Sobre la realidad y su sentido

Ando enfrascada en una traducción de una narración del inglés al español. Mi trabajo consiste en primer lugar en entender qué hace el texto original y cómo lo hace y después en construir o crear un texto equivalente en español. Descifrar sentido y expresarlo de nuevo. En esta doble tarea es muy importante reparar en los detalles, las formas, los contextos. Obviar los matices puede suponer hacer una traducción nefasta. Mi carapantallismo actual consiste en habitar una ficción regida por el sentido.

En otras palabras, jugar a que esto en lo que estamos inmersos tiene sentido.

Un trabajo semejante te pone en una situación curiosa. Por un lado es una tarea solitaria y casi invisible (si trabajas en casa la gente termina creyendo que no trabajas), aunque con un cierto prestigio entre la gente que lee, y por otra parte te convierte en una especie de ornitólogo freaky que anda persiguiendo sonidos de pájaros que nadie oye y que nadie distingue. Sospecho incluso que esos sonidos de pájaros no le importan a casi nadie, a juzgar por el mimo que se pone en la televisión y en la radio en el uso de la lengua castellana, en hablar de forma inteligible y correcta. Alguna vez me he propuesto registrar los gazapos de la televisión, pero siempre desisto, convencida de que no darí­a abasto. En la radio ocurre también. (Por cierto, ¿alguien podrí­a explicarles a los locutores de Kiss Fm que el Mercy de Daffy no significa gracias sino clemencia, misericordia o piedad; “you got me begging you for mercy, mercy, mercy”).

Así­ salgo de la realidad paralela en la que habito para meterme en una realidad subterránea poblada con gente llena de paraguas y abrigos de piel de oso y carritos de niño, y carritos de la compra y personas que parecen normales pero creen firmemente en que pueden atravesar tu cuerpo, que desconocen aquello tan básico de “antes de entrar dejen salir” o las contrastadas ventajas de una buena higiene corporal. Un mundo en el que lo normal es que las embarazadas y los ancianos del vagón sobrevivan colgados de la barra y en el que lo suyo es andar sorteando goteras, montones de serrí­n y periódicos destripados por el suelo. El detalle más curioso de este mundo “y lo que hace que todo lo demás merezca la pena- es, sin duda, la gotera que cae imperturbable dí­a tras dí­as sobre un cubo en el que se lee: Comida Perro Prosegur. Es conocido que el agua de Madrid es muy buena, pero no sabí­a yo que esos perrazos pudieran subsistir con agua de lluvia con residuo de pared y techo, con retrogusto terroso.

El otro dí­a, de regreso de la piscina, iba yo sumida en estas ideas, en lo grato que es viajar en un suburbano tan abarrotado, sucio y lleno de gente incí­vica y en cómo me gusta ser la ayudante 24 horas del polideportivo, especialista en sortear nadadores ciegos de mi calle y las colindantes, capear compañeras de vestuario con especial querencia por tu espacio fí­sico y necesidad de hacer apostolado todo el tiempo sobre cosas que ni interesan ni tienen ningún fundamento y asistir aquí­ y allá a gente que no tiene ninguna deficiencia importante pero va por la vida sin mirar a su alrededor, cuando tuve la dicha de encontrar asiento (no habí­a embarazadas ni ancianos a la vista, tranquilos).

Con mucha propiedad, como estaba en el metro, me senté a leer mi Metro, y cuando andaba enfrascada en una curiosa/morbosa noticia sobre las funerarias que al parecer proyectan abrir un departamento CSI, es decir, conservar muestras de ADN de los difuntos para rastrear enfermedades genéticas, un tipo grande y que desprendí­a un olor desagradable pero difícil de identificar se sentó a mi lado. Vi que leí­a descaradamente mi periódico, cosa que me molesta, más incluso si es gratuito. La cosa es que al rato, como cotillear mi periódico ya no suponí­a un reto para él, pasó a la siguiente pantalla y se vio con ganas de pedirme que le hiciera un comentario de texto o una crí­tica del artí­culo que ambos estábamos leyendo. No sabí­a él que me gano la vida haciendo este tipo de cosas y que mi madre me dijo de pequeña “no hables de textos con desconocidos”.

