Itchy feet/ Nacidos para viajar (reloaded)

(Por si alguno no lo sabe, os recuerdo que la expresión inglesa “Itchy feet” hace alusión a las personas que no pueden pasar mucho tiempo en el mismo sitio, a los “culos inquietos” en definitiva; aquí un post de la época inglesa sobre este asunto)

Hace unos días mi amigo Metrolando cogía un avión hasta Nueva York para pasar unos tres meses en la Universidad de Siracusa, investigando y mejorando su inglés.

Aterrizó (físicamente) con bien y ahora está aterrizando (metafóricamente) con bien también y con extrañeza y con calma (espero).

Antes de marcharse se me ocurrió proponerle que considerara su estancia en USA como una oportunidad y no como una prueba; como un proceso y no como un punto de llegada. Creo que es una buena filosofía para enfocar los cambios en la vida, los viajes y las estancias en el extranjero.

A veces tendemos a ver ciertas situaciones novedosas como un examen, como un momento en el que los focos y las lupas están sobre nosotros, pero esa sensación, además de ser falsa (la vida es compleja y la gente no suele ir por el mundo con un foco portátil y una lupa para ponérselas al primero con el que se cruza :-), salvo que se trate de un Torquemada vocacional, un inspector o un auditor), no es útil, en la medida en que nos paralice o nos llene de ansiedad.

Ayer, en una terraza de la Castellana, en medio de una nube de malévolo polen que la tomó conmigo, estuve charlando con Ignacio Izquierdo (don Igna), otro “itchy feet” al que conocí en Londres, al que he leído cuando estaba en Japón y que ahora está a punto de emprender una vuelta al mundo con su supercámara de fotos de “gatillo” rápido y sensible. (Por cierto, la foto de Ignacio en Japón levitando y con brazos múltiples refleja muy bien el espíritu de las personas “itchy feet”, amén del del propio retratado. La foto se puede ver pinchando en el link de la entrevista que Kirai le hizo para su web).

Pues eso, bon voyage para ambos. Disfrutad de esta oportunidad y tratad de no verlo como una prueba.

Y una última cosa, si entre los lectores del blog hay algún redactor de alguna una revista de viajes o similar, estoy segura de que no debería dejar escapar a Ignacio Izquierdo sin encargarle fotos o reportajes de alguno de los muchos lugares/países que va a visitar en su periplo mundial. Ocho meses de viaje, su savoir faire fotográfico y su experiencia en la elaboración de contenidos para el blog dan para mucho. Se puede contactar con él escribiendo a ignacio.izquierdoarrobagmail.com .

Tauromaquias

Ayer dí­a 1 de mayo celebraba su cumpleaños un amigo Tauro. Parece que en este puente largo (en Madrid el dí­a 2 se celebra el dí­a de la Comunidad, una especie de “Gabachos go home!”de hace muchos años, protagonizado por el alcalde de Móstoles) se ha ido menos gente que en Semana Santa. La cosa es que este amigo y su mujer (también amiga) andaban muy liados y tuvieron que improvisar la celebración del cumple y se les ocurrió que el Cenacho, un restaurante de comida gaditana (pescaí­to frito y demás) -que siempre está vací­o-, de Chueca, casi en frente de la Bardemcilla (el garito de los Bardem) era una solución socorrida. Lo que mis amigos no sabí­an es que alguien del tal restaurante habí­a tenido una idea brillante para conseguir llenar su local y que habí­a decidido aplicarla justo ese dí­a: ¡celebrar la Feria de Abril! Así­ que nos fuimos congregando en el local, que se iba llenando a velocidad preocupante y después de mucho esperar nos dieron mesa y luego nos tomaron nota y en ese momento, con un Rueda fresquito en la mano nos empezamos a relajar.

El relax nos durarí­a poco. Por el rabillo del ojo veí­amos cómo alguien subido a una escalera colocaba unos farolillos y unas bonitas guirnaldas mientras nosotros nos poní­amos al dí­a de nuestras peripecias durante estos meses, porque algunos llevábamos tiempo sin vernos y al mismo tiempo notábamos cómo el ruido se incrementaba. Yo, aplicando las enseñanzas espirituales de Eckhard Tolle y su famoso “El poder del ahora”, trataba de centrarme en el presente y de ignorar mi rechazo a las fiestas/personas ruidosas y mis ganas de estrangular a unos cuantos congéneres molestos.

