Todos somos raros

En aquella universidad habí­a gente de todo tipo, altos, bajos, negros, blancos, esquimales, pakistaní­es, vestidos de saldo de mercadillo, vestidos de mercadillo por su peor enemigo, por un daltónico, por el dueño del armario de los Roper, por alguien con problemas para distinguir las tallas o para saber que la ropa en invierno debe abrigar… Personas peinadas por un jardinero, con sus plantas trepadoras cayendo de la frente, derramándose por la barbilla, adultas que parecí­an niñas (pitufas, en realidad), niñas que parecí­an niñas tratando de parecer adultas. Chicos que parecí­an chicas, asiáticos que parecían seres a punto de disolverse según caminaban y -esto sólo lo supongo- una tipa alta y grande, algo sosa en colorido, textura y actitud corporal y bastante impertinente, mirándolo todo sin parar. Pero en fin, en medio de aquella gente tan extraña, yo, persona también extraña, empecé a tomar conciencia de que estamos en la era de Acuario. Es decir: ¡es precisamente eso! Todos somos raros. No hay algo que esté bien: vestir blusa y pantalón combinando los colores y en una talla razonablemente parecida a tu tamaño, zapatos de la estación, bien hechos, y de tu talla, con la forma del puente bien hecha y sus tacones. Estudiar en la universidad con veintialgo o treinta y algo. Todos somos raros, sólo que algunos tenemos una rareza, ¿cómo decirlo?, más estándar, lo que significa más extendida en el lugar del que provenimos, ni más ni menos.

La segunda vez

La segunda vez fue completamente distinta a la primera. Disfruté más la experiencia. El lugar no era cutre -y no penséis mal, que os veo venir- sino chispeante: habí­a mucha gente y se notaba una cierta efervescencia. He visto paredes más limpias y lámparas menos rotas, pero tampoco importa demasiado.
Pero empecemos por el principio. Cómo llegar a la universidad. Pues de eso estoy hablando, ¿de qué si no? Había estado en verano y aquello me habí­a parecido tan roto y costroso como el edificio de la serie “Fama”, pero sin alumnos talentosos. Sin alumnos de ningún tipo, en realidad.
Lo peor de ir por la vida como el guiri despistado es cuando no lo eres: te sorprende haberlo hecho bien a la primera, y no te fí­as. Miras los carteles y el plano y todo está bien. No sales de tu asombro. Pero el espejismo dura poco: en el siguiente cambio te equivocas, o tardas en entender el mensaje de megafoní­a que te insta a bajar del tren porque no sé qué incidencia se ha desatado de repente, a pesar de que los carteles juran y perjuran que “this line is operating a good service this morning”. Una de las veces juro que dijeron o creí­ entender que perdonáramos las molestias pero que un desaprensivo se habí­a tirado a la vía, que no era culpa del personal del metropolitano sino de ese ”selfish act”, insistí­a mucho en lo del egoí­smo. Le faltó decir que se lo dejaba todo perdido de sangre, el “pedaso” de guarro egoísta. Si va a resultar que los de megafoní­a del metro de Londres son todos fans de Gila. O que están locos, estos britannos.

Salvada la espera y demás, en el trasbordo a la East London me toca esperar un buen rato junto a un pakistaní­ con un maletín (llevo aquí­ ya unos dí­as: las maletas y las mochilas no me impresionan demasiado ya) del que saca una bolsa de patatas o algo semejante con un insoportable olor a vinagre revenido (y juraría que también a ajo); es algo muy común aquí­, comen a todas horas, en todas partes, mayormente cosas malolientes. No es culpa suya, quiero decir, es comprensible: la comida buena es muy cara y difí­cil de encontrar. Pero, en fin, revuelve un poco el estómago.