En el periódico vení­a una infografí­a bastante cutre para ilustrar la noticia de las funerarias que mostraba entre otras cosas dos copas de cerveza y junto a ellas un móvil en cuya pantalla se leí­a “Descanse en paz”. El tipo me preguntó ¿así­ que la cerveza es mala? “Hombre, depende de cuántas se tome uno”.

Pues a ver -me contestó- yo me tomo unas seis cervezas al dí­a. Y también cuatro cubatas y tres gintonics. Me alimento de lo que bebo y de salchichón. Soy vegetariano. No tomo ni leche, ni carne, ni huevos. No tomo pan porque engorda. Me alimento de tomates y pimientos. Y ya ves. Estoy como un toro. Ochenta años. Como un toro”. La enumeración de bebidas alcohólicas incrementaba la inquietud del viajero que habí­a a mi izquierda, que le lanzaba miradas alarmadas, pero no decí­a nada. “Hoy mismo”, dijo, “ya me he tomado dos gin-tonics. Me los tomo dobles, así­ que me he tomado seis. En ayunas”. No estaba mal para ser sólo las 10 y media de la mañana de un miércoles laborable.

Algún mecanismo de seguridad se habí­a desplegado en mí­, afortunadamente, y así­ ni las contradicciones ni las aberraciones dietéticas ni las dosis mencionadas cortocircuitaron mi cerebro. De hecho ni siquiera le contesté, temiendo incrementar su sed de relato (nunca mejor dicho), y por miedo a que la conversación con este ser mí­tico se pusiera peligrosa. El tipo parecí­a un ex boxeador, grandote, hinchado y con cara atontada pero desde luego no aparentaba ochenta años. Tení­a bastante pelo, negro.

Cuando me levanté para bajarme, con la impedimenta de natación a la espalda y mis propósitos de ponerme a traducir cuanto antes, oí­ que me decí­a, “ahora puedes ir a tomarte un cubata tú” y luego una risa. El comentario me arrancó una media sonrisa. La frase tení­a la virtud de ilustrar perfectamente la distancia entre su lógica y la mí­a y por otra parte, era un intento a la desesperada de que le siguiera el rollo.

Cuánta razón tení­a este hombre, entre los largos en la piscina y las horas de cuidadosa traducción lo que yo necesitaba era un par de cubatitas para abrir boca.

Mensaje en una esfera

He recibido el siguiente mensaje, de lo más enigmático:

No te engañes a ti mismo fingiendo que no estás interesado en esta esfera. ¿qué esfera?, ¿el globo terráqueo?, ¿la burbuja inmobiliaria?, ¿la blogosfera?, ¿la esfera polí­tica? Hoy en dí­a puedes encontrar lo que quieras en internet ¿un club de fans de Elsinora? ¿un trabajo bien pagado? ¿el truco para cancelar mi hipoteca? ¿un novio divino de la muerte? La primera experiencia negativa provocó inhibiciones ya lo veo, se refiere al carnet de conducir; o a aquella tortilla de patatas que se me quemó y puso trabas al desarrollo de la esfera sexual ¡acabáramos!; o sea que la primera experiencia impidió que se desarrollara bien la esfera… o sea que el globo de látex, se pinchó en algunos individuos mala suerte para ellos, cuánto lo sentimos. Entiende que no estás solo en este mundo ¿el mundo mundial? porque en el mundo de los freakies sexuales no estoy ni sola ni acompañada, simplemente no estoy. Todas las normas han sido prohibidas no sabí­a yo esto; de lo que se entera una con esto de los blogs y muchas cosas ahora son socialmente aceptables pozí, así­ es. Rechaza todos los principios mojigatos y reglas de conducta ¿todas las reglas? ¿y entonces qué hago? Hoy en dí­a la situación es bastante diferente. Puedes desarrollar tu esfera í­ntima y dale y disfrutar cada una de sus manifestaciones.

