Repetimos

Después de una semana en cama con gripe, volver estos dí­as a la vida activa me está resultando difícil. Imagino que he sido ví­ctima de este tiempo londinense que lleva con nosotros un par de semanas: bueno para los embalses, bueno para hidratar la piel y hacer fotos de nubes esponjosas… y bueno, para deprimirte cuarto y mitad por la falta de sol.

No es sólo que haya estado una semana sin hacer ejercicio y sin entrar en contacto con esa fauna y esa flora propia de los polideportivos; ¡quién me iba a decir que los iba a echar de menos!-, sino que como freelance el trabajo se acumula literalmente sobre mi mesa de trabajo. Así­ que veo que Elsinora Contracturas está deseando sustituir a la mínima a la Elsinora Fitness de los últimos tiempos, merced al carapantallismo a contrarreloj en el que vivo.

Hay herramientas para evitar la tensión y las contracturas, Pilates, Técnica Alexander y Stretching mediante o incluso técnicas de relajación. Básicamente, hay que vigilar la postura, hacer paradas y estirar, separar claramente los momentos de trabajo de los de ocio y obligarse a salir a pasear un rato cada dí­a aunque tenga que ser a última hora del día. He observado que este tipo de cosas ya me preocupaban hace un par de años y me resulta curioso ver cómo les hacía frente entonces cuando vivía en La Pérfida. Pego aquí aquel artículo del año pasado. Qué vueltas da la vida, por cierto.

No soy la única proclive al estrés, a juzgar por esto.

© 2015-2005; Elsinora Bonasera.
Puede usar este artí­culo para actividades sin ánimo de lucro, siempre que cite la procedencia y se incluya link al lugar de origen.

Exceso de celo y el principio de Bonasera

Como persona concienzuda que (os) soy –o como alcalde vuestro que soy, que diría el otro en Bienvenido Mister Marshall- me he visto obligada a incrementar la lista de fenómenos “paranormales” en el ámbito laboral que ofrecía aquí con una aportación personal. Ahora además de que los vendedores de humo me hayan desestimado como animal de compañía remunerado, un proyecto bastante apetecible en el que estaba implicada laboral y administrativamente en aquel complejo que parece más una maqueta que un lugar para personas humanas ha pasado por arte de magia de 100 a 0, de repente.

La gran pompa de reflejos rosado-azul-amarillos, tersa, redonda y promisoria, de repente, ha mutado en mísero churrete en el suelo. Así que mi amigo Rolando me propone con mucho sentido añadir un nuevo principio o ley a los típicos principio de Peter y demás, con mi apellido, dado que describe mi situación. Así, el Principio de Bonasera dice: “Cuanto más glamuroso es el envoltorio, más irreal es el contenido”. Por su parte y en esta misma clave paradójica él ha acuñado otro principio, “Cuanto más bonito es el paisaje, más puñetera es la carretera” (se puede sustituir puñetera por pendeja, o por expresiones más intensas, pero este es un blog tirando a “fino” así que preferimos expresiones tirando a suaves), que se puede leer en clave literal y en clave figurada.

En otro orden de cosas os contaré, para quien no lo sepa, que en Madrid disponemos de un bonito puente o acueducto, ya que el 1 (jueves) es la fiesta del trabajo y el 2 el día de la Comunidad, por aquello de los levantamientos contra la invasión napoleónica. Las predicciones meteorológicas son buenas, pero yo no había previsto disponer de tiempo (ni bueno ni malo) para disfrutar de este puente porque esperaba estar hasta arriba de trabajo (entre el encargo glamouroso que me explotó en las manos y el menos glamouroso que sigue avanzando con normalidad), así que me dedicaré a disfrutar de la oferta cultural del Ayuntamiento (que con esto del bicentenario de la fecha de marras ha organizado un montón de cosas, con La Fura, Carles Santos y algunos más), de las lecturas y si puedo saldré a hacer fotos con mi fantástico Camarón de la isla, que deberá ser rebautizado como Camarón de Chamberí. O quizá alguna escapada de un día lejos de esta ciudad que va a estar bastante abarrotada de invasores no napoleónicos.

