Con ustedes Jaime Lates, la reina del drama

Tras una semana dándole vueltas a la surrealista escena, acabo de descubrir lo que le pasa a mi atribulado profesor de Pilates. El tipo es un personaje de una película de Almodóvar, un personaje femenino posiblemente, pero él no lo sabe. Va por la vida pensando que realmente el mundo chiíta sección panaderas tiene algo contra él. Y si no decidme cómo se explica que el martes pasado entrara en clase cuando ya estábamos cuatro alumnos esperándole, estirando contra el espejo como nos tiene dicho que hagamos, y ni siquiera saludara. Yo aventuré un saludo al ver que nadie lo hacía y me contestó en voz baja. A los dos segundos, sin darnos tiempo a levantarnos del suelo ya estaba en marcha y decía, “de pie, dejar caer la cabeza despacio y después vértebra a vértebra hasta abajo” y en seguida, “erguidos, la columna bien estirada, girad la cabeza a la derecha; Mili, ¿tú fuiste una de las que subieron a protestar ayer después de la clase?”.

Aquella voz airada con el timbre de nuestro profesor salía de su boca a veces a la izquierda y a veces a la derecha y yo -todos, supongo- no entendía nada. Mili le contestó, sin dejar de mover la cabeza a izquierda y derecha, que sí había subido a protestar, “porque la coordinación…”. “Pues que sea la última vez que lo hacéis; cualquier problema me lo decís a mí”. La bronca prosiguió un buen rato, mientras estirábamos aquí y allá y movilizábamos esto y aquello y bueno al profe se ve que se le movilizó bastante la bilis y hasta la atrabilis porque de su boca salían recriminaciones incesantes que hacían pensar en una lenta combustión interna contra la tal Mili, pero estas recriminaciones se alternaban como lo más normal con las indicaciones al resto de la clase: subid la pierna derecha, derecha, derecha, respirad, “y desde luego Mili es que no hay derecho a que me venga a mí una panadera, a mí, que tengo 5 años de carrera y 2 de máster” -aquí la idea de tamaña afrenta casi le hizo perder el ritmo- “que me venga ¡a mí! a decirme cómo tengo que dar una clase. Hasta ahí podíamos llegar”.

El resto de alumnos empezábamos a entender que se había producido un incidente a raíz de una clase de aquagym del día anterior en la que nuestro profe de Pilates hacía de sustituto de la profe titular y cuyo enfoque no gustó a las alumnas titulares, especialmente a una panadera (profesión real, mote, o referencia metafórica, quién sabe; el tipo lo decía como si fuera un insulto) y a nuestra Mili, que es muy maja pero pelín sargenta, de ahí lo de Mili, de militara, y con frecuencia se pasa de asertiva y las dos actuaron en consecuencia y también entendimos que en el mundo de grandes dramas de ayer y de hoy con él de protagonista en el que vive nuestro Jaimito-Lates cuando una panadera y una tal Mili osan disentir de tu enfoque pedagógico y protestan a la coordinadora, a uno no le queda más remedio que montar el número en la primera ocasión en que coincida con alguno de los implicados, por más que sea en una clase de otra disciplina y delante de gente que no tiene nada que ver y que paga por hacer Pilates y no por presenciar escenas de Almodóvar (que en la pantalla divierten, pero en la vida real estresan bastante) y sobre todo por más que con esa ira reconcentrada que se nos gasta nuestro profe drama-queen vaya a ser imposible ningún entendimiento, pero eso sí, “respirad profundo y estirad más la pierna”.

Terminada la clase, la tal Mili nos contó lo ocurrido. Al parecer los sustitutos no se comunican entre sí y las alumnas titulares llevan varios días seguidos trabajando con aletas y pesas de la misma manera. A la panadera (que es panadera de profesión) le pareció excesivo y dijo que no lo hacía. A partir de ahí, nuestra Drama-queen Jaime Lates sacó la mala leche que ni la meditación ni el yoga ni las sesiones de abdominales le quitan y sus borderías habituales y aquellos alumnos, no acostumbrados a oírle como quien oye llover como hacemos nosotros cuando se pone así, tuvieron una clase técnicamente irreprochable de aquagym con aletas y pesas, pero cargadita de reproches verbales por parte del profesor y de malos modos.