A continuación el mensaje original, recibido en inglés, la lengua del imperio ¿esférico?

Don’t deceive yourself and pretend that you are not interested in this sphere . Today you can find everything you like in the internet . . First negative experience provoked inhibitions and hag-ups and hampered the development of sexual sphere in many individuals . You understand that you are not alone in this world . All norms are banned and many things are now socially acceptable. Refuse all sanctimonious principles and rules of conduct Nowadays the situation is quite different . You can develop your intimate sphere and enjoy every its manifestation.
*****

Y por cierto, al final del bonito mensaje había un link a una página de vídeos porno, de lo más esféricos todos, supongo, porque no me he atrevido a pinchar en el enlace, porque al quedarme sin reglas de conducta a seguir ya no sé cómo conducirme por la blogosfera, yo que me inhibí con el carné de conducir, pero eso sí­, ya he dejado de engañarme a mí­ misma fingiendo que las esferas, cualquier esfera, no me interesan. Me interesan mucho, de hecho. Las esferas, así­, tan… ¿cómo decirlo? redonditas.

Cuánto deporte y cuán lejos de casa (II)

La vuelta a casa no resultó demasiado épica, pero tampoco demasiado tortuosa. Aunque tenía que hacer dos trasbordos y usar dos billetes distintos, durante la mayor parte del trayecto era posible depositar aquellas bonitas mancuernas de PVC en el suelo y en los cambios de línea el secreto estaba en aguantar lo suficiente hasta las escaleras mecánicas.

Me había propuesto aprovechar el largo viaje para avanzar trabajo (como cazadragones part-time no me queda otra), cosa que pude hacer a la ida, pero a la vuelta estaba demasiado cansada para ir leyendo mi manuscrito en inglés, así que lo volví a meter en el bolso lamentando el peso extra y me puse a observar a mi alrededor. Cuatro chavales con cuatro carpetas idénticas soltaban risotadas enfrente de mí. El lomo de la carpeta decí­a: “VI Master de Periodismo Deportivo”.

Los observé con mayor detenimiento (tres chicas y un chico) para concluir que rara vez habí­a visto a gente con un aspecto más alejado del deporte. No era sólo un asunto de la forma de vestir y la complexión, sino también de la postura y la actitud corporal.

Me acordé también de mis compañeros de Periodismo, especialmente de unas chavalas que venían a clase todos los días con el Marca retorcido y que al parecer sabían todas las alineaciones y las estadísticas. Llevaban unas uñas largas pintadas de oscuro y un look semiheavy que siempre me había desagradado. La cosa es que estas chavalas ignoraban cualquier cosa que no fuera fútbol y por supuesto no practicaban ningún deporte.

Volviendo al presente, leí­ en la carpeta de los chavales “Universidad Juan Carlos I” y me acordé de un amigo mío que es profe allí, precisamente en Periodismo y me pregunté si estos cuatro serían alumnos suyos. Parecí­an buenos chicos, y a efectos académicos su mal gusto para vestir y su exceso de ingenuidad no creo que fueran relevantes.

A mi derecha habí­a otros tres tipos curiosos. El del extremo, muy moreno y con rasgos de origen árabe pero claramente español y nariz de boxeador hablaba animadamente con el que tenía a su lado, un chaval de pelo castaño y cara vagamente inglesa, repanchingado sobre el asiento y con su pie enfundado en una zapatilla de marca pisando el asidero metálico del vagón con esa dejadez fí­sica tan anglosajona.

El del pelo oscuro le hablaba en español y el otro le contestaba en inglés, con un marcado acento del centro de Inglaterra. El que estaba junto a mí­, rubio y de formas redondas, tenía un libro de baloncesto sobre el regazo, y sobre él un paquete de tabaco y un cuaderno. Parecí­a norteamericano y vestía con un look de hace diez años. A éste sólo le oí hablar en español con acento vagamente inglés. Estaba bastante estresado por cuestiones de trabajo y los otros dos trataban de tranquilizarle sin esforzarse demasiado en el empeño, me pareció.

