¿Qué posibilidades hay de que Juan, que iba a Pilates dos días por semana a las 7:30 de la tarde, siga acudiendo con la misma puntualidad a una clase a las 9:30 de la noche? Y más en invierno, de noche, cuando las calles parecen dormir. Por no mencionar que por si esto fuera poco, Juan (o un amigo, como se suele decir con las confesiones delicadas), intrépido y voluntarioso como es él, ha tenido la brillante idea de apuntarse a aquagym a las 21:10 otras dos noches que tenía libres.
Este amigo del que os hablo, sólo de imaginar la escena de las diez de la noche salir de la piscina aterido de frío, arrastrar los pies hasta el vestuario de chicas… digo de chicos, quitarse su biki… digo bañador, ducharse en la penumbra y el frío, ponerse su champú protector del color (es un chico coqueto), su acondicionador (con el cloro el pelo se queda hecho una pena) y luego secarse el pelo largo (Juan lleva una melena larga, tirando a femenina, capeada) y ponerse su body milk (con el cloro también la piel se queda hecha una pena) se arrepiente de su intrepidez.
Sin embargo, como es persona de recursos, de momento, ahora que aún anochece relativamente tarde y que todavía hace calor, se apresta a ir a la piscina, y se dice que cuando empiece a anochecer a las 6 y a hacer frío siempre puede recurrir a la estadística cuando algún Pepito Grillo interior o exterior le recrimine su escasa asistencia. O inventarse algún amigo imaginario que le impide acudir a sus citas con el aquagym. Que se llame Juan, por ejemplo.