Terminada la clase, a la panadera y a Mili les faltó el tiempo para ducharse y vestirse e ir a protestar a la coordinadora por la falta de coordinación entre los sustitutos etc etc.

Y bueno, el jueves siguiente, Mili nos prometió que no iba a abrir la boca hasta que Jaimito no le pidiese perdón (pero hasta que llegó no paró de hablar y de repetir que no iba a abrir la boca…), y nuestra drama-queen particular vino hablando con medio hilo de voz porque estaba afónico, quizá porque siguió despotricando todo el tiempo, y con cara de ofendido empezó a mandarnos estirar, “dejad caer la cabeza y luego vértebra a vértebra” y en fin, al menos al llegar a la parte de “girad la cabeza a la izquierda y luego a la derecha” no hubo gritos sino sólo una tensión soterrada que sabemos que no va contra nosotros (sí contra Mili y todas las panaderas más o menos chiítas del mundo) pero que en fin, convierte la clase en algo que no debería ser y demuestra que este chaval de treinta y dos años tiene algún tipo de trauma que le impide ver las situaciones desde el punto de vista de los demás, tener un cierto autocontrol o ser mínimamente educado. (O que tiene la edad emocional de un niño de tres años, que es lo que debe pensar la panadera; de ahí lo de Jaimito).

Esperemos que sus dos horas de meditación del sábado, con sus ritos de abrazos y amor compasivo etc le devuelvan un poco al mundo de los adultos racionales, porque si no sé de una “traductora freelander” con cara de pantalla que también se va a ver inclinada a comunicar su idea de cómo debe ser una clase de Pilates a la coordinadora del centro deportivo y en fin, espero que Jaimito Lates no tenga nada que decir sobre mi currículum académico ni sobre mis (peregrinos) trabajos o que al menos lo que diga tenga gracia (“habrase visto… una traductora freelander… decirme a mí lo que tengo que hacer…”; pues sí, hombre, una traductora “freelander” tiene mucho que decirte, por ejemplo: “gire a la derecha, turn right”; festival del humor :-)).

Qué poco le aprovechan a este chico sus lecturas de textos espirituales y sus clases de yoga y meditación, ¡pues no fue esta misma hidra con chándal quien nos recomendó el libro El poder del ahora y nos enseñó a relajarnos.

Qué dura debe ser la vida de los personajes de Almodóvar en el mundo real, sufriendo tanto en situaciones cotidianas y creando -a su pesar- escenas tan cómicas en las que demonizan a panaderas malvadas.

Los demasiados libros o cuidado con lo que deseas

Al pasar junto a un kiosco de prensa del metro mis ojos de ratoncillo libroadicto interesado (últimamente) por el fitness detectaron la palabra Pilates en la portada de un libro. Me acerqué para ver de qué se trataba y descubrí que era un pack de dos libros por 1,95 euros. Uno era de Pilates y lo firmaba Mari Wilson (una tipa muy conocida en el mundillo) y el otro, de Yoga, concretamente “El gran libro de yoga” lo firmaba Ramiro Calle (una autoridad en su campo). Interesante y baratísimo.

Así que ni corta ni perezosa le pregunté a la kiosquera si el precio era el marcado, pensando que podía ser un error o que quizá tuviera que comprarme también alguna revista. Me miró muy sorprendida y dijo: No sabía que tuviera esos libros. Pero sí, el precio será el marcado. Intervino entonces una señora, clienta habitual a juzgar por su forma de comportarse: Yo tampoco sabía que tuvieras estos libros. ¿De dónde han salido?.

-Pues fíjate que ni yo misma me los he cogido para mí- contestó la dependienta, con cierta nota de lamento.
-Quizá haya más debajo de esta pila de libros-dije, pero la dependienta anduvo revolviendo en la caja y sólo aparecieron libros de vainica doble y de los uniformes de las guerras prusianas.