Cuando más metidos estábamos en nuestra conversación, de repente se apagó la luz y vimos cómo el camarero que nos habí­a dado la mesa, un argentino cincuentón vestido de corto, entraba en trance, juntaba las manos y se poní­a a cantar la salve rociera atronadora que empezó a escucharse por los altavoces.

Unos cuantos comensales empezaron a dar palmas con entusiasmo y en mi mesa las caras se ensombrecieron. Se ve que al resto de mis compañeros de mesa les gustaba tan poco como a mí­ la algarabí­a extemporánea aquella. Recordé un consejo que da Tolle para recuperar la serenidad en cualquier momento y que consiste en tratar de escuchar el silencio entre el ruido y por debajo de él. Pero en medio de aquella algarabí­a a oscuras y bajo el humo de los cigarros era difí­cil encontrar el silencio y mucho más la serenidad. Así­ que como el plan A de la serenidad y de convertirse en observador que no juzga y que no se altera no funcionó, decidí­ sumarme a las palmas, que con lo que me gusta a mí­ la percusión no parecí­a una opción tan mala, en una aplicación directa de aquello de “si no puedes con tu enemigo únete a él”.

La cosa es que el plan B hizo el trance más breve y supongo que fue una forma de aceptar el presente, pero también comprobé que la mayor parte de la gente daba las palmas mal y que además aquello podí­a resultar agotador. Milagrosamente, la luz se volvió a encender, recuperamos nuestros tenedores y proseguimos la cena pensando que los sustos ya se habí­an terminado y que no serí­an tan sádicos de seguir poniendo a prueba nuestra paciencia. Nos equivocábamos. Al poco rato volvieron a poner la música muy alta (esta vez con luz), unas bonitas sevillanas (para quien le gusten) y aparecieron los mismos camareros con pelucas y vestidos de flamencas bailando de forma estrambótica. Esta parte debí­a ser la parte Chueca de la velada. Aquello era más grotesco que rompedor, pero al menos tení­a un cierto punto de reírse de uno mismo, de no terminar de creerse el lado farandulero de estas celebraciones que podí­a tener su valor profiláctico. Los camareros, altos, bajos, con barba y sin barba dieron un par de vueltas en sus ataví­os transexuales y luego reaparecieron con las bandejas de pescaíto frito. A todo esto un frenesí­ de exclamaciones y flashes de cámaras de fotos habí­a hecho presa de un montón de comensales haciendo patente que la mayor parte de la gente estaba encantada con todo aquello. De hecho, hasta vi algunos brazos de mujer alzándose y describiendo movimientos de sevillanas.

A todo esto, mi amiga la del marido “cumpleañoso”, que ha nacido en Cádiz y pasado toda su vida en Madrid, y que odia las celebraciones ruidosas y el folclore, andaba renegando de que un local gaditano se sume a una celebración sevillana. Se ve claramente que esta amiga sobrevalora la importancia de la geografí­a, que no conoce el poder que emana de aceptar el ahora y que no domina la escucha del silencio que hay detrás del ruido.

En fin, qué trabajosas resultan ciertas veladas del Dí­a del Trabajo, ¿no te parece?

Feliz 23 de abril

Hoy 23 de abril se celebran un montón de cosas (en español aquí ) en diversos sitios de la aldea global, aplicando un mayor o menor rigor histórico. Lo más conocido es la festividad de San Jorge/San Jordi/St. Georges y el nacimiento y muerte de William Shakespeare y el bautismo y muerte de Miguel de Cervantes.

Hay controversia en el caso de los escritores, por varias razones, entre ellas que en aquella época en la Pérfida se seguía usando el calendario juliano que tiene un desfase de diez días respecto al gregoriano, de forma que parece que el inglés murió diez días después de que lo hiciera El Manco de Lepanto o El Inca Garcilaso. Pero también se celebran efemérides menos conocidas como la primera representación de la obra de El Bardo titulada “Las alegres comadres de Windsor” ante Isabel I, que lanzo desde aquí como un guiño para una amiga que no sé si me lee últimamente, el cambio de fórmula de la Cocacola por la New Coke (de la que luego se dio marcha atrás por el rechazo general), así que me gustaría desearos feliz día del libro, de San Jordi, de William Shakespeare, de “San” Cervantes o lo que se prefiera.

