Tendréis que perdonar que últimamente no pueda postear tan a menudo como las circunstancias requieren y como a mí me gustaría, pero los preparativos del regreso y el carapantallismo coleante no me lo permiten. Aprovecho las buenas noticias de hoy para robarle un rato al curro y los arrangements para contaros un par de cosas. Hoy es un viernes magníficus para mí (que es lo contrario de un “viernes horríbilis” si mi latín macarrónico no me engaña) porque he conseguido una prórroga de trabajo, que supone que puedo tomarme de aquí al jueves de vacaciones y disfrutar de Londres y de su sorprendente buen tiempo de estos días (el fin de semana va a seguir igual, al parecer) y porque está tomando forma un proyecto apetecible para los próximos meses.
Mañana me reuniré con unos amigos en el South Bank para hacer una especie de despedida. Será poco ortodoxa, porque no va a ser en una casa como suelen ser estas cosas, y porque seremos un grupo bastante misceláneo. Al final, a muchos de mis amigos los veré individualmente porque no pueden venir mañana. También me desconcierta mi propio nomadismo: con un pie en mi antigua casa y otro en la casa de mi amiga, estoy un poco en plan tú a Boston y tú a California, pero siendo yo los dos tú. Me costó mucho decidir si quedaba cerca de la antigua casa, donde viven la mayor parte de mis amigos, o cerca de la nueva, opción más práctica para mi propio regreso ya que durante el fin de semana casi no hay trenes y regresar puede ser una odisea. Finalmente elegí algo cerca de mi casa antigua y un lugar que me gusta especialmente. Sea como fuere, seguro que lo pasamos bien y que es un buen recuerdo.
Ayer aproveché que tenía que visitar a mi osteópata en Dulwich, cerca de mi antigua casa, para acercarme a casa de F. a parlamentar y gestionar la fianza. Ella había regresado de Sudáfrica esa mañana muy temprano y por supuesto había puesto su cuarto y el pasillo patas arriba. Ahora le ha salido un competidor difícil de batir, porque el nuevo flatmate que me sustituye, un compañero suyo de la facultad de su curso de guión, tiene dotes naturales para convertir los espacios en campos de batalla.
La cuestión es que me hizo mucha ilusión ver a mi ex-casera y compañera de piso y despedirme in style de la casa y de los dos años allí. La despedida en sí consistió en tomarnos un té mientras me enseñaba sus compras (una escultura de madera tallada, unos dibujos de arte étnico y muy coloristas que pretende poner en el pasillo), ir a comprar un par de cosas que nos hacían falta para hacer la cena, tomarnos una caña en el pub de la esquina -que F. solía odiar, pero a cuya puerta nos encontramos a dos vecinas suecas a las que ha conocido hace poco; dos simpáticas cabezas de chorlito-, un pub en el que yo he dado una clase de español y visto el partido Chelsea-Valencia bajo el ala de los ladridos del perro del pub (que apareció un día y ahora vive allí: no tiene dueño), tomado unas cuantas medias pintas en distintos días, rescatado a mi antiguo compañero de piso de Zimbabwe cuando se dejó las llaves olvidadas y para después del pub regresar a casa y descubrir que as usual a F. se le había olvidado algo y tenía que volver a la tienda a por ello.
La cosa es que al final cenamos unos langostinos fritos con ajo y perejil, con arroz Basmati y ensalada de aguacate (con queso, frutos secos, pimientos, lechuga, tomate, spring onion de todo, vamos) como postre chocolate de Cadbury’s con frutos secos y pasas. Además, charlamos de lo divino y lo humano, de sus planes, de los míos, del sentido de la vida, de los ligues, de la gente a la que ha conocido en Sudáfrica (al parecer entre ellos a un príncipe zulú que es el más rico del país y que le tiraba los tejos), y del puente de 300 metros de altura y vistas espectaculares desde el que se tiró en puenting. También estuvimos echando cuentas sobre la fianza de mi habitación. Me costó un poco hacerle entender la cosa -además de que discutir estas cosas no es precisamente muy agradable-, pero al final creo que quedó claro.
Por supuesto, regresar a eso de las nueve y media de la noche desde esa punta de Londres a esta otra fue una odisea, sobre todo porque por la noche hace mucho frío ya y esperar al bus en el rural viejo sur (en Dulwich, para mayor exactitud) no es apto para frioleros ni reumáticos.
Por otra parte, el martes por la noche llegaron a Madrid mis 13 cajas, sanas y salvas, al parecer, así que se van cerrando capítulos, cosa que contribuirá al bienestar de mi espalda, que por cierto va mejor pero no acaba de recuperarse (preparar las 13 cajas y moverlas no parece que le hiciera mucha ilusión a la susodicha, pero, eso sí, se comportó como una campeona). El osteópata me ha comentado que ahora que los músculos se han empezado a relajar y que el espasmo ha disminuido, ocurre que los músculos se han quedado débiles y que necesito ejercicio. Así que me estoy escapando a la piscina para sesiones cortas de natación, porque no puedo excederme, a riesgo de volverme a contracturar. En fin, a algunos parece que la garantía nos ha caducado en el peor momento. Pero prometo vengarme apuntándome a yoga y técnica Alexander en Madrid, o cosas semejantes.