La propuesta de Peter Panzeta

El filtro antispam de esta bitácora es una caja de sorpresas. Tras borrar unos cinco mil comentarios basura casi a mano (el panel de moderación no funciona, por algún motivo) y luxarme la muñeca 🙂 he encontrado alguna perla, como el comentario de Peter Panzeta con su tentativa con los diecisiete títulos de los cuentos.

El resultado es interesante y bastante distinto a los anteriores. Creo que las diferencias se derivan sobre todo de que al proponerse seguir el orden inicial de los títulos en lugar de elegirlos libremente, el autor ha tenido que trabajar más las transiciones, crear más contexto, y de ahí la escasa densidad de tí­tulos por párrafo y cierta morosidad en el avance de la narración.

ranas de colores

En mi caso, este texto gana con la segunda lectura, ya que en la primera, los esfuerzos del autor por dejarlo todo lo más claro posible paradójicamente producen confusión (demasiado detalle, demasiado matiz). Y por otra parte he tenido la sensación de que había una inteligencia aficionada a los sudokus de verdad esforzándose en encontrarle la lógica a la nueva disposición y no tanto un chaval jugando con lápices de colores sobre una hoja o con bloques de letras y pasándoselo pipa, que es un poco la sensación que tuve yo y que intuyo tuvo Angelina Jolín. Son amores distintos, que dirí­a Gila: A Peter Panzeta le termina cuadrando todo más o menos, mientras que mi texto, por ejemplo, es bastante surrealista. Se podría decir que su propuesta está más cerca del periodismo (o de la documentación) y la mía de la literatura. Incluso cabrí­a hacer lecturas en función del sexo: se suele considerar que por biologí­a o por cultura, los varones occidentales buscan más la lógica mientras que los textos de las mujeres son más asociativos, de pensamiento transversal.

En definitiva, parece que este juego tiene algo de test de Rorscharch: al final la combinación y los enlaces entre los tí­tulos tiende a realizarse de acuerdo a nuestra personalidad. Esta conclusión me inquieta, por otra parte, porque, según recuerdo, de mi propia propuesta sólo se podía traslucir cierto gamberrismo y cierta tendencia al delirio…, rasgos nada nuevos, por otra parte 🙂 y nada de mis muchas y muy importantes aptitudes 🙂

Sea como fuere, me alegro de haber tenido la idea de este juego y agradezco la complicidad a los participantes y lectores.

Os dejo con el comentario de Peter Panzeta y con su texto:

Bueno, pues esto es lo que he intentado “parir”, con la dificultad añadida de montar el relato en el estricto orden de los títulos, tal y como se pusieron.
Alea Jacta Est.

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De unos pinchazos y sus consecuencias es el por qué me acabé viendo en esta situación. Situación, por no decirlo de otra manera más acorde con la realidad de esta pesadilla en la que me estaba viendo. Todo empezaría cuando el círculo de confianza que yo pensaba que era de confianza me llevó ante el juez con la no tan sana intención de declararme incapacitado para realizar uno de mis grandes sueños, una de mis grandes aspiraciones.

Son de muchos años atrás que tras la visita necesaria del colegio al museo de El Prado, me quedé prendado de los lienzos que allí­ colgaban de sus ilustres paredes. No es que en ese momento decidiera hacerme pintor, no, el caso es que mi sempiterno espí­ritu ONG me pinchó de tal manera que hizo que me planteara como sería mi vida si me convirtiera en una suerte de obrador de los pintores. Digamos mecenas, digamos profesor y maestro de aquellos que en un tiempo futuro, cuando se convirtieran en clásicos, fueran admirados por el turista accidental que acabara fijándose en aquel lienzo y más aun en la ficha descriptiva de la obra: título, autor y como no, obrador del pintor. Ahí­, en las galerí­as del museo me veía yo reflejado entre tantas obras de arte como aquel que se mira en muchos espejos, imaginándome el responsable de toda aquella montonera de brochazos de color.

Pero bueno, en este mundo salvaje solo puedes esperar lo peor y considerar que algún dí­a tus sueños se conviertan en realidad, como anteriormente comentaba, puede estar supeditado a tener amigos con ganas de presentarte ante la justicia o no.

Pájaro de origami de color negro

Mi visita ante la judicatura fue todo un desastre. De suerte que me podí­an haber inhabilitado para la práctica de actividades de riesgo como la papiroflexia, pero no, el destino me deparaba algo peor. Fue cuando ese melómano con taquí­grafo, que habí­a sentado frente al juez, ejecutando su particular Klavierkonzert para taquígrafo en candidato a reo menor, se tomó la molestia de leer la condena. Fue tras un éxtasis de pulsaciones encadenadas y poniendo clavadita clavadita la mirada del caballo que pastaba en uno de mis más célebres sueños, cuando pronunció aquella frase en forma de sentencia, que su señorí­a acababa de fijar con seco golpe de martillo incluido.