Me sentí un poco culpable de haber encontrado aquel tesoro que ambas mujeres tenían delante de sus narices sin saberlo (¡y por menos de 2 euros!) porque en realidad a mí sólo me interesaba el de Pilates. Libros de yoga ya tengo un par y ni siquiera me los he leído completos, pero al fin y al cabo Ramiro Calle es una autoridad en la materia y tal y Pascual. Y además yo no tengo la culpa de tener buena vista (ya sabemos que mi oído últimamente no ha estado muy fino, sino más bien orondo y esférico). Le dije a mi Pepito Grillo particular que yo lo había visto primero y extendí mi billete de 5 euros desafiante como si fuera la hoja de un cuchillo, intentando aprovechar el factor sorpresa como los buenos estrategas, temiendo que de no hacerlo la dueña decidiera interceptar el lote de libros para ella misma o para su clienta habitual.

El truco del billete funcionó: la dependienta me devolvió la vuelta y me marché de allí sintiéndome poco generosa y nada zen (la clienta había dicho que el yoga le vendría bien, que estaba bastante estresada; podía haberle regalado el libro de Ramiro Calle. Por otra parte no conozco a muchas personas estresadas que se dediquen a charlar tranquilamente con los brazos en jarras con sus kiosqueras, sin comprar nada y con el rostro relajado, un viernes en horario laboral), pero con mis libros bajo el brazo.

Una vez llegué al curro con mis tesoros pensé que acarrear los dos libros a casa sería mucho peso y que mejor los separaba y cogía uno. ¿Pero cuál? Al quitar el plástico que los envolvía y en el que venía la etiqueta con el precio vi un catálogo de la revista Mente Cuerpo, que es quien edita estos libros. Aparecía una serie de títulos sobre temas tipo masaje, reflexoterapia, y cosas así de próxima publicación y el formato era muy parecido al de mis libros, por lo que era probable que pertenecieran a esa colección. Y según aquella publicidad cada libro de nueva publicación se iba a vender a 5,95€.

Definitivamente todo era muy raro. ¿Serían mis libros saldos no vendidos en su momento y de ahí el buen precio? Comprobé que la fecha de la etiqueta con el código de barras y demás era actual. No entendía nada, pero en fin, tampoco soy la inspectora de precios del universo, así que me puse a decidir qué libro cogía. Ojeé el índice del volumen de Pilates, y el contenido me pareció bien estructurado, pero muy parecido al de otros libros que ya he leído. La mayor parte del libro de Ramiro Calle lo ocupaban los dibujitos de las posturas y en esta fase de mi vida no me apetece ponerme cabeza abajo (y menos con los oídos aún regularcillos), sino en todo caso conocer la filosofía en la que se basa el yoga y hacer algunos ejercicios de respiración y de eso el libro traía poco.

Así que, en realidad, ninguno de los dos libros me resultaba tan necesario como para volver a casa tan cargada. Podía muy bien esperar al lunes para tener conmigo cualquiera de los libros. Y de hecho, me dije, podía muy bien esperar eternamente sin ningún problema o incluso no leer nunca ninguno de los dos.

Cómo somos los humanos, especialmente los libroadictos. Eso sí, apuesto lo que queráis a que si le llevara el libro del yoga a la kioskera para que se lo dé a la clienta habitual, ésta tardaría cinco minutos en darse cuenta de que ese libro es muy complicado, con sus filosofías raras y sus nombres ilegibles y que para su estrés mejor se toma una tila o pide cita para un masaje.

Majestades internáuticas y vuelta al cole

Tengo en preparación un post sobre fotografí­a y Berlí­n, pero como mi conexión ha decidido castigarme no voy a poder subirlo hasta que la cosa sea más fluida, so pena de hacerme vieja subiendo las fotos a pedales. Tengo también a medias otro post gráfico, que también deberá esperar hasta que su majestad Orange Banda Megaancha Divina de la Muerte tenga a bien darse por enterada de que las vacaciones se han terminado y que hay que currar.