Por aquí (Casa Elsie, por abreviar) tenemos pocas rosas (en tres dimensiones, en versión foto unas cuantas, procedentes en su mayoría de “mi” antiguo jardín londinense en Villa Elsinora) y muchos, pero muchos libros, en idiomas diversos y además hoy hacen un descuento del 10% en las librerías de Madrid -cosa que constituye una amenaza real de que mis muchos libros se incrementen hasta convertirse en demasiados (no puedor, no puedor)- y también hay una serie de actos literarios por todo El Foro (Noche de los libros ). Y bueno, respecto al tema Cocacola, aquí tenemos alguna botella de 2 litros de la clásica y ninguna lata de la Light, porque las carga el diablo y en cuanto te descuidas se te cae sobre el teclado del portátil y a punto estás de quedarte sin ordenador.

Como es el día de la fiesta nacional inglesa (por aquello de que San Jorge es el patrón de La Pérfida, aquí en inglés, y aquí en español), esta noche, unos amigos y yo nos vamos a sumar a la cena inglesa que organiza el Bristol Bar Wines & Spirits (calle Almirante 20), un sitio que no me termina de gustar porque lo veo muy posh (en esa calle no es de extrañar), pero en fin qué le vamos a hacer, cómo iba a resistirme al reclamo de “degusta la gastronomía típicamente inglesa y riégala con los caldos más ‘pérfidos'” cuando tras dos años viviendo entre británicos el único caldo típico inglés que se me ocurre es o bien el gravy de la carne o bien los tintos chilenos. Si descubro que semejantes cosas existen, ya os informaré.

Spam y disfraces nacionales

Tranquilos, mi silencio de estos días no obedece a que haya sido abducida por la secta de los Amigos de los Abrazos, ni por un bucle en el Ahora, ni tampoco por los practicantes de Falun Gong. Lo más parecido a una abducción es lo que experimento al abrir la carpeta de Spam del blog: por alguna razón los dos últimos post se han revelado brutalmente atractivos para las “arañas” de la Red y cada vez que trato de poner orden, la avalancha de centenares de comentarios basura en diversos idiomas me bloquean tanto el sitio como el navegador completo, de manera que tengo que cerrarlo entero y volver a entrar. Si no fuera tan racional pensarí­a que el hiperespacio me quiere mandar alguna señal tipo “deja de postear”, pero…

Fish and chips
El famoso plato inglés de pescado con patatas fritas; Luke Lawreszuk – Pixabay

Ahora que es época de carnavales hay muchos que andan pensando en disfrazarse y dándole vueltas a un posible disfraz. A mí­ se me ha ocurrido imaginarme cómo serí­a un disfraz de inglesa: bastaría con ponerse un escote hasta el ombligo, el pelo alisado en plan brunette de rompe y rasga (la que sea morena; las rubias y castañas claras según el canon deberí­an optar por las mechas), ponerte ocho kilos de maquillaje, taconazos, joyas grandes y minifalda. Luego habrí­a que llevar adosada una pinta de cerveza y una bolsa de chips sabor salt & vinegar, o varios Kit Kat y unos vasitos pequeños de una bebida de color azulado y olor alcohólico (los combinados con alcohol en UK te los sirven con el alcohol dosificado, de ahí­ el vaso pequeño).

Por otra parte, desde mi punto de vista, el disfraz de española presenta más dificultades porque me resulta más difícil vernos a nosotras mismas como un cliché y en realidad casi todo lo que se me ocurre son rasgos por contraste con los británicos.

¿Cómo crees tú que serí­a el disfraz de española? ¿y el de español?

Aire

(Soñé por un momento que era aaaaire, oxí­geno, nitrógeno y argón, sin forma definidaaaa; vídeo de la canción de Mecano)

Atravieso un momento dulce en mi relación con el mundo del fitness. Por fin he ganado una cierta fluidez en la cosa de la natación (cosa lógica, por aquello del agua). Y ahora puedo afirmar sin temor a equivocarme que los monitores de natación no se proponen acabar con nosotros cuando nos piden que hagamos tropecientos largos en cinco minutos con el “pull-buoy” entre las piernas o que nademos crol con un solo brazo mientras el otro va unido al de un compañero mucho más alto o mucho más bajo que tú y que nunca lo mueve al mismo ritmo que tú y consecuentemente te pasas varios largos tragando agua y sintiéndote un poco discapacitado.