En fin, disfruten ustedes y manténgase alejados de los envoltorios glamourosos, que los carga el diablo jabonoso de la decepción o el grasiento del sobrepeso.

Trabajar cansa: una mirada perpleja a las extrañas leyes del mundo laboral

Trabajar cansa. Ya lo decí­a Cesare Pavese, pero, claro, El oficio de vivir es lo que tiene.

¿Y a qué viene eso? os preguntaréis. Pues a mi peculiar trayectoria profesional reciente. Desde mi regreso de Londres he pasado del carapantallismo absorbente que nos pone tanto a mí­ y a mis cervicales, primero a una tarea más relajada junto a los vendedores de humo que luego decidieron darme boleto como consecuencia de mi recién descubierta incapacidad para leer los posos del café, lo que me llevó a una vida plenamente freelance, con proyecto en perspectiva para una empresa grande de esas que alojan a sus empleados en algo que parece una pequeña ciudad habitada por muñecos de maqueta, pero hete aquí­ que en esta gran empresa por algún mecanismo contradictorio las cuentas de resultados millonarias son plenamente compatibles con el principio de Peter, ese principio que dice que todo trabajador tiende a subir o a cambiar de puesto hasta alcanzar su máximo grado de incompetencia.

Así­, mi nuevo cliente tiene una densidad de inútiles por metro cuadrado bastante alta, con lo cual es imposible que me pasen el material a tiempo, con lo cual yo a mi vez no podré cumplir los plazos. En resumen, que estaba yo en esta situación de agridulce de “falsas vacaciones”: no curras (aún), no cobras (aún), lo comido por lo servido, como se suele decir, centrada en las muy profundas y exigentes tareas de ir a nadar, hacer Pilates, leer, hacer estiramientos, aprenderme los nombres de los músculos y huesos, y cuidarme en sentido amplio, a la espera de que me empezaran a mandar material, cuando ha surgido un encargo para otra empresa. Mi lado kamikaze y mi cartilla han dicho que sí­ y ahora estoy adelantando este encargo nuevo mientras el antiguo empieza a rodar.

Esperemos que los de la empresa grande del complejo tipo ciudad para muñecos de maqueta se contenten con el principio de Peter y no invoquen la Ley de Murphy. En otras palabras, espero que después de tenerme mirando al techo no empiecen a mandarme material urgente ahora que ando metida en otra historia. Así­ que sí­, trabajar cansa. Y trabajar doble cansa el doble. Menos mal que he cargado pilas. Lo dicho, hay que ver qué duro puede ser El oficio de vivir.

Si esto del principio de Peter te resulta familiar y quieres saber más sobre él pincha aquí­ y para una reseña más breve pincha aquí­. El principio de Dilbert es una adaptación reciente del de Peter, que toma su nombre de la famosa tira cómica. Ya que estamos en el territorio laboral, quizá quieras conocer la sabia Ley de Parkinson descrita con pulso firme 🙂 por un funcionario británico en 1957. Finalmente, para los lectores interesados en las tecnologí­as de la información pongo aquí­ un link a la entrada de la Wikipedia sobre la ley de Moore, principio que explica entre otras cosas la evolución de los precios de los ordenadores y de sus prestaciones.

¿Conoces tú algún caso especialmente sangrante de aplicación de estos principios? ¿O alguna excepción de la que puedas dar fe? Me encantarí­a conocerlos. Deja un comentario, please.

© 2008-2005; Elsinora Bonasera.
Puede usar este artí­culo para actividades sin ánimo de lucro, siempre que cite la procedencia y se incluya link al lugar de origen.

Especialista en limbos

He decidido sacarme el título de especialista en limbos. Yo pensaba que no iba a tener vacaciones de Semana Santa, porque iba a estar en plena recta final de un proyecto, así­ que desactivé la función vacaciones. De repente entraron en escena los vendedores de humo, cambiaron las reglas y me expulsaron del tablero por no saber leer los posos de café.