El del medio, el del acento no londinense, se puso a hablar en un español perfecto y entonces ya no supe si realmente tení­a cara de inglés o había sido una suposición hecha después de haberle oído hablar con tanta fluidez.

Por la conversación y el aspecto deduje que eran periodistas deportivos y bilingües y de alguna forma me sentí muy cerca y muy lejos de ellos al mismo tiempo. Ninguno de ellos parecí­a demasiado deportista, por otra parte.

Las estaciones se sucedían y los chavales de enfrente…

Continuará.

(Como los más observadores habrán notado, he vuelto a la plantilla original. He pensado que un post tan largo con un cuerpo 8 podí­a ser matador, y como de momento no puedo modificar el tamaño de letra me ha parecido mejor volver a esta plantilla).

Procrastineison and selebreisons (Parte V)

Finalmente, el martes por la mañana me dejé de guiones tragicómicos y de versiones de género. Decidí que la cosa no podí­a esperar más y nos plantamos en mi facultad (qué fácil es a veces hacer las cosas al estilo de los tíos ¿no? Quizá deberíamos hacerlo más a menudo, chicas. Si queremos que nos acompañen, basta con decir: quiero que me acompañes y callarte tus dudas sobre si para él puede resultar un coñazo ir a eso o no; si tienes derecho a pedir semejante cosa o si tu petición en el fondo es egoísta. Si le resulta un pestiño ya te lo hará saber… a su manera; y, sí­, esto puede ser el problema, que su manera de comunicar su fastidio no es la manera que a ti te gusta, que es fácil que te lo diga a lo bruto, pero en fin, no nos liemos ahora con matices femeninos que si no nunca llegaremos a la facultad).

Mente descifrando otra mente
Yo tratando de descifrar la mente de mi hermano – Gerd Altmann – Pixabay

Pensando yo en estas cosas de la (in)comunicación humana y mi hermano en Dios sabe qué, llegamos a la facultad y entramos por la puerta principal, abarrotada de gente con trajes de graduación y de familiares con la ropa de los domingos y nos desviamos hacia la secretarí­a. Esta, cómo no, estaba cerrada por causa de la graduación, lo cual es una contradicción en los términos: ¿cómo te vas a graduar si para ello te tienes que registrar y el registro está cerrado porque la gente se está graduando?

No dejé que las contradicciones pudieran conmigo -como antes no habí­a dejado que mi rol femenino me metiera en un bucle- y después de investigar un poco dimos con un cartel que decí­a que para asuntos de registro de graduación acudiéramos a la room nosecuantitos.

Llegué a la tal sala, que era el Cinema Hall, el lugar donde se hací­an pequeños cineforum y donde alguna vez había acudido a alguna clase con proyección y vi una mesa con dos colas y una mesa individual con el rótulo Queeries (consultas) y debajo el nombre real de la persona bautizada como “The Woman” por mi compañera de máster amante de las onomatopeyas.

Mujer en un laberinto
Elsinora a punto de internarse en el laberinto de la mente masculina y la burocracia de La Pérfida; Arek Socha – Pixabay

Me adelanté hacia la tal “The Woman” y le conté mi problema de un tirón, sin respirar: yo me iba a graduar el miércoles, pero no había tickets porque contesté muy tarde y entonces me reservasteis para el viernes pero no me ha llegado la confirmación y bla bla bla.

La cara de la tipa, cordial, pero ya inicialmente ojerosa y tensa, empezó a mostrar una preocupación creciente según hablaba y me preguntó qué máster era el mío. Se lo dije y me dijo: “pero tú no te gradúas hoy, entonces”. Claro, pero no me habéis mandado confirmación y he venido para asegurarme la plaza el viernes. Me explicó que ella ese dí­a debía dedicarse a solucionar los problemas de la gente que se iba a graduar ese día, que lo comprendiera, que había gente sin registrar.

