Amanecer el primer día del Post-Madrid en South-East London resulta raro. Cuando vine a vivir a esta casa todo era nuevo y por tanto oficialmente raro. Ahora es medio raro medio normal pero los agentes de Rarezas y Puertos se han ido y también los intérpretes de enchufes de tres clavijas y volantes a la derecha, así que me tengo que apañar yo sola.
Salvando las distancias, esto debe ser como lo que pasa con los exploradores: una cosa es atravesar el mar, vencer las tormentas, desembarcar y abrirte paso entre la maleza, defenderte de los animales salvajes al tiempo que te maravillas con las cascadas, las montañas y demás, y otra cosa es construirte ahí una nueva casa con las cañas, planificar los servicios del poblado, formar un grupo humano y decidir a qué te dedicarás en lo sucesivo.
De eso se trata: ahora la novedad ha pasado a un segundo plano y uno debería centrarse en hacer las cosas bien. Y por otro lado uno empieza a exigirle más a su vida de aquí. La novedad no es lo que era, decía, pero alguna cosa nueva nos queda, tranquilidad: nuevo profe (aquí llamado lecturer y Roy para los amigos), grupo nuevo a medias (están parte de mis compañeras de antes pero ahora somos unos 20 en clase) y nueva asignatura, Ficción postmoderna. Y algunas compañeras bastante combativas, sobre todo una a la que llamaremos señorita Pepis que debe de ser americana y que se empeña en hablar muy bajito muy bajito para que ni los extranjeros, ni el profe, ni si me apuras ningún ser dotado de oído más allá del cuello de su camisa la pueda entender con facilidad. Así que mientras la tipa del pelo del mismo color que la cara: la piel blanco-rosada, el pelo blanco-amarillo, con un boli prendido del dedo filosofa sobre por qué tradicionalmente la noción de sujeto como algo coherente ha podido ser interesada y artificialmente mantenida o interesada y artificialmente silenciada (en distintos momentos parece considerar una cosa y su contraria, en mi master somos así de chulos), parte de la clase entrecierra los ojos y mueve la cabeza hacia donde ella está, como una planta hacia la luz.
Y así estamos, escuchando los susurros filosofico-políticos de Rostro pálido, chavala que vale, tiene una voz sugerente y dice algunas cosas que aisladamente, en plan cuarto y mitad de palabra, suenan bien, pero vamos, a quien un poquito de vitaminas y un volumen un poco más normal no le vendrían mal. A lo mejor su subjetividad se volvía más saludable, digo, o menos (auto) silenciada ya que estamos con eso de la noción de sujeto como algo coherente o al menos audible.
El profe, uno de los girasoles que torcían el cuello para acercarse a la alumna-luz, girasol barbado tirando a pelirrojo y especialista en literatura del Holocausto, introdujo una sugerencia en esta coyuntura, como decían (¿en Torrente?): “razones políticas”, y con ese “montaje” sonoro tan caótico (ni de la contigüidad se puede una fiar hoy en día, ¡dónde vamos a ir a parar!) ya no supe si contestaba a ser artificialmente mantenida o interesadamente silenciada, pero por lógica parecía que esta última.
Yo estaba pensando en el caso de Pessoa, en sus heterónimos y en el hecho de que el poeta portugués no creyera en la individualidad: para él, si no recuerdo mal, el individuo era una invención religiosa, todos éramos todo y él pretendía escribir el “drama in gente” (no sé portugués; seguramente no se escribe así), pero en fin, tampoco estaba muy segura de que mi percepción de lo dicho fuera exacta y además no había podido leer los apuntes por culpa del correo y de alguna torpeza mía. Pero eso ya es otra historia.
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Este post de título cinematográfico, enfoque perplejo y humor subterráneo va dedicado a Parianea.