Al final todas estas penalidades consiguen que desaprendas para que te desenseñes cómo se deshacen las cosas, como decí­an en la deconstructivista “Bola de Cristal”. O, en cristiano, si uno sobrevive a la descomposición de los movimientos en sus partes descubre que habí­a una razón para ello: dominar la técnica en todas sus partes, además de desarrollar fuerza y coordinación también por partes, la parte contratante de la segunda parte o, en términos más claros, pedagogí­a analí­tica.

Eso sí­, mis compañeros de piscina, con su agudeza característica, siguen convencidos de que las tablas que nos aplican, lo del pull-buoy, las tablas de espuma, nadar con camiseta, las manoplas y demás tienen el único objetivo de que no nos aburramos.

Natación

En Pilates pasa algo parecido: el saber dónde están los isquiones o cómo se bascula la pelvis (incluso cómo se pone la pelvis en retroversión, menudo palabro) o entender de qué hablamos cuando hablamos de hacer fondos de escápula supone una diferencia abismal respecto a los pobres mortales que acuden a clase a “verlas venir”.

Tampoco es que me haya convertido en una atleta de la noche a la mañana (mi misterbeanismo impide milagros de ese tipo) pero al menos ahora tengo claro lo que se me pide en cada momento y me quedo más cerca de conseguirlo.

Una cosa que me llama mucho la atención del deporte en España y de las relaciones sociales en este paí­s es la proximidad fí­sica. En mi piscina es muy habitual que los monitores estén dándose palmetazos, o agarrándose unos a otros y también es muy habitual que en un momento dado tu profe te apoye la mano en el hombro desnudo sólo para pedirte que cojas aletas y cosas parecidas. Recién venida de Inglaterra me sorprendí­a más, pero poco a poco me voy haciendo a la idea y por otra parte me parece lógico que la gente que trabaja con el cuerpo tenga una relación más directa con él.

Los tabúes de Occidente

La cosa es que hoy en Pilates el profe ha dicho que al final de la clase nos iba a proponer un ejercicio zen y que quien quisiera se quedara y quien no, se fuera sin ningún compromiso.

Llegado el momento ha empezado a decir que la cosa consistí­a en irnos a la zona de sombras y desprendernos de los tabúes de Occidente y caminar libres de ellos. A mí­ la combinación de “caminar” con “los tabúes de Occidente” me sugirió algo en plan andar en pelotas por la sala, no sé si habré visto últimamente demasiadas pelis del destape en “Cine de barrio” o si será producto de mi educación católica.

Gimnasta al atardecer

La idea, además de poco apetecible así­ de repente, me pareció un mal apaño, porque el aula tiene un cristal que da a las escaleras de acceso al polideportivo y la cosa podí­a complicarse, así que me dije que era improbable que fueran por ahí­ los tiros y decidí­ que esperarí­a a tener todos los datos para formarme una idea (dos años de perplejidad en la Pérfida me han enseñado a ser paciente antes de pronunciarme).

En ese momento, las más pijas y las más jóvenes de la clase (grupos a los que yo podrí­a pertenecer sociológicamente pero, por lo que se ve, y afortunadamente, no en espí­ritu) han comenzado a poner caras extrañas en plan “hay un pelo en mi sopa” o “qué mal huele esta señora”, que se agudizaban según el profe seguí­a explicando, como si el grosor del pelo o la intensidad de la esencia sobaquil estuvieran aumentado a toda velocidad. Reacciones todas ellas que vení­an a demostrar cuánta razón tiene el monitor al hablar de los tabúes occidentales.

Al final el profe nos dijo que la cosa consistí­a en que tení­amos que ponernos a andar por la sala tranquilamente y luego si casualmente nos cruzábamos la mirada con alguien, acercarnos y abrazarnos durante la duración de tres respiracionestratando de acompasar tu respiración a la del otro, y después despedirte con una reverencia a lo oriental o simplemente sonriendo y seguir caminando.