Así­ que me limitaré a anotar brevemente que como casi todos vosotros estoy de vuelta al cole casi total y que hoy me reincorporo a mi Pilates, con ese profesor tan peculiar que va soltando impertinencias a camareras con deficiencias cognitivas y luego dedica una parte de la clase a meditación y reparto de abrazos y respiraciones al uní­sono… y bueno, así en frío pensar en Pilates tras dos meses de actividad fí­sica reducida me da un poquito de miedo escénico (léase agujetas anticipadas, pereza horrible y ganas de salir corriendo), pero iremos poco a poco y de momento me conformo con recordar bien la parada de metro en la que me tengo que bajar :-), recuerdo que me vendrá bien para bajarme mañana tempranito cuando me toque ir medio dormida a la piscina cubierta para la rentrée de natación, sin Aurora La Sabia Peluda, supongo.

¿Seguiré sabiendo nadar pese a lo mucho que he “desaprendido” en la piscina caótica de verano? ¿Me bajarán del nivel 2 al básico por desmemoria galopante? Seguiremos informando sobre estos y otros misterios de la Humanidad.

Cambio de planes

La Vera y mi semana de chikung tendrán que esperar. Resulta que este año no ha habido quórum suficiente para el taller de Chikung en la Vera extremeña al que quería ir, así­ que esas cosas tan bonitas de aprender a separar el cielo de la tierra contra un fondo de montaña verde cubierta de frutales se quedan en compás de espera hasta mejor ocasión. Coincidiréis conmigo en que aprender a hacer esas lindezas en las condiciones descritas no es comparable a hacerlas con un libro en la mano y en el Retiro (o en el parque de El Canal, el polémico complejo con campo de golf que montó la Esperancita en Avda de Filipinas, y al que le he cogido el gusto últimamente; al parque, no al golf) y con el bolso bien agarrado para que no te lo mangue el primer chorizo sudoroso que pase… Aunque creo que la zona a la que iba a ir está cerca de Las Hurdes quemadas, así que no sé realmente qué lugar es menos infernal hoy por hoy.

Mujer ancha de caderas haciendo meditación
Couleur – Pixabay

Pero en fin, como estoy en plan filosófico he encajado este revés del destino (o de la crisis económica; me comentaba el organizador del taller que los grupos hasta este año siempre se han llenado) con espí­ritu deportivo y después de patearme la Red en busca de alternativas parecidas a mi curso y tras haber encontrado cosas tipo “Yoga y bricolaje en el Pirineo”, o “Taichí­, milagros y tuttifruti de disciplinas cuerpo-mente en el Ampurdán” y además en fechas que no me terminaban de cuadrar, he decidido que puedo pasar un verano más sin conocer la tabla de los cinco animales y que una semanita de cultura por Europa no me vendrí­a mal. No concreto más por ahora, no vaya a ser que el destino se interponga de nuevo.

Y eso es todo por el momento. Me quedo con ganas de comentar sobre el equipo de natación sincronizada “abonado” a la plata, sobre nuestro velocista cordobés de mariposa que estaba destinado a fulminar los cronos y quedó tercero y sobre los nuevos bañadores de poliuretano, pero la verdad es que lo que se me ocurren son comentarios inconexos de aficionado “enteradillo”, tipo mesa de tertulianos de la tele, y para eso ya está la tele…

Aurora La Iluminada o No juzgues el libro por la portada

Este mes de julio mi clase intensiva de natación vení­a con sorpresa como los huevos Kinder. En lugar de “mi” guapo y competente Iker Casillas, al que esperaba tener, he tenido como profesora a una tipa muy peculiar, de unos cuarenta y muchos años o cincuenta, coja, estrábica y con escaso interés por los beneficios estético-higiénicos de la depilación de piernas y axilas llamada Aurora.

Bañista atlético
Mi profe de natación habitual es de este tipo (Foto de Pexels – Pixabay)

A las caracterí­sticas anteriores hay que añadir también un peculiar estilo pedagógico consistente en hacer las correcciones a voces cuando estás en medio de la piscina, con lo cual no sabes si las voces van contra ti, o bien en el borde de la piscina sin fijar la mirada en nadie en especial (por aquello del estrabismo).

La cosa es que esta misma Aurora fue la que me hizo la prueba de nivel al matricularme, hace ¿un par de años? (cómo pasa el tiempo), ¿cómo olvidar sus axilas peludas asomando bajo los tirantes de la camiseta?, así­ que tengo  sensación de estar cerrando un ciclo.