Que a uno injustamente le condenen a enseñar a Francesca Rota-L’ oiseau a ver si de una vez por todas empieza a pintar cuadros con colores más vivos y gestos más amables en sus caras raya la tortura. Uno se prendó y decidió ser obrador una vez visitó el Prado, hacerme niñera de una pintora que ni de coña manejará el pincel como Velázquez es lo peor que me podría pasar. En ese momento me acordé de mi cí­rculo de confianza, del juez y de toda su familia -bueno, el taquí­grafo también tení­a lo suyo, las cosas como son.

En fin, que yo cuando escuché la transcripción del taquí­grafo comentando que tení­a que hacer de niñera de L’ oiseau, no pude evitar mostrar mi disconformidad (y mala pronunciación del francés) gritando “que la lola baile sola yo no estoy para corregir tendencias de gente amargada y triste, yo ante todo soy un obrador”.

Considerable fue el revuelo montado ante mi desgarrador grito, pero al menos sirvió para que el simpático policí­a que custodiaba la sala me soltara una colleja con la que darme a entender que a la próxima, callado estarí­a más guapo. Tras de la colleja mis ojos se convirtieron en un manantial de lágrimas, ahora que lo recuerdo casi fueron para mi unos hilos rojos no sé muy bien si de rabia, impotencia o simple dolor por la colleja del madero, que hay que admitir me dio con ganas.

Todo lo más que tras la sentencia (y la colleja) pude preguntar, fue si la misma iba a ser de ejecución inmediata o si por el contrario me darí­an un tiempo con el que repasar los recursos humanos que deberí­a emplear para enderezar a la pobre Lola (yo es que ya decidí­ llamarla así, porque antes de nada tendrí­a que haber confianza entre los dos) y sus tristes lienzos.

El caso es que veo que el tiempo ha pasado y aquí­ me encuentro, no haciendo otra cosa que darle vueltas a esta situación en la que acabé, en la que me encuentro. Durante todo este periodo me planteé diferentes opciones de matar mi desdicha: cantarla quebradamente, escribirla e incluso hacer una pelí­cula con ella; pero no…

A pesar de mi deseo de que esta condena expire, lo mío no es cosa de cantar misa de difuntos y por lo tanto deseché un réquiem por la canción quebrada ya que no creí­ que hubiera sido un gran éxito.

Cada vez que se cumplí­a un año de mi condena, la posible solución a salir de ella se convirtió en un ritual de aniversario, aunque lo que verdaderamente era no tiene más nombre que trastorno.

Como también sopesé y he mencionado anteriormente, la opción de escribir un libro o grabar una pelí­cula fueron otras de las opciones barajadas por mí pero no, al final no me engañé y admití­ que yo no soy Camus (ninguno de los dos) como para acabar haciendo algo decente de mi desgracia: ni escrito, ni filmado.

Total, que al final aquí­ estoy con Lola. El caso es que la idea de tener niños no me acaba de asustar del todo. Será que uno finalmente se hace a todo.

Coge lápiz y papel

(NOTA: Hay cambios de última hora en la fecha de recogida y entrega de ejemplares. Se destacan en mayúsculas).

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Coge papel y lápiz y haz acopio de creatividad -tú sí­ que vales, que lo sé yo- e imagina un estupendo cuento para nuestro formidable concurso Javier de Mier. Aquí­ tienes las bases, con sus fechas y lugares de entrega y todos los detalles. ¡El único concurso en el que los participantes son al mismo tiempo jurados (que yo sepa)! Hay modalidad presencial y a distancia, para que no se diga…

Aquí­ pego las bases. Aní­mate a participar y corre la voz.

XII PREMIO DE RELATO BREVE “JAVIER DE MIER” (2008)

Primera. Podrán presentarse a este premio todos aquellos autores que hayan sido convocados por la organización del mismo. Este premio se caracteriza porque el jurado está formado por todos los participantes. Ninguna otra persona será admitida como jurado, a salvo de lo expresado más adelante.

Segunda. Los relatos deberán tener más de 5 páginas y menos de 12, con treinta lí­neas por folio en letra Times New Roman cuerpo 12. Los originales se presentarán en hojas DIN A 4 de color blanco, numeradas y sin grapar. Se añadirá una primera hoja en la que constará el tí­tulo del relato y el seudónimo utilizado por el autor.

Tercera. El original se entregará en sobre cerrado de tamaño folio de color blanco, en cuyo exterior no se escribirá nada. Dentro del sobre, se incluirá otro sobre pequeño de color blanco que contendrá una hoja con el tí­tulo del relato, el seudónimo y el nombre del autor.

