Leer perjudica seriamente la salud mental

Me había pasado la tarde del sábado mirando en internet en qué consistía eso de ser pronador, así que la mañana del domingo, al comprobar que la algarabía de la calle correspondía a puñados de corredores con sus petos amarillos sacudiendo brazos y piernas, en lugar de fijarme en las distintas formas de correr o en las diferencias de altura y anchura de los atletas o en su velocidad como suelo hacer sólo pensé “hordas de pronadores y supinadores”, “¿cuántos serán de cada tipo?” y sobre todo “¿llevarán las zapatillas adecuadas?”.
Creo que esta dieta analítica que tan bien le sienta a mi cuerpo está haciendo estragos en mi mente. Ahora en los restaurantes ya no veo menús más o menos suculentos sino una lista de hidratos de carbono, proteínas y verduras más o menos ocultos, combinados con productos que uno no sabe si son tubérculos (que no puedo tomar), pero en fin, todo sea por la salud y por la “operación bikini”.

Aguas defectuosas, bikinis rebeldes y caos

Una piscina pública de verano en una ciudad del interior es la máxima entropía. Una playa muy concurrida también lo es aunque en menor grado, porque al fin y al cabo la parte que tiene de naturaleza impone un cierto orden (natural): es natural que haya arena, es natural que haya olas, es natural que haya peces, y esta naturalidad (contaminada, si se quiere, asfixiada por la urbanización salvaje en las zonas costeras incluso) compensa en cierta manera todo lo demás, mientras que en una piscina pública en pleno agosto y en pleno Madrid todo es accidental o artificial o entrópico.
Estas cosas pensaba yo mientras trataba de encontrar un hueco para mi toalla y mi mochila bajo un sol de justicia en la piscina de El Canal un día cualquiera de la semana pasada. Me habían dado el número 13 a cambio de mi percha con ropa, pero como no soy supersticiosa no lo tomé como un presagio de nada. Extendí la toalla sobre el suelo, la crema sobre la piel y mi cuerpo sobre la toalla (la teoría lingüística comparativa dice que en español las partes del cuerpo o el cuerpo en sí no precisan de adjetivo posesivo; será entonces que me habrá poseído el espíritu del Espanglish). En seguida el bikini se puso a tono con la entropía del lugar y decidió descolocarse cada pocos segundos y hacer surgir de la nada unos michelines que yo nunca había tenido y que por supuesto no se correspondían con cierta fijación con los gusanitos y los helados. Por más que estirara y recolocara aquella cosa no había manera de disimular esas extrañas incorporaciones, así que aplicando mis conocimientos anatómicos sobre medicina china, meridianos y demás, decidí que lo mejor era permanecer tumbada. Vuelta y vuelta, mano a mano con el bikini y surge en escena el humo de la tipa de al lado. Huyendo del humo me tiro al agua sin gafas y sin gorro y sin tapones sintiéndome rara o poco preparada porque durante nueve meses al año no entro a la piscina sin ninguno de esos elementos. El agua no escuece demasiado los ojos pero al pelo le va la entropía y me ciega. La parte de arriba del bikini no combina bien con un estilo de natación vigoroso, por más que sea un bikini Speedo (de los que la FINA nunca prohibirá), o quizá es que me lo he atado mal y tengo que reprimirme las ganas de recolocarlo cada tres segundos porque así no hay quién nade y menos en medio de los adolescentes chillones, los niños tirándose a bomba y las parejitas besuconas que surcan el agua. Menudo estrés, así no hay quien se relaje para flotar bien.
Descubro que han aislado dos calles mediante corcheras supuestamente para nadar. Ilusa de mí, o gobernada por una nube de neuronas entrópicas, intento nadar por una de ellas, hasta que me rindo a la evidencia de que lo no puede ser no puede ser y además es imposible: la gente ha interpretado que las corcheras son para jugar, saltar sobre ellas, bucear bajo ellas o para hacer vida social.
