Tengo un nuevo amor. No os había hablado de él antes porque nos estábamos conociendo. Ahora la relación parece que prospera. El amor no me ciega para no ser capaz de reconocer que tiene un nombre feo y aparatoso, ya que se llama interculturalismo. Las intelectuales somos así, nos ponen delante cualquier cosa con un barniz cultureta y nos quedamos flipadas. A veces le llamo inter, pero me suena tanto a fútbol milanés o a radio, que no me cuadra.
El proceso de acercamiento entre el interculturalismo y yo fue como sigue. Mi faceta “carapantalla” en esta fase me ha llevado a leer mucho sobre diferencias culturales, sobre qué ejes consideran los antropólogos culturales como más definitorios y característicos de las distintas culturas, y qué consecuencias tienen estas diferencias a la hora de que personas de distintas procedencias interactúen. He hecho interesantísimas averiguaciones (que mucha gente ya sabrá pero que yo desconocía).
Por ejemplo que la cultura francesa y la japonesa se parecen mucho: ambas son de alto nivel contextual, es decir, que en ellas es más decisivo el contexto que el contenido, que disponen de unas redes no oficiales de información (cotilleo en el curro, cotilleo familiar, cotilleo con los amigos) cuya función no se limita al intercambio de información sino que también deciden “en la sombra”.
Que las sociedades de contexto más que de texto suelen estar orientadas a los grupos más que a los resultados individuales y por tanto anteponen la armonía y la protección de los individuos del grupo a los resultados económicos (supongo que esto para Francia no será tan cierto, pero su protección social tiene que tener una base ideológica de este tipo). Lo de que a los asiáticos no les gusta decir que no es más o menos conocido, y que por tanto sus síes son afirmaciones sólo a medias.
Continuará…