Estos detalles han terminado de convencer de lo aberrante de la propuesta a la funcionaria, a la opositora juvenil y a la pija guapita, quien además parecí­a defraudada porque yo no hubiera secundado sus caras de asco y sus observaciones ante la propuesta heterodoxa del profe y me hubiera limitado a decir, que sí­, que efectivamente aquello era un poco raro.

La cosa es que una vez ido el trí­o La La Lá (en versión No No No o incluso “Preferirí­a no hacerlo”), el resto de las presentes empezamos a caminar por la sala, un poco inquietas (al menos yo) y con cierta curiosidad.

Dedos asustados
Con ustedes el Dúo No No No

No es que sea una fan del contacto fí­sico con semiconocidos, pero me pareció bien darle una oportunidad al experimento, porque tengo claro que existe una conexión cuerpo/mente y también una relación yo/prójimo.

Además de lo que haya podido leer sobre el tema, hace años tuve oportunidad de comprobar que la respiración del que tienes al lado influye en tu ritmo respiratorio. Fue en un curso de locución: cuando mi compañero al micro empezó a tartamudear y perdió el hilo, el profe, locutor de Radio Nacional durante muchos años, me pidió que siguiera leyendo y aseguró que mi ritmo se le contagiarí­a a mi compañero y éste conseguirí­a leer tranquilamente y así­ fue.

Además de esto, parece absurdo negarle un abrazo a un compañero del gimnasio con el que haces estiramientos y ejercicios a dos, al que le masajeas la espalda de vez en cuando con una pelota (antes o después de que él te lo haga a ti), o junto a quien sufres los rigores de una tanda de abdominales toda roja y despeinada. ¿Dónde empieza y dónde termina la intimidad tolerable para un occidental? Parece que todo consistiera en lo pragmático de la acción: si es para hacer un estiramiento o para hacer ejercicio sí­, si es para algo menos práctico o de una utilidad menos visible, entonces no.

Y en fin, que un abrazo no hace daño a nadie (salvo que tu compañero sea Schwarzenegger y le dé por aplastarte las costillas). Así­ que ahí­ estábamos nosotros caminando en chándal y calcetines por la sala con aire pensativo, yo recordando vagamente los lemas del Falun Gong: Verdad, Benevolencia y Tolerancia (artí­culo 1, 2 y 3) y alguna clase de yoga a la que he asistido.

Vista lateral de un abrazo

En un momento determinado, el profe nos pidió que anduviéramos muy despacio y con los ojos cerrados, y que no temiéramos chocarnos porque al ir tan despacio nos darí­amos cuenta y nos desviarí­amos o percibirí­amos la energí­a del otro antes de chocarnos.

En honor a la Verdad debo decir que al principio fui obediente y caminé con los ojos cerrados, pero que después, como no notaba ninguna energí­a en las proximidades y no me fiaba mucho de mi detector de “chi”, abrí­ los ojos una vez, para comprobar que tení­a bastante espacio delante de mí­, cerrarlos de nuevo y sentir la tentación de darme virtualmente con el cilicio por ser tan agoní­as, tentación frustrada por mi voto de Benevolencia.

Di un par de pasos más y entonces el profe nos pidió que abriéramos los ojos y que si nuestra mirada se cruzaba con la de otro y nos surgí­a le diéramos un abrazo. Cuál no serí­a mi sorpresa cuando al abrir los ojos me encontré a un par de palmos al mismo profe, el único hombre de la clase ese dí­a. Me puso una cara dubitativa, como temiendo que yo no estuviera en “modo abrazo”, pero le dije que por qué no (según los dictados de la Tolerancia) y en ese momento nos pusimos a la cosa del abrazo de oso y la sincronización de nuestras respiraciones.

Su respiración era tranquila y su espalda acogedora y poderosa; hasta ahí­ puedo leer, que dirí­a Mayra Gómez Kemp (se ve que tengo el dí­a retro en lo que se refiere a la tele: “Cine de barrio”, “La bola de cristal” y el “Un, dos, tres” en un único post sobre deporte…; será que el programa sobre el 23-F me ha refrescado la memoria o que una ya va teniendo una edad :-)).