La cosa tení­a su gracia, porque yo estaba en aquel lí­o por haberlo dejado todo para el último momento y ahora que estaba intentado hacer las cosas con margen, los propios ingleses no me dejaban. Le dije que lo entendí­a, que no me importaba esperar, pero que necesitaba confirmar mi plaza para el viernes.

Esperamos un rato sentados en aquella pequeña sala de proyección observando el desfilar de los alumnos hasta la mesa donde tras preguntarles el apellido les daban la invitación. Todos terminaban deletreando sus apellidos, como ocurre siempre con el inglés y pensé el ligero cachondeíto que habrí­a cuando me tocara a mí deletrear mis múltiples y largos apellidos (Bonasera de Todos los Santos, Elsinora).

Dos graduadas se abrazan
Perdona, flower, pero Ian me quería a mí; Maura Barbulescu – Pixabay

Observamos también los modelitos de los presentes, las chavalas supermaquilladas, con minifalda y taconazos bajo la toga y los chavales con zapatos más o menos elegantes y pantalones de todo tipo. El asunto de la minifalda hizo saltar mis alarmas.

Yo habí­a meditado cuidadosamente qué llevaría debajo de la toga hasta la altura de la cintura (la beca debí­a sujetarse mediante un botón, la prenda que llevaras debí­a ser fuerte para que el peso de la “capucha” no la levantara… las instrucciones sobre la blusa eran muy detalladas) y también qué zapatos elegantes pero cómodos me pondrí­a y con qué medias, pero me había olvidado completamente de lo que había en medio, porque las fotos de los chavales con toga de la empresa de alquiler no lo mostraban.

Hasta aquel momento habí­a dado por supuesto que la toga negra lo tapaba todo hasta casi los pies, pero viendo a la gente en vivo descubrí­ que no era así. Así que mientras esperábamos a que nos pudiera atender “The Woman” y mientras mi hermano se divertí­a observando a la variopinta fauna de mi facultad con sus ropas de gala -el premio se lo llevó una con unos taconazos y bronceado de bote- yo andaba rumiando que mis pantalones negros de lycra no eran la mejor opción para llevar debajo de la toga en la graduación, pero que a estas alturas dónde podría encontrar una falda larga mona y bla bla bla.

Gorros al cielo en graduación
Gillian Callison – Pixabay

Estaba contenta con los zapatos, unos zapatos marrones Geox de tacón no muy alto y bastante cómodos y con las medias cortas que había traído, pero me fastidiaba no haber caí­do en el asunto de la falda o el vestido. Esta maldita graduación se estaba convirtiendo en una carrera de obstáculos sin fin, lo cual resultaba paradójico, porque mi principal interés para ir a la graduación era que lo consideraba un premio a la consecución de un master que resultó complicado, pero no me parecí­a que los premios debieran ser a su vez una prueba de fondo.

Mientras pensaba estas cosas tan útiles y reconfortantes, vi cómo “The Woman” solucionaba los problemas de última hora de mucha gente, pero también cómo dejó a una chica compuesta y sin ticket, ya que le oí­ decir a su amiga que no se podrí­a graduar ese dí­a.

Lo curioso de haber adquirido un buen nivel de inglés es que el ser capaz de comprender todas las conversaciones que se producen a tu alrededor por una parte te da cierta tranquilidad, pero por otra es una fuente continua de inquietud, porque terminas manejando demasiada información (o será que tengo la “parabólica” demasiado bien sintonizada; en España también me pasa a veces).

Cotillas espiando
No he podido evitar oír… Couleur – Pixabay

Cuando quedó libre, me acerqué “The Woman”, le conté de nuevo la película y me dijo que le resultaba familiar el nombre, pero que no recordaba el mail.

Nos condujo a su oficina y una vez allí­, consultó sus archivos, me dio un formulario y me preguntó si quería graduarme el dí­a original es decir, el miércoles, el día siguiente. No pregunté qué cataclismo había ocurrido para que de repente quedaran tickets libres pese a la inmensa lista de espera, sino que me limité a decir que sí­, a rellenar el formulario y a tratar de pagar el ticket. Me dijo, no, eso lo tendrás que hacer mañana, cuando vengas a la graduación. Nos piramos de allí­ bastante aliviados, pero yo me quedé dándole vueltas al asunto de la falda sí­ falda no. El resto del día me invadió una especie de ligereza posgestión, sensación que tras la ceremonia en sí adquiriría un cierto matiz de vacío.

