Primera parte del texto aquí.
Frente al Big Ben está el monumento a Boudica, una enorme noria a la que llaman el ojo de algo, no está claro porque no termino de entender el inglés, por no decir que no entiendo nada en absoluto, salvo palabras sueltas como yes y no, y frases hechas, útiles para momentos de emergencia, como “Kiss my ash”. He de mencionar que los ingleses hablan inglés de un modo tan radical que resulta ininteligible, aunque eso no supone problema, siempre y cuando lleves libras en el bolsillo. Si no llevas libras, el inglés es sólo uno de tus problemas, así que tampoco hay que preocuparse.
Y en este recorrido por la ciudad constaté una serie de hechos:
1 las pelirrojas existen;
2 las inglesas no son ni mucho menos gordas y rubias como vacas, tal como nos han hecho creer, probablemente para quedárselas todas;
3 en Londres hay una cantidad de ingleses muy inferior a lo que se sospecha, dado que la mayoría de los que veíamos por la calle eran o bien españoles, o bien de cualquier otro sitio, desde hindúes a negros. (De hecho, si alguien quiere ver ingleses, es mejor ir a Benidorm, lugar en el que también he estado, aunque ese es un viaje fascinante que tendré que narrar en algún blog dedicado a Benidorm).
Llegamos a Trafalgar Square, donde hay un monumento a Nelson. No lo pueden poner a caballo porque era hombre de mar, pero luce mucho. En esta plaza está la librería más grande de Europa (según mi guía de viajes) donde entré sobrecogido como si entrara a un templo, imaginando las maravillas que contendría, todas a precios asequibles.
Tuve que salir corriendo antes de que me diera una apoplejía, dado que todas esas maravillas, que si las había, estaban en un idioma completamente ininteligible y probablemente bárbaro. Allí tuve que dejar un ejemplar de Finnegans Wake, que nunca se ha traducido al español, por increíble que parezca, o una recopilación casi completa de los poemas de Seamus Heaney, hechos ambos que me partieron el alma, pero era como el gallego que se encuentra una sirena y la vuelve a tirar al mar, preguntándose, ¿y por dónde?
(Aquí el lector se preguntará si soy tan cándido como para no comprender que las librerías inglesas contienen libros en inglés, a lo que debo decir que sí, lo sabía, pero tengo tal talento para la esperanza y el autoengaño que no acababa de creérmelo, y me obligué a constatarlo).
En cuanto a la arquitectura de la ciudad, es sorprendente. No hay una zona histórica que recorrer, ya que Londres se quemó de parte a parte allá por 1700, según mi guía de viajes. Pero da igual. Es grande, variada, cosmopolita. Todos los edificios son singulares, todos son distintos, y sin embargo, situados unos junto a otros dan sensación de armonía. Londres da sensación de Metrópoli global, de ser el sitio donde PASAN las cosas. No quiero ni imaginarme cómo será Nueva York.
Bien, allí sobre las ocho hora local me empecé a sentir fatal, en el sentido que de que ya no podía dar un paso, porque creo que habíamos caminado la misma distancia que separa en línea recta París de Detroit, por lo menos a nivel subjetivo. Aunque me callé, para evitar que mi encantadora esposa pensara que se había casado con un hombre débil, hipocondríaco y permanentemente agotado. Diez minutos estuve callado, pero ya no pude más, y le dije, por dios te lo pido, esposa de mis amores, llévame a comer algo caliente antes de que me dé un desmayo.
En este punto debo decir que Caléndula es una persona contradictoria, en el sentido de que le gusta viajar a lugares exóticos y lo más lejanos posible, y sólo admite alojarse en hoteles buenos o muy buenos (lo que va en consonancia con su belleza) PERO luego protesta porque gastamos en ello mucho dinero. Así que poco menos que pretendía mantener este cuerpo serrano que descubrí en los espejos a base de sándwiches baratos, y este cuerpo, cueste o no cueste, precisa para mantenerse de buenos alimentos, y a ser posible calientes.