Londres, supongo

Si es domingo veintitantos de septiembre esto será Londres, I guess. Supongo que estoy en ese momento intermedio en el que aún no estoy realmente aquí pero en el que sin embargo ya he traspasado irremediablemente la frontera del turista. Los turistas sí­ llevan dos maletas (algunos) como yo el miércoles tarde, maletas que los hacen muy visibles (sobre todo si una es roja y si ambas llevan ruedas y su conductora no tiene carnet pero es experta en poner cara de velocidad y lleva unos carteles de Materia peligrosa tatuados en la frente es lógico que los agentes de la ley camuflados de lugareños amables intervengan), y mueven a los ingleses a la compasión, te ayudan, te dan conversación (¿) pero no alquilan pisos como haré cuando mis pesquisas me permitan hacerlo, probablemente en un lugar indeterminado entre New Cross Gate y London Bridge, sin olvidarse de Canary Wharf o Greenwich (léase Grí­nich o Grénich), a pesar de las miles de trampas que me tienden, siglas demoniacas PPW (pounds per week), PCM (pounds calendar month), zonas 2 que se convierten en zonas 3 (lagarto lagarto, que al abono pasa de costarme un riñón “veintemil pelas del ala, no bromeo- a costarme los dos), cerca del DLR o del BR (respectivamente Docklands Light Railway, tren ligero de los muelles y British Rail, el tren) por no hablar del desfase de la conversión a euros, abstenerse los DSS o DDS, que acabó siendo algo sobre Disable People or whatever y yo disable no estoy aunque tampoco me siento muy entera, semiskimmed quizá, no muy entera pero mejorando, marejadilla a fuerte marejada, tendiendo a algo que no sé qué es pero que espero que sea mejor, más completo, más adaptado. De momento sólo se puede garantizar un cierto nivel en el dominio del Spanglish as you can see. Un horror lingüí­stico, pero es lo que hay por ahora. Y que está haciendo buen tiempo por aquí­. Solecito estupendo.

De palomas y Londres

Para los que llevan una madre o un padre dentro, me apresuro a contar que como bien, duermo bien y me abrigo, aunque estamos teniendo unos dí­as muy buenos, un solecito estupendo, pero yo erre que erre, que como me han dicho que me abrigue, pues yo abrigada aunque haga veintitrés grados y me caigan los chorros de sudor ;-))
Para los más preocupados por lo cuantitativo, por aquello de que son de ciencias o porque son así­ de raros (habiendo tantas letras y tantas cualidades de las que preocuparse, I mean), diré que sí­, que el cambio libra/euro no es muy favorecedor y más allá de eso aquí­ casi todo está (muy) caro pero que con paciencia y saliva todo se andará: supongo que uno se acaba acostumbrando sobrevivir sin el exfoliante de Vichy con microesferas de aceite de Jojoba, producto fundamental como todos sabemos y sin las mil chuminadas que yo acostumbraba a usar (colutorio para antes del cepillado, colutorio post cepillado, la parte contratante de la dentadura postiza y también dos huevos duros) y chuminadas, que, reconozcámoslo, ardo en deseos de traerme a mi vuelta tras las Navidades tras mi escala estratégica en mi farmacia de cabecera y en el super de la esquina, en Chamberí­ Council para más señas, porque yo, por más que me haga la existencialista, antes muerta que sencilla. Y además, ¿a quién no le viene bien perder digamos 4 ó 5 kg de cara a Nochevieja, que luego no se cabe en el traje? ¿eh? Dí­gase arqueando las cejas a la vez ;-))) Que el sobrepeso es muy malo para todo ;-)))

Malas noticias, o en todo caso, noticias-según-se-mire para los filosóficos. Debo decir que respecto al ser y el estar, el ser-en y el ser-para tengo bastante lí­o, por varias razones. Primera, bastante prosaica y bastante sabida: en inglés no se distingue ser de estar (por ejemplo se es española y se está en Inglaterra; ambas cosas son ciertas a la vez; a es cierta y b no; ambas son falsas; conteste en la lí­nea de puntos). Y respecto a lo que decí­a Heidegger de ser-en y tal, pues resulta que las preposiciones inglesas son un poco liosas (“en” puede ser “in”, “on”, “at”), eso antes de mezclarlas con verbos, es sabido que a los phrasal verbs los carga el diablo, así­ que esta parte la dejamos para el final y la contestamos por exclusión, como en los exámenes tipo test. Pero lo que sí­ tengo claro es que filosóficamente ha habido un cambio: yo era una hija-que-vive-en-casa-con-todo-hecho, con hermanos especializados en áreas muy útiles para sí­ mismos y para mí­ ;-))), que trabajaba, con su seguridad social de Trabajador Activo, su tal y su cual y ahora soy un ser-en-Londres, estudiante part-time (ahora, ni eso todaví­a, pero en fin), más o menos joven, persona más o menos desempleada y por tanto al borde de no tener tarjeta de activo (aunque con el NHS, el Insalud de aquí­, casi me da igual), persona más o menos desempleada y por tanto agobiada porque las libras no hacen más que salir de mí­ y no entran (lo que sube baja, pero lo que sale no tiene por qué entrar de nuevo, al menos en un plazo corto de tiempo; o como en la Ouija: ¡libra, si estás ahí­, dirí­gete hacia Mí­!) y persona que tiene sacar prácticamente el certificado de antecedentes penales para abrir una simple cuenta bancaria en UK, formalidad que le evitarí­a problemas y comisiones por cambio de divisa cada vez que compras cualquier cosa. Y para los anuncios de piso compartido muchas veces convendrí­a ser “prof” profesional, pero otras veces sólo admiten o es preferible ser student, y en otros casos la edad importa mucho y unos sólo quieren flatmates entre 18 y 30 años y otros sólo entre 25 y 45 y entonces basta con ponerte tu camisa de perritos para parecer de veintimuchos (y no de los treinta y pocos que ya me “adornan”) o con tirar de camisa de oficinista y cara de mendrugo (¿?) para que cuele que soy una profesional, seria y responsable muy comprometida con la limpieza y el orden de esta nuestra comunidad como dice Cuesta en “Aquí­ no hay quien viva” (serie de la televisión española) para los que mencionan entre sus intereses el diseño me agarraré mis anillos más extraños y para los que se consideran artí­sticos, lo sean o no, les pasaré por las narices mi novela, si hay que ser rapera, pues me cojo mi loro y lo enchufo a todo gas con un disco de Ton Locke, que es lo único decente que conozco en este campo y si lo que piden en el anuncio de la casa que parece la ideal es ser la mejor amiga de las iguanas ahí­ estaré yo acariciando esa piel correosa y áspera mientras me muerdo los dientes para minimizar la grima y diciendo -a la mí­a le encantan los gusarapos -¿cómo se dirá gusarapo en inglés?-, se los traigo yo misma de una charca cercana todas las mañanas.