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Procrastineison and selebreisons (Parte IV)

Ceremonia de graduación

La empresa de alquiler de ropa académica no tardó en contestar a mi email. Como ocurre a veces, un texto personal de quince lí­neas, que contení­a cosas como mi altura en pies (que cosa más grosera) y mi contorno de pecho en pulgadas (demasiado íntimo, ¿no?) y mis comentarios sobre la falta de un cheque asociado a una cuenta inglesa, recibió asimétricamente un simple mail profesional de tres lí­neas que venía a decir que no habí­a problema, que podía pagar por teléfono o por Internet, pero que confirmara pronto mi pedido porque mi facultad la iban a cerrar en breve, en una asimetrí­a que demostraba claramente quién tenía la sartén por el mango.

Me alegré de haber recibido una respuesta rápida -aunque escueta- y me puse a pensar que seguramente la razón de la falta de respuesta de facultad se debía a que había pillado en medio un bank holiday (tiene narices: con los pocos días de fiesta que hay en Inglaterra me tiene que tocar uno en un momento crí­tico).

Sombra de alumno con ropa de graduación
La sombra del graduado es alargada; Cindy Parks – Pixabay

Dado que aquel dí­a ya era laborable y seguía sin noticias, lo más sensato era llamar por teléfono y contarle la película a la persona que se ocupaba del asunto. No me apetecía nada ser llamada al orden por teléfono, como procrastinadora que trata de sufrir su mal en silencio me parece una falta de estilo que me están recordando a cada rato mi condición, pero no quedaba otra. Conseguí­ hablar con “The woman” y le expliqué el problema, con un discurso más misterbeaniano de lo que me hubiera gustado (emm, arrr, estoooo, aquí Paca Martínez Soria, española de España, mire usted, digo mire you, soy alumna…, se ve que la culpabilidad acentúa la torpeza).

Me escuchó cortésmente pero cuando terminé de exponerle el caso contestó algo que me costó entender. Las palabras eran claras, pero el significado de su combinación no entraba en mi diccionario de posibles respuestas. Decí­a: “There are no accommodations for Wednesday ceremony“. Las frases adyacentes las entendía en espí­ritu y en letra: hay una larga lista de espera, las plazas para la graduación son limitadas… pero no era capaz de asumir que no hubiera sitio para mí en mi propia graduación y menos después de haber mandado por partida doble un email tan currado y apremiante. Y además, ¿a qué venía llamar “accommodation” a un simple asiento en una sala? Porque a lo mejor se referían a una habitación en una “residence hall” y yo no necesitaba alojamiento en absoluto, yo querí­a simplemente un par de asientos.

Reformulé la frase fatal para asegurarme de que la había entendido: ¿así­ que no hay ni un solo ticket para mi graduación? Repitió que habí­a una gran waiting list para ese día y entonces yo me refugié en la tradición de mi país… en mi paí­s estas cosas no se organizan así­. Insensible al cultural gap, dijo que las plazas eran limitadas y que por eso nos habían pedido que confirmáramos antes del 2 de mayo. Touchée. La tipa tenía razón aquí­ y en las Conchimbambas. Le pedí­ disculpas. La solución que me proponía era acudir a la ceremonia del viernes 5, en la que se presentarían otras personas que no tení­an plaza para el miércoles. Una repesca en toda regla. Le dije que ya que no me quedaba otra posibilidad, que por favor me cogiera plaza para el viernes, pero aún así­ le pregunté si habría gente de mi promoción ese dí­a. Dijo que sí, que acudirían algunas personas que se habían quedado sin entrada. Pensé que aquello iba a ser algo caótico, pero que al menos acudirí­a a la ceremonia. Me dijo que le mandara mi dirección fí­sica para hacerme llegar la información sobre el evento y que ya concretaríamos el asunto del pago del ticket y demás.

