Confusione en re menor o Código, mi tesoro

Empieza a sonar la música: dos trompetas, un violí­n, una guitarra acústica y un piano. A partir de ahora la japonesa se dedicará a poner los globos en los asientos y los músicos a tocar, sentarse, sorprenderse, lanzar la bolsa y seguir tocando, para que la japonesa diablesa los recoja, los hinche, los ponga de nuevo y los músicos se sienten, se oiga el ruido, se sorprendan, lo tiren. Hay algo de Jacques Tati en todo esto, o de Harold Lloyd. Esta facultad es famosa por ser muy moderna y alternativa en el terreno de las artes. De hecho, ocupa el primer puesto en Artes en Reino Unido. De aquí­ han salido figuras como Lucien Freud y lo más florido del grupo de los Young British Artists (el grupito encabezado por Damien Hirst), lo cual significa que todo el montaje es deliberado pero en ningún caso garantiza que haya una buena razón para ello. Intento olvidarme del rechazo inicial “la primera pedorreta y su “facilismo”, los gestos exagerados de la japonesa hacia el público en busca de complicidad hacia sus “audaces” acciones- y ver la cosa en clave analí­tica y “objetiva”. Cinco intérpretes, un piano, dos instrumentos de cuerda, dos instrumentos de viento llamados trompetas y cinco instrumentos más de género hí­brido: son de viento -los recoge cada vez la demonio que está detrás de ellos y los vuelve a hinchar – pero también de percusión: suenan al ser presionados. El ritual de sentarse, desencadenar la pedorreta, sorprenderse, tirar el globo, y que todo vuelva a empezar genera una cadencia propia. Las pedorretas se integran en la melodí­a de algún modo. Pero por otra parte la recurrencia rompe completamente el pacto de verosimilitud o la suspensión de la incredulidad: qué persona en su sano juicio caerí­a en el mismo error de sentarse sobre los globos cada vez, y cada vez sorprenderse y arrojar los globos al mismo sitio al alcance de la japonesa diablesa, en lugar de arrojarlos al público o quedárselos ellos mismos o simplemente evitar sentarse. La ruptura de la verosimilitud no puede ser no deliberada, así­ que quizá ahí­ haya un mensaje, me digo, alumna aventajada de las artes postmodernas. ¿Qué tal que los intérpretes de música clásica -la melodí­a era sencilla y bastante clásica- del siglo XXI son tozudos? ¿Que desarrollan su labor de espaldas -literalmente- a las pequeñas molestias o provocaciones de lo mundano? ¿Que seguir tocando música clásica hoy en dí­a es un acto propio de ingenuos felices -los intérpretes sonreí­an-? Los intérpretes dejan de tocar. La diablesa hace un gesto y los músicos se levantan y saludan. Así­ que la diablesa es la directora de la pieza. ¿Cuál puede ser, pues, la lectura de todo esto? Si la lógica no me falla sólo se puede concluir que los directores de orquesta son seres infantiles y sádicos y los músicos son masoquistas ingenuos y desmemoriados y que a cierto público le gusta (hubo bastantes aplausos). Por otra parte, los músicos empezaron a tocar cuando estaban sentados entre el público, lo que significa que forman parte de la sociedad, que provienen de ella. Tan tonta y tan feliz es la sociedad como los músicos. Tan sádica la sociedad como el director, parece ser el mensaje.
Does it make any sense? ¿Alguien que lo entienda en la sala?

Gratuita o no la propuesta, está claro que los alumnos de música de G. acaban sabiendo manejar el código y que los de literatura acabamos sabiendo aplicar el decodificador, así­ en abstracto, sin poder pronunciarnos sobre la imagen final que refleja nuestra interpretación. Hace dos años, yo no hubiera concedido más de cinco minutos de atención a la obra tras la primera pedorreta. Me hubiera levantado fí­sica o mentalmente al poco de ver/oí­r esa parte y lo habrí­a hecho entre indignada e indiferente, es decir todo lo contrario a mi actitud analí­tica y receptiva de ahora.

Probablemente el mérito de G. es que coloca al alumno certeramente en el centro exacto del desconcierto y te da los instrumentos para contar ese desconcierto, como artista o como crí­tico. Ahora bien, qué podamos hacer con eso o qué signifique es otro asunto. Pero es un instrumento más.

2 respuestas a «Confusione en re menor o Código, mi tesoro»

  1. Hasta qué punto le presupones un sentido por el contexto? Hasta que punto si lo hubieras visto en Covent Garden te hubiese parecido una chorrada?
    Siempre me he preguntado si todos esos grandes obras tienen el significado que les damos, o si el autor simplemente hizo una creación, sin tratar de transmitir ningún mensaje…

  2. El contexto importa mucho, por supuesto, para bien y para mal. Si lo hubiera visto en Covent Garden me hubiera divertido mas seguramente, sobre todo por las caras de los presentes. Y por las reacciones de los transeuntes al oir de repente las pedorretas jajaja.
    A los que analizamos “grandes” (o pequeñas) obras nos gusta creer que tienen “mensaje” porque si no, menudo derroche de energía por nuestra parte. Una creación sin mensaje implica en sí misma un “statement”, el mensaje de que no hay mensaje. Imagino que te refieres a obras de puro entretenimiento, pero es que nada es puro en este mundo: por mucho que tu obra sólo quiera entretener, para hacerlo reflejará una sociedad de un tiempo y un lugar determinado y desde un punto de vista socio-político (desde un género, una clase social, un estatus, un background, unas expectativas, mediante un idioma mayoritario o minoritario, con una tecnología y una poética narrativa o audiovisual). Cualquier peli blockbuster supertaquillera y facilona está cargada de mensajes, a favor de la lucha, la superacion, la violencia, el romanticismo, la risa, la venganza, lo que sea, la belleza física o espiritual, el respeto a los animales.
    En lo que sí coincido es en la distancia que puede existir entre lo que el crítico ve y en lo que el artista quiso poner, pero eso es lo que ocurre en cualquier acto de comunicación, cada sujeto tiene su horizonte y su pasado y produce e interpreta desde ahí.

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