprensible (y nos comunicamos en inglés, yo no sé japonés y su español es aún famélico). Me dijo que había ido a algunas clases de español, pero que era caras y las había tenido que dejar. Que su novio es mexicano (pero está en Chicago: ella solía vivir allí, hasta este septiembre). Que le interesa mucho la cultura española. Pero no sabía el verbo ser ni el estar. Ni el hacer. Ni los días de la semana. Ni los números del 1 al 10. No sé a cuántas clases acudió Yoko, la verdad…

El caso es que las…
Continuará.