Escaleras de caracol
Hans Braxmeier – Pixabay

Fuera del tablero lo que hay es un rinchi de vacaciones “forzosas”, tiempo libre y muchos libros que comprar y leer y cuarto y mitad de confusión sobre mi futuro (¿debo abandonar el sector ultramarinos que tan mal me trata con sus vendedores de humo, sus expertos en lectura de posos del café etc etc?). Afortunadamente tengo un nuevo proyecto a la vista, interesante y bien pagado (¡gracias, Y.!), pero que aún no ha terminado de arrancar. Así­ que poco puedo ir avanzando ahora, aunque sé que el tiempo luego volará y que estos días muertos me pesarán.

Vendedores de humo y posos de café

El sector cafetero últimamente me trata muy mal, como os contaba. O quizá se trate del sector de los ahumados, no sé. La cosa es que llevo unos meses metida en un proyecto con diseñadores y publicistas. La apariencia de esos seres era bastante normal. Se les notaba que eran creativos básicamente porque mezclaban unos temas con otros, te daban muchos besos cada vez que te veí­an y eran bastante alternativos en muchas cosas. Otro rasgo marcado era su capacidad para cambiar de opinión y su propensión a lo metafórico y al dibujo.

Café en grano y taza
Negative-Space – Pixabay

Su maní­a de explicar el proyecto con metáforas y dibujos al principio me divertí­a bastante porque yo también tengo mi lado creativo, pero llegó un punto en el que me di cuenta de que lo que dibujaba la mano derecha, lo desdibujaba la izquierda: los rasgos esenciales de nuestro proyecto cambiaban sustancialmente de un dí­a para otro. Ahí­ me empecé a inquietar, pero atribuí­ esa indefinición a que estábamos en la fase inicial. La cosa es que a tres semanas de la fecha de entrega, el jefe del proyecto me convoca para hablar frente a un café. A estas alturas yo le habí­a pasado cuatro capí­tulos, que él habí­a leí­do y comentado y que aparentemente le habí­an gustado y que ya habí­a empezado a mandar al cliente.

Silueta con términos de Marketing y Comercio
Gerd Altmann – Pixabay

Frente a la taza de café humeante me entero de que no le gustan, que el tono no le convence. Le pido que especifique un poco más. No es capaz, no tiene tiempo para analizar los textos detenidamente. Le digo que me busque un ejemplo de un texto, del tema que sea, con un tono que le parezca apropiado. Eso no existe, me dice. Yo estoy dispuesta a reescribirlos, le digo, siempre que me des alguna indicación sobre qué es lo que estás buscando o qué es lo que falla. “La cosa no funciona así­ -me dice-. Nosotros estamos acostumbrados a gestionar la ambigüedad, estamos cómodos en ella”.

A pocos centí­metros de la boca que dice “ambigüedad” está el café humeante. Pienso en que el tipo es un vendedor de humo y no lo sabe. El sigue con su retahí­la: “Este proyecto, todos los proyectos- es necesariamente ambiguo. No tenemos tiempo para ver si tú eres capaz de aprender a manejarte con esa ambigüedad, la fecha de entrega se nos echa encima.

Dibujo clásico de vendedor
OpenClipart-Vectors – Pixabay

En cualquier otro trabajo, la lectura de la presión del tiempo se hubiera hecho al revés: como no hay tiempo, maximicemos lo que tenemos. Si una persona tiene en la cabeza el contenido, lo más fácil es que el que no está contento con el tono eche un par de horas en detectar y especificar lo que no funciona y que después la persona encargada de escribir -o sea, yo- eche las horas que haga falta para acercarse lo más posible a eso que le piden. Pero aquí­ de lo que se trata es de vender humo a un cliente que no sabe exactamente qué quiere y entonces la indefinición (llámese ambigüedad) va pasando de mano hasta que me llega a mí­. Entonces, meses después, me llaman para verme y llega uno y me dice que me aparta del proyecto porque no sé leer los posos del café. Y es cierto, yo sólo veo unas partí­culas oscuras arremolinadas en los bordes de la taza formando una silueta tipo boomerang o quizá tipo interrogación.

Al final, evidentemente, me toca a mí­ pagar los cafés.