Aprendiendo de mis errores, le envié con diligencia la dirección de mi antigua casa en Londres, casa en la que me iba a alojar esos días, comentándole que si me escribía a España, la carta y yo nos cruzarí­amos ya que volaba inmediatamente a Londres. Transcurrían los días y no habí­a noticias de la facultad.
Aterrizamos en Londres un viernes por la tarde. Llegamos a la que fue mi casa durante casi dos años hacia las nueve de la noche. La escena fue muy parecida a muchas que viví­ allí. F. pasaba la aspiradora con diligencia porque una nueva flatmate estaba a punto de llegar. Nos saludamos muy efusivamente y la encontré igual.

Foto de Whitehall en Londres
Maxssx – Pixabay

En Londres, lo mismo: me encontré con un montón de cartas mías atrasadas (F. juró y perjuró que las acababa de ver), entre ellas una de la oficina del Censo con las papeletas para votar en las elecciones de Marzo (en las que no pude votar, a pesar de haber comunicado al Consulado español que regresaba a España definitivamente), una carta de Zapatero pidiéndome su apoyo y cartas variadas del móvil inglés y de la cuenta inglesa que contiene 0,64 libras. Imaginé que a Madrid tampoco había llegado la famosa carta, porque mi madre me habrí­a llamado ipso facto y me habría reproducido el contenido a su manera (aún recuerdo la escena de mi madre leyéndome por el móvil desde España una carta en inglés de la facultad sobre un supuesto brote de meningitis imparable…; menudo choteo tuvieron un par de dos que yo me sé a cuenta de esto).

Habí­amos llegado al martes y aún no habí­a noticias de la facultad. Yo había pagado ya la ropa académica, por Internet, usando mi tarjeta de crédito y comprobado cuán inútil habí­a sido la batería de medidas corporales y de conversión de unidades, ya que aunque la versión formulario postal te pedía todo tipo de datos, la versión on line sólo requerí­a tu contorno de pecho si superabas los 142 cm y además te permitía poner tu altura o tu contorno de cabeza en cm. Me cargaron 1 libra por el retraso, además. 41 libras en total por la toga, la beca y el birrete. En previsión de cambios de última hora, yo le habí­a comentado al de la empresa de togas que aunque mi graduación era el viernes, y había alquilado el traje para ese dí­a, tenía la esperanza de conseguir plaza para el miércoles. Me dijo que no habí­a problema, que llevara impresa la confirmación de pago del alquiler y que les contara la película: los trajes los dejaban en mi facultad toda la semana.

Así que se acercaba el día de la graduación y yo no había recibido aún la confirmación de la plaza, pero eso sí tenía una flamante toga de mi talla esperándome. No teníamos Internet en casa, y llamar tampoco hubiera solucionado mucho, porque en cualquier caso necesitaba recoger el ticket físico con la numeración de la silla. La mejor solución era pasarse por la facultad, pero por otro lado, me daba palo hacer perder el tiempo a mi hermano yendo a la facultad para investigar qué pasaba con las confirmaciones cuando él podría estar durmiendo un rato más o paseando por Londres. Por otra parte, no me apetecía nada ir sola y aquello nos concernía a ambos. Todo ello y mi propia idiosincrasia montaron una escena tragicómica de lucha de sexos en el que la mujer se contradice, el hombre sigue la lógica de una parte de lo que ha dicho la mujer y la mujer se enfada porque el hombre no sabe leer entre lí­neas. (Seamos ecuánimes, contemos las dos versiones. Según la percepción del hombre, la mujer ni siquiera se contradice: simplemente dice primero A y cuando el hombre contesta a ese A, ella se saca de la manga que también había dicho B y que es evidente que la verdadera opción es B y que hay que estar ciego o ser hombre; esto lo dirá sólo si está muy cabreada, pero casi siempre lo pensará- para no verlo).

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