El viernes unas amigas y yo acudimos a una charla de una discípula de Alejandro Jodorowski y ex mujer suya francesa, llamada Marianne Costa. Se trataba de la presentación de un libro coescrito por Alejandro Jodorowski y Gilles Farcet titulado La trampa sagrada de la editorial Chandra. El acto tuvo lugar en el Ecocentro, más específicamente en el restaurante del piso de abajo. Cantante y actriz, Marianne es una persona con tablas, tiene un español fluido y se desenvolvió bien en su explicación de en qué consiste su trabajo con el árbol genealógico de sus pacientes/consultantes. Esencialmente, su teoría es que gran parte de los problemas o bloqueos psicológicos de la gente proviene de su herencia familiar y que indagar en tus antepasados y sus características y relaciones te permite tomar conciencia y deshacer esos nudos mediante actos de psicomagia o simplemente enfrentando la realidad.
Debo reconocer que Marianne me cayó inmediatamente bien, básicamente porque sonreía con una sonrisa franca y había algo positivo y cálido en toda ella. También influye mi francofilia, supongo. En cuanto al contenido de lo que dijo, algunas partes eran increíbles y otras de una lógica aplastante. La cuestión es que una vez expuso lo esencial de sus teorías se abrió un turno de preguntas. La primera la hizo una de mis amigas, cosa que me alivió porque demostraba que le había interesado, y al fin y al cabo yo la había arrastrado a aquel lugar. Y después se hicieron preguntas más o menos genéricas, salvo la última persona que intervino.
Era un tipo de unos treinta años, muy moreno de pelo, anchote, de pelo descuidado y una calva central visible. El tipo preguntó si podía pedir un acto de psicomagia. Por algún motivo, la situación me hizo pensar en las demostraciones que hacen en el teletienda con cuchillos que cortan latas y cosas así o en los trucos de magia.
Marianne dijo que la psicomagia es un arte y no una ciencia, y que está restringido a su inventor, Jodorowski (para ella, Alejandro; su discurso estaba salpicado de Alejandro por aquí, Alejandro por allá; no pude evitar pensar en otros gurús homónimos), de manera que el consultante estaba en su derecho de pedir pero ella no podía comprometerse a hacerlo. Lo iba a intentar, ya que en virtud de su unión espiritual con Alejandro, con quien vivió 9 años y con quien quería formar la pareja alquímica, a veces le era posible realizar actos de psicomagia.
A pesar de todo, el tipo moreno, que se parecía bastante al hermano Urquijo más sanote (en el grupo Los Secretos) y al que nosotras veíamos de espalda porque se había puesto en primera fila, insistió en contar su caso delante de un auditorio de unas cincuenta personas. Explicó que había sido objeto de abusos sexuales por parte de su padre desde pequeño y que se sentía castrado desde entonces. Marianne le estuvo preguntando detalles, como por ejemplo si su madre era consciente de la situación, si se había opuesto y otros aspectos por el estilo.
El fue contestando demostrando que su sobrepeso estaba relacionado con su vínculo a su madre y al final Marianne fue hilando un acto psicomágico algo light que incluía pedir explicaciones a dos amigos con la foto de su madre y su padre en la cara, verbalizar el abuso, transmitir las consecuencias emocionales que tuvo, explicar cómo se sentía y luego cortar ostensiblemente algún elemento con forma fálica. Se habló de un salchichón y él preguntó con cierto tono jocoso si lo podía cortar con un cuchillo. Marianne le dijo que sí y que después le diera los trozos a un perro, por ejemplo. El acto terminó y nos fuimos a tomar bebidas orgánicas en la parte de cafetería del Ecocentro, que curiosa y simbólicamente estaba en la parte superior (deshacíamos el descenso a los infiernos del inconsciente, si uno quiere).
Estuvimos hablando de esto y aquello y transcurrido un rato, tras asegurarme de que el consultante misterioso no estaba por allí, comenté que me había parecido muy chocante la intervención del tipo. Mis amigas estaban de acuerdo en que era chocante, pero según íbamos hablando, al recordar que el chico había dicho que era actor (Marianne había apostillado: claro, quieres ser visto; los abusos tienen una componente de falta de reconocimiento, de invisibilidad y ser actor es una forma de compensar eso) y el tono jocoso con que preguntó si podía cortar en rajitas el salchichón-falo (tono jocoso que yo atribuí a un mecanismo de defensa: frivolizar su propio embarazo) se les ocurrió que en realidad a lo mejor todo era una performance de un actor, que trataba de probarse a sí mismo que era capaz de montar algo así o simplemente algo que se le había ocurrido inventarse y contar de esa manera.
Aunque su teoría era tan verosímil o más que la oficial, a mí no me convenció, porque había algo en el tipo que transmitía una relación conflictiva con él mismo (un cierto rechazo hacia su cuerpo, me pareció) y porque si realmente era actor, aquel pelo desaliñado y aquella pinta no cuadraba con un actor medio (léase problemático). He conocido a algunos actores, y pocos de ellos tienen un aspecto casual: incluso el que parece desaliñado tiene un desaliño muy estudiado, y sin embargo el desaliño de este parecía producto de la inercia y la dejadez, simplemente.
Por otra parte, sé por experiencia que la gente tiende a dejar el pudor de lado cuando trata con “profesionales” de la salud, así que si la prioridad del tipo era curarse y confiaba en la terapeuta, no era tan descabellado pensar que soltar una intimidad de ese calibre delante de cincuenta desconocidos le pareciera un precio razonable. En todo caso, tampoco las tengo todas conmigo sobre que el tipo estuviera contando la verdad. También es posible que no fuera actor y aún así se lo inventara todo.
Nunca lo sabremos -y en realidad qué más nos da-, pero en fin, resultó bastante curioso.