Y para los sentimentales, aquellos para quienes lo anterior -está bien, pero tú y yo sabemos que son formas de escaquear el balance, el retrato o la impresión- (sentimentales y jugadores del “Pasa Palabra”, a fe mí­a), maneras de escurrir el bulto sobre lo fundamental ¿CÓMO ESTÁS ALLÁ EN LONDRES? ¿ESTÁS BIEN, EH?, deberé decir que a veces una se siente un poco como una paloma con la orientación escacharrada (lógico, tratándose de alguien que como yo se perdió en el Retiro una vez, de adulta, ejem..), en medio de una marabunta de palomas que sí­ saben a dónde van y que hablan (¿pí­an?) en un idioma extraño y que te empujan (miles de extraños me empujan, como dijo aquel autor tan nuestro y tan torero), eso sí­ mucho “sorry” y mucho “excuse me”, pero allí­ te quedas tú, con las plumas desordenadas, mirando como una idiota el plano del Tube y sin entender por qué no aparece esa bonita estación del British Rail a la que quieres ir (este ejemplo es una ficción; cualquier parecido con la realidad de la semana pasada o de la semana que viene es puro efecto del calendario; que el hombre se tropieza con piedras, la misma u otras, unas cuantas veces; y lo mismo la mujer; el tube es el metro y el British Rail el tren, pero es que luego hay cincuenta mil compañí­as distintas que pueden ser metro, metro ligero, animal o vegetal, zona 1 o zona 6) y perpleja porque de repente todo es nuevo y todo está por hacer y parece que tú, en lugar de ser algo sólido y con lí­mites definidos y un vector de fuerza hacia un lugar determinado fueras un conjunto de partí­culas más bien lí­quidas, más bien de color neutro, capaces de mimetizarse con la niebla o de ser arrastradas por la próxima bandada de palomas autóctonas (y algo abusadoras) hacia quién sabe dónde, como decí­a aquel. Pero, a Dios gracias, he sido acogida en un cálido nido por una paloma instructora que pí­a en ambos idiomas y que sabe muy bien a dónde ir, y me aconseja y demás. Vivimos en un soleado palomar en West Hampstead, según se coge la Jubilee Line arriba y a la izquierda, Lymington Road (Doctor Lymington, supongo) por más señas (lo digo para que se vea que mi orientación is improving), a la altura del flat X.

En fin, que (más o menos) así­ son las cosas y así­ se las hemos contado. Seguiremos informando.

Hugs and kisses, como se dice por aquí­ (aunque a mí­ todaví­a no me lo ha dicho nadie).

P.S. Para los cuantitativos: he comprado tres libros, uno por 25 libras y dos por 2 libras cada uno; todos nuevos y todos sobre tema literario. Un secador/difusor de pelo, tipo Señorita Pepis aunque la marca real es Vidal Sasoon, con sus cacharritos “sólo le faltaba traer una peluca- y con ionizador, por 19,99 libras; sólo espero que eso del ionizador no me deje el pelo electrizado como a la Bruja Averí­a, que lo que me faltaba era parecer una paloma desorientada y electrocutada.