En la sala siguiente la sensación de formalidad era mayor. Había unos tres o cuatro empleados, cada uno junto a un pupitre. Por lo que pude observar mientras esperaba la cola, el procedimiento una vez era tu turno consistía en ponerte en manos del empleado y dejarte hacer. El rasgo que ponía el toque británico y cómico al mismo tiempo era que tú te tenías que dejar hacer pero los operarios como ingleses que son no se sienten autorizados a tocarte salvo necesidad perentoria. Cuando me tocó -el turno, que no el empleado-, me quité la cazadora, dejé la bolsa con los zapatos, el maquillaje y el pack de la graduación en el suelo y el traje sobre el pupitre y me quedé muy erguida esperando acontecimientos.
La situación me recordó a cuando de pequeña iba a la modista y me tomaba medidas para algún uniforme, o para el traje de la comunión. No soy una persona especialmente dada al contacto físico, pero como española y como habitual de los fisioterapeutas no es una cosa que me suela preocupar.
El tipo de la sastrería académica más antigua del reino me ofreció las mangas en un gesto que me recordó a las peluquerías y me indicó que sacara las manos por la abertura que había a media altura, después cogió lo que nosotros llamamos beca y la colocó en la parte alta de mis hombros y me dio el extremo, que tenía una especie de ojal y me indicó que lo abrochara en el segundo botón de mi camisa, como si yo le fuera a denunciar por acoso si lo hacía él. Conseguí ajustarlo a la segunda.
Faltaba sólo el gorro. Le extendí el papel con la medida, buscó uno, lo trajo, decidió que no era mi talla y cogió otro, que a mí me parecía pequeño, se lo dije, pero me respondió que no. Los gorros estos tienen su técnica: tienes que levantarlo sobre tu cabeza y cuando puedas leer lo que hay escrito en su interior te lo encajas en la cabeza, de esa manera te quedará uno de los picos en la mitad de la frente y el resto, lógicamente, a noventa grados de éste. Llegados a este punto ya sólo queda colocar el pompón -o como quiera que se llame ese penacho de hilos sedosos- a la izquierda.
Con este aspecto, y una bolsa en una mano y la cazadora y mis botas de goretex en los pies me dirigí al cuarto de baño para cambiarme los zapatos, retocarme el maquillaje y peinarme. La sensación con la toga era buena: para alguien de mi tamaño el traje resultaba favorecedor ya que daba sensación de altura y disimulaba un poco ciertas redondeces. Bajo aquellas ropas amplias, la gente bajita terminaba pareciendo más baja mientras que la delgada perdía parte de su ventaja comparativa. El baño estaba verdaderamente crowded. Había alumnas que se saludaban con entusiasmo, real o fingido, con sus “cuánto tiempo, muá, muá, felicidades, felicidades”, gente que se peinaba y maquillaba, madres de alumnos, ilusionadas pero algo fuera de lugar.
Esperé mi turno con paciencia, a la inglesa, y me metí en un baño. Maniobrar con aquella ropa y tanto trasto en el cubículo pequeño y no muy limpio tenía su complicación. Finalmente me puse las medias cortas y los zapatos de tacón y conseguí hacer pis en plan preventivo sin mayores problemas. Una vez fuera vi que el maquillaje resistía bien pero que el pelo no terminaba de estar bien bajo el birrete. Me lo mojé y me lo peiné y volví a encajar el gorro siguiendo las instrucciones del sastre, borla incluída.
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te invito a mi grado
Te contesto (más o menos 🙂 en el post del día 11 de diciembre de 2009. Échale un vistazo…
FELICIDADES QUE ESTO SEA EL PRINCIPIO DE TODOS TUS LOGROS Y QUE LA VIDA TE DE MUCHOS TRIUNFOS MAS
CON AFECTO TERE