Aunque la estampa y las maneras de Aurora apabullan, al mismo tiempo es una de las mejores profesoras que he tenido: tiene un ojo clí­nico y dedica el tiempo a machacar los fundamentos, que es lo que casi todo el mundo sigue haciendo mal, por mucho que estés en el nivel 2 de natación y que nades muy rápido. De hecho sus clases parecí­an una adaptación hispana de las carí­simas y sofisticadí­simas clases de natación-Técnica Alexander de Steven Shaw, un nadador profesional inglés y profesor acreditado de Técnica Alexander. El tal Shaw, con su pulcritud extrema y su cabeza rapada, y sus indicaciones detalladas en un inglés impecable y cortés, está en las antí­podas de Aurora en el aspecto y en la gama económica de los cursos, pero en realidad el enfoque es muy parecido, más allá de las formas castizas de nuestra peluda profe.

Sea como fuere, Aurora nos ha tenido el mes aprendiendo a flotar boca arriba y boca abajo (increí­ble lo mal que flotamos) y a deslizarnos, ha insistido mucho en la importancia de estar relajados para nadar, mantener el cuello suelto (como si fuera una experta en Técnica Alexander) y en respirar con soltura. Casi todos los alumnos tienden a nadar de forma acelerada por la creencia errónea de que si no lo hacen, se hundirán; más concretamente, que las piernas se hundirán. La cosa es que en una piscina es realmente difí­cil no flotar, sobre todo si eres mujer (el tejido adiposo es menos denso que el músculo y por tanto flota más) pero con frecuencia parece que lo olvidamos.

Chica nadando en piscina
Daniel Perrig – Pixabay

Uno de los dí­as, como si fuera persona del circo, y nosotras sus aprendices, Aurora nos hizo ilustrar un antes y un después de la relajación: nuestros “muertos” más o menos dubitativos y renqueantes cambiaban radicalmente en cuanto relajábamos realmente el cuerpo: muy pronto emergí­a la tripa y después los pies. En algunos casos tuvo que sostenernos por los hombros y el cuello hasta lograr que la aspirante a “flotarina” relajase del todo cabeza y cuello. Y en lo que a mí­ respecta me resultó curioso ver que floto mucho mejor boca abajo que boca arriba, simplemente porque yendo boca abajo tengo sensación de controlar la situación porque veo lo que tengo delante, mientras que al flotar de espaldas me inquieta lo que pueda haber unos metros más allá. Siempre habí­a pensado que era mucho más fácil flotar boca arriba por aquello de la respiración y porque la espalda es lo más parecido a una tabla que tenemos… En todo caso, en el momento en que te das cuenta de lo que ocurre te resulta mucho más fácil corregir lo que hací­as mal. La cuestión es recordarlo todo el tiempo.

Y respecto a Aurora, supongo que su cojera le ha supuesto la necesidad de aprender a nadar y a coordinar sus movimientos de forma mucho más consciente y razonada que los atletas naturales como Iker Casillas, y que se ha acostumbrado a ser más analí­tica y a fijarse mucho más en los fundamentos de la natación que otros monitores más dados a la sonrisa y a la mera aplicación de tablas.

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El tí­tulo de este post no emplea un español demasiado ortodoxo. Una opción más normal hubiera sido “Aurora La Iluminada o Las apariencias engañan”, pero me apetecí­a meter la expresión inglesa “Don’t judge a book by its cover” (cuya traducción literal serí­a “no juzgues un libro por su portada”) porque me hace gracia disponer de una frase hecha o idiom basada en el mundo editorial.

Para que os hagáis una idea del margen de presupuesto en el que se maneja Steven Shaw, el profe sofisticado de natación basada en la Técnica Alexander del que hablaba, un taller de un dí­a para aprender a nadar a braza (unas 8 horas, que incluyen los descansos) cuesta 150 libras cuando a mí­ todo el mes de julio, nadando 3 dí­as 45 minutos me ha costado unos 35 euros…

Si andáis acalorad@s daos una vuelta por este link o por éste a ver si os refrescáis un poco. El segundo enlace tiene una animación gusanil de un nadador haciendo mariposa que a mí­ me hipnotiza…