Cuarta. A fin de facilitar la participación en el concurso de autores no residentes en Madrid, los cuentos se entregarán también en diskette o CD formato Word. Los no residentes en Madrid pueden enviar su cuento a esta dirección de e-mail en la fecha indicada a la dirección de correo electrónico del secretario del premio, JG….

Quinta. Cada participante aportará 20 euros en el momento de la entrega del original. Esta cantidad constituirá la dotación del premio.

Sexta. Los originales se entregarán el dí­a VIERNES 20 de junio, en el bar Gastromaquia, C/ Pelayo 8 (barrio y metro de Chueca), a partir de las 9:30 pm.

Séptima. Las copias serán repartidas a los participantes el MARTES 1 de julio en el restaurante Gastromaquia, C/ Pelayo 8 (barrio y metro de Chueca), a partir de las 9:30 pm.

Octava. Cada participante votará dos relatos, entre los que no podrá figurar el suyo, a los que otorgará 2 y 1 puntos respectivamente según el orden de preferencia. La votación deberá ser firmada con el nombre de la persona que vota y el seudónimo utilizado en la presentación de su relato.

Novena. La puntuación se entregará en sobre cerrado el dí­a sábado 12 de julio en el domicilio del secretario del concurso.

Décima. En este dí­a, será proclamado vencedor el cuento que haya recibido más votos según la suma de las puntuaciones obtenidas.

Undécima. Cada participante podrá nombrar a una persona que actuará también como jurado popular, quien emitirá su voto según las mismas normas que las establecidas en la base Octava, y sin poder elegir el cuento de quien le ha designado. Esta votación tendrá valor informativo, y no será vinculante.

Duodécima. La participación en este concurso supone la aceptación de estas normas.

En Madrid a 14 de mayo 2008.

Javier de Mier

Crowded house

Escribo desde el exilio. Me he tenido que refugiar en mi cuarto. La cocina se ha convertido en un lugar abarrotado en el que la monstruita, su abuela, el productor de televisión, sus electrodos, su enorme cicatriz y las múltiples cosas que han traí­do del Tesco luchaban por un milí­metro de espacio contra F., yo misma y las cosas que he traído de Sainsbury y mi abrigo y mi paraguas, la preocupación de la madre por el hijo, del hijo por su hija, el vestido de los sesenta (naranja, tableado, plasticoso, un espanto en mi opinión) que el padre le ha comprado a la hija en la ciudad donde estuvieron a punto de ingresarle, la tarjeta de cumpleaños también para la niña, el nuevo pelo rubio de la hija y el parecido que le da a su madre, los tomates de la huerta de la vecina que estaban en un cuenco, la planta que F. se ha empeñado en poner en la mesa de la cocina y que no te deja ver la tele y no hace más que estorbar, mis 2×1 bolsas de mandarinas y la manía de F. de guardar los fruteros en lo alto de los armarios (suerte que soy alta), el “¿Alguien quiere un té?” de F. mientras le da al botón de la kettle que está justo donde está el frutero que yo necesito y que está a escasos centí­metros de donde Patrick manipula su comida procesada, han creado una compleja y delirante coreografí­a.

Sólo faltaban los dos huevos duros de los hermanos Marx. Todo obedece a que Patrick ha vuelto a Londres para ver a su médico. Están revisando cómo funciona su “nuevo” corazón, después de la operación que le han hecho por causa de una estenosis auricular (creo: una arteria del corazón es más delgada de lo normal). Parece que tuvo una bajada de tensión muy fuerte, que le dejó sin vista y que le están haciendo pruebas para localizar si es efecto de la medicación (de los betabloqueantes que toma para bajarle la tensión) o del corazón “nuevo”.

Vení­a yo de hacer la compra y me he encontrado a la madre y a Patrick saliendo del coche. Nada más abrir la puerta de casa se ha sumado F. que estaba trabajando en su cuarto. Al poco de llegar todos a la cocina y posar las bolsas sobre la mesa la monstruita ha aparecido. Y en seguida se ha montado lo que he contado más arriba. Supongo que la ascendencia irlandesa de Patrick, la egipcia de F. y el casticismo de mi familia tipo “El castellano viejo” de Larra (es el artí­culo del convite en casa de Braulio, ese en el que al ir a trinchar el pavo sale volando y cosas así) han ayudado a redondear el efecto.

Tanto la abuela como el padre han celebrado mucho el nuevo pelo rubio de la chavala (luego no era peluca, el anterior debí­a ser también natural, pero teñido de un negro azabache) y el padre ha insistido en lo bien estaba hecho que estaba para haberse dado ella misma el tinte (el color está bien, es uniforme, pero en mi opinión le ha quedado pelo de estopa; mucha tele y mucho famoso, pero ni Patrick ni su hija frecuentan la peluquerí­a pija a la que vamos Espe y yo).