Así que logré convencerla de que fuéramos a un japonés, donde pedí una especie de sopa nutritiva, y luego, fortalecido, fuimos a tomar una cerveza local en un pub local, que resultó ser una cerveza que sabía exactamente igual que la Mahou y el pub era igual que los de aquí, salvo por el hecho de que no dejaban fumar.
Tras esto caí tronchado en la cama, y a la mañana siguiente corrimos al British antes incluso de que abrieran y tras un rápido vistazo volvimos volando para Madrid junto a una familia del Opus completamente consternada (o trastornada) porque el avión no aterrizaría antes de la misa de las nueve. Hubo un momento de estupor cuando descubrimos al comandante de la nave sentado entre la familia del Opus contando chistes, pero se ve que eran todos de La Obra, y el avión estaba en manos de Dios, ¿en qué manos mejor?
He de decir que allí con mi pelo rubio estaba completamente camuflado y nos paraban a menudo para preguntarnos por calles, momento en que les decía, hablen con mi joven esposa. Sólo un inglés se esforzó por hacerse entender cuando se dirigió a mí, y fue el tipo que me vendió dos botellas de whisky de quince años cada una en el aeropuerto. En un momento en que me solté de la mano de mi mujer, cosa que evitaba hacer por si me pasaba precisamente esto, el tipo corrió a acosarme cuando estaba con las botellas entre los brazos, y tras quince minutos de diálogo en que él me hablaba en perfecto inglés y yo le contestaba en perfecto español alcancé a entenderle que lo que pretendía decirme es que podía llevarme hasta diez botellas de ese tipo a España. Ten bottles, ten bottles.
Ah, cómo derriban barreras lingüísticas el interés y los porcentajes de comisión, cómo allana el dinero todas las diferencias culturales, se llame libras o euros.
Qué hermoso es el capitalismo y la globalización.
Y qué cara de doloroso estupor se le quedó a Caléndula cuando consultó el saldo de la cuenta, momento en que la amé desmedidamente, precisamente por ser contradictoria, y también por apaciguar su dolor.
Javier Arriero Retamar
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Notas de la editora:
El monumento a Boudica, reina guerrera de la tribu celta de los icenos, se encuentra en Westminster Bridge, cerca de la noria London Eye, pero no son la misma cosa como se puede inferir del texto. Aquí se pueden ver distintas imágenes del monumento en cuestión. Para los freakies de la historia he encontrado este foro/chat/juego de rol, para (imagino) entretenerse y quizá hacer amigos (o todo lo contrario, hacerse mala sangre y labrarse enemigos).
El incendio de Londres que se menciona es el Great Fire de 1666, originado por el fuego en una panadería/tahona situada en Pudding Lane. La columna de Monument situada a unos 60 metros del lugar que ocupaba la tahona conmemora el lugar donde se iniciaron las llamas. Más info aquí. El incendio fue dos años después del inicio de la llamada Great Plague o peste negra, en cuya época más virulenta llegaron a morir 14.000 personas a la semana.
Del Finnegans Wake de Joyce, que Borges creía intraducible por el momento en castellano sólo existen traducciones parciales, entre las que las más conocidas son la de García Tortosa (uno de los traductores del Ulises a quien seguí en mi tesina) y de Víctor Pozanco. Información que sirve de introducción a la obra aquí, ejemplo de lo titánica que puede ser esta tarea aquí; una aproximación más digerible (dentro de lo que cabe) en este documento.
Más información sobre traducciones de textos de Joyce aquí.
Y si a Javier le dieron una especie de Mahou es porque pidió una lager y no una riquísima stout Samuel Smith (que por cierto yo descubrí en Madrid tras vivir dos años en La Pérfida). La próxima vez será.
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Nota final: como bien señala Simoneta, la grafía correcta de “ass” (culo, asno, persona estúpida etc) es ésta y no “ash”. Lo había dejado tal cual porque precisamente lo gracioso del personaje es que no sabe inglés y no conoce aquella cultura. Pero es cierto que hay que marcar de alguna manera la desviación de la norma y por eso ahora lo he puesto en cursiva.