La ceremonia duré bastante, porque primero salían los undergraduates, es decir los que habían aprobado un Bachelor in Arts, y estos eran ciento y la madre. Se ve que la edad y la mayor frecuencia de las clases habían creado un vínculo más estrecho entre estos alumnos: sus compañeros aplaudían a rabiar, jaleaban e incluso unos cuantos alumnos saludaron desde el estrado a la concurrencia, como un político en campaña.
Yo, siguiendo el espíritu de los juegos de Pekín decidí que aplaudiría a todo el mundo aunque no los conociera y que me dejaría llevar por su alegría. Eso sí, tenía cierto temor a que el público llegara a la fase de los Master bastante cansada y no nos aplaudiera. Como mi facultad es muy multiculti (ha habido alumnos de 204 nacionalidades, ahí es nada) resultaba muy curioso fijarse en los nombres de los graduados. Los había anglosajones, chinos, indios, latinoamericanos, griegos, italianos, árabes, rusos. De hecho, al inscribirte te decían que si por razones culturales no podías estrechar la mano del Chair lo advirtieras de antemano.
Mis problemas por razones culturales no tenían que ver con estrechar manos, sino con mi nombre. Para evitar problemas había dado mi nombre oficial a la hora de registrarme, pensando que era más seguro así. De manera que como tantas españolas de repente me vi con un María delante de mi nombre. Lo que ya no es tan frecuente es tener un segundo apellido kilométrico. Así que esperaba con cierta expectación el momento en que el speaker tuviera que leer mi nombre interminable y entre tanto, además de colocarme cada rato la beca y aplaudir, andaba comparando la extensión de los apellidos más largos (de latinoamericanos con nombres de pila compuestos y largos y que usaban los dos apellidos) para ver si alguno superaba el mío en longitud.
No fue así, así que cuando después de los tropecientos graduados de todos los BA posibles y tras las menciones honoríficas (muy espectaculares, les sacaban una especie de reclinatorio para que se arrodillaran y el Chair del Council pudiera ponerles la distinción, como si les nombrara caballeros) nos llegó el turno a los máster y después al nuestro concretamente, yo era la primera por orden alfabético (Bonasera) y protagonicé un momento gracioso al ver que el speaker se atragantaba con la penúltima palabra de la retahíla: María Elsinora Bonasera de todos los Santos. Imagino que en el DVD del acto quedará cutre esa parte, y además, de haber sabido que podía dar el nombre no oficial, lo hubiera dado pero por otra parte me parece estupendo que haya que respetar la diferencia también aunque uno sea occidental y también creo que a mi madre le gustará que se oiga su apellido, aunque sea pronunciado a trompicones y con acento de doña Croqueta.
Quizá porque iba pensando en estas cosas de doña Croqueta (cuya forma de hablar me inspiré en parte el título Mi no entender), o porque iba rumiando la charla que había dado nuestro Warden (equivalente al decano o al gerente de mi college) la cosa es que mientras atravesaba el estrado hacia el lugar donde tenía que estrecharle la mano al Chair del distrito (podéis verle en este link) se me dibujé una gran sonrisa en los labios, que mantuve mientras el citado Chair me estrechaba la mano con energía y me decía: Congratulations, well done! Aquí me tienta hacer un chiste malo con la expresión “well done”, que también se aplica a los filetes muy hechos; pero después de criticar a mi hermano por sus chistes malos no sería justo que yo hiciera lo mismo sólo porque tengo un blog y los lectores no suelen protestar; y además probablemente la broma se volvería contra mí: de la ternera bien hecha se pasaría fácilmente a la carne añeja; los juegos de palabras los carga el diablo).
La cosa es que me pareció que el tipo tenía toda la razón, que sacar adelante un Master de literatura comparada en un idioma que no es el tuyo -que ni siquiera es tu primera lengua extranjera- y haberlo hecho en parte mientras trabajaba tenía mucho mérito. Gallifante para Elsinora, hombre por Dios.
Para volver a tu asiento había que seguir un camino determinado que no representaba demasiado problema salvo en la parte en la que tenías que atravesar una fila entera por entre las sillas vacías de los que estaban cerca del estrado. El espacio era pequeño, yo llevaba tacones y una ropa bastante aparatosa candidata a engancharse con cualquier cosa, pero finalmente basté con poner los pies en diagonal, sujetar las faldas de la toga y sacar mi espíritu Pilates para esquivar las patas de las sillas y así llegar sana y salva a mi sitio.
Después de eso: resoplido de alivio y satisfacción al llegar al asiento, mirada a mi compañera de fatigas, sí, sí, la de los emoticones y las onomatopeyas y después cansancio considerable, el típico que se hace dueño de uno en cuanto te baja la adrenalina.
Mi hermano estaba contemplando la ceremonia desde otro lugar, desde el que no veía mi sitio. Según me contaría después, tras ver desfilar decenas y decenas de alumnos y no verme pensé que se había despistado y no me había visto cuando me nombraron. Tuvo entonces un momento de pánico imaginando mi enfado al enterarme. Por supuesto, a mí me faltaba un rato para aparecer en escena y además cómo podría habérsele pasado por alto la entrada triunfal de una tal Magí¼ía Elsinoura Bounasera de Toudous lous (parada para coger aire y para acordarse de la madre del multiculturalismo) San-tous. Un ser elegante, grácil, que irradiaba una luz y una inteligencia proporcionales a la longitud de sus seis nombres, jur jur jur.