He sabido que el novio de la monstruita (el cantante anoréxico en miniatura que en las distancias cortas no es tan miniatura) se llama Rich y que trabaja en Tesco, que la monstruita y yo cumplimos años la misma semana (su padre le ha traído una tarjeta de felicitación) y también he sabido que era mejor dejarles su tiempo para que pusieran en común y comieran y me he retirado a mis aposentos a escribir esta crónica mientras el aroma de lo que se han traí­do del Tesco llena el pasillo, se mete por mi nariz e incrementa más el hambre que ya tení­a.

He pensado que a mí­ en su lugar me gustarí­a que me dejaran con mi familia, dirimiendo mis electrodos, tintes, vestidos, cumpleaños y preocupaciones entre nosotros así­ que así lo estoy haciendo.
En cuanto coman se irán al hospital de nuevo y entonces podré comer y decidir qué cosas congelo de las que he traí­do del súper.

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Este post va dedicado a mi familia, tan cómicamente imbuida del espí­ritu camarote de los hermanos Marx, empezando por mí­ misma.

El pánico voluptuoso de ser otro según Carsten Höller

Aquel sábado por la tarde la ciudad había sido tomada por la oscuridad y un frío inhabitable pero aquel lugar al borde del río bullía, alimentado por antiguos motores y nuevos alientos. Cinco mangas atravesaban la sala como restos de un trabajo de cirugía o de un malabarista surreal, bajo la luz roja de un sol remoto. Como antiguo útero, aquel artefacto daba a su luz su propio público: gente pequeña surgiendo por todas partes, arracimándose en colas que conectaban como sistemas nerviosos las mangas con los alimentos de las mangas. Uno de los censos menciona cuatrocientos treinta y cuatro españoles, doscientos veintidós franceses y ciento once italianos y un número indeterminado de británicos de distinto origen racial, geográfico y cultural y no necesariamente más amplio que el de extranjeros.

De uno de los italianos, una persona aparentemente común, se sabe que entró como tal en una de las mangas y salió siendo Berlusconi y exigiendo ipso facto una mesa de juntas para reunirse. Todos los ingleses circunspectos salían gritando y gesticulando como italianos y recitando la receta del mejor pomodoro del mundo. Una alta proporción de los españoles que se internaron en el tubo (la estadística que habla de 444 presentes es largamente corta: era sábado por la tarde y la exposición era gratis; 4444 se acerca más a la cifra real) abandonaban el tobogán con la convicción de haber ganado un piso en Oxford Street con vistas a las principales tiendas.

Al constatar que este hecho no traía la felicidad esperada, ni los volvía cool de un plumazo, se desesperaban y se arrastraban alicaídos hasta la manga para un nuevo salto, para comprobar que el piso no les satisfacía del todo aún y que tenía que haber algún error… Algunas fuentes declaran que las existencias de jamón ibérico de Harrods se agotaron esa noche y que hubo varios casos de empacho de jamón, que en realidad eran intentos de suicidio fallido (Easyjet se apresuró a mandar una circular advirtiendo de que cobraría sobrepeso a quienes hubieran engordado de forma desmesurada o a quienes quisieran llenar su maleta con jamón ibérico comprado en Harrods con destino ¿a España?).

Las fuentes no son precisas respecto a las cifras francesas, ya que como es sabido en situaciones de crítica intensa los galos tienden a la “deconstrucción”, pero algunos testigos cuentan que la mayor parte de ellos, especialmente los de París, perdían la “u” francesa y se olvidaban de la correcta pronunciación de la “r”. Al reincorporarse a su grupo se corregían unos a otros incesantemente y a falta de un representante autorizado de la Academie de la Langue Française en la zona (¿algún académico en la sala?) se produjeron algunos enfrentamientos, “peut- êtrrrrre, grrjjaves, ou peut-être pas du/di/dui tout” explicó uno de los presentes, visiblemente turbado al no poder confiar nunca más en que su francés pudiera ser impecable o en toda posibilidad de recuperar una noción de francés puro en el futuro.

Los escasos alemanes presentes se ocupaban más de analizar la arquitectura de los tubos que en usarlos, o en todo caso cuando los usaban no acusaban cambio sustancial aparente salvo un flequillo despeinado o unos ojos más brillantes y el pecho hinchado ante la obra bien hecha de un paisano. Eso sí, nadie les pudo persuadir de que prescindieran de una buena cerveza o un buen vino blanco después de aquello. Y el vino les salió caro, por supuesto. Pero por Alemania, cualquier cosa.

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