Abandono la zona de nado y nado un poco por la zona de no nado. Esta agua es defectuosa, algo le pasa, me digo, porque no termino de sentir que floto bien, porque en cuanto doy cuatro brazadas deja de cubrir o aparece alguien o me tropiezo con objetos flotantes no identificados de tacto inquietante.
Salgo de la piscina y me tiendo junto a la tipa fumadora. De nuevo inicio las negociaciones con la rebelde braga del bikini que va por libre y cuando consigo una tregua me relajo. Empieza a hacer demasiado calor, así que es hora de otro chapuzón. Esta vez pienso ir preparada: me hago una coleta y me pongo las gafas. He ajustado mejor la cuerda del bikini, de hecho creo que el nudo me va a perforar una vértebra cervical, pero me digo que no se puede tener todo en la vida. Una vez en el agua, descubro que las gafas no eran tan buena idea: con una visibilidad casi perfecta bajo la intensa luz del sol no puedo evitar ir haciendo inventario de las sustancias flotantes que habitan el agua: la cantidad y la variedad de esta fauna acuática me da vértigo o quizá el vértigo lo produce el chaval que se tira en bomba a escasos centímetros de mi cabeza o la chavala que ha decidido bucear debajo de mí y de las sustancias en suspensión o el anciano que hace largos nadando de espaldas pasando por encima de lo que se le ponga por delante (y por supuesto no flotando en absoluto y haciendo mal el barrido de los brazos).
En cuanto decido dejar de hacerme mala sangre por las cosas que no me permite hacer este extraño entorno piscinil y ponerme a explorar las que sí me deja, como bucear un poco o mejorar la patada de braza, surge una voz por megafonía que nos informa de que son las 8 menos veinte y que esa voz del más allá nos agradecería que nos fuéramos para evitar aglomeraciones y bla, bla, bla. Obedezco al rato porque total, quién querría luchar para defender su derecho a estar un rato más en este charco superpoblado y caótico.
La versión supuestamente inglesa del aviso me hiela la sangre: una especie de pitufa de voz nasal y acento tirando a marciano masculla que please nos vayamos en el “established time” y otras cosas. El acento es extraño pero lo que más me extraña es que diga “Attention please” en lugar de “Your attention, please” que es como yo creo que debería empezar su anuncio, pero con tanta confusión como la que reina en este lugar ya no estoy segura de nada. Miro el reloj grande de la fachada y veo que en él son las 6 y media. No entiendo nada, porque recuerdo que compré la entrada poco antes de las siete con el temor de que a esas horas no me dejaran entrar, pero en fin, se ve que no tienen problema en venderte una entrada a las siete menos diez y luego echarte del agua a las ocho menos veinte. Y que tampoco tienen problema en tener un reloj con la hora equivocada.
Mi bikini rebelde y yo nos quedamos secándonos al sol hasta las ocho menos cinco y después regresamos a un mundo donde reina un cierto orden, las zonas dedicadas a una función se respetan y los relojes, a veces, marcan la hora real y uno puede desplazarse sin miedo a que le caiga alguien sobre la chepa o a que alguien le aparezca por debajo.

[este post es una redifusión de otro publicado en 2009]

Una casa con tu nombre

En este momento, en el lugar preciso en que usted se encuentra, hay una casa que lleva su nombre. Usted es su único propietario, pero hace mucho tiempo que ha perdido las llaves. Por eso permanece fuera y no conoce más que la fachada. No vive en ella. Esa casa, albergue de sus recuerdos más enterrados, más rechazados, es su cuerpo.

Thérèse Bertherat, Las razones del cuerpo; pg 11. Paidós;  Barcelona.

La francesa Thérèse Bertherat creó la antigimnasia en París hacia 1976. Este libro cuenta la génesis de este enfoque cuerpo-mente, con una prosa precisa, muy expresiva y con fuste narrativo (aunque el libro es un ensayo).

Ermelinda, la ballena ilustrada

La ballena Beluga estaba allí­ en mitad de la pantalla plana de cuarenta pulgadas, enfundada en su bañador rojo de David Meca. Habí­a llegado hasta aquel rincón cercano a Aravaca aquella mañana de sábado en transporte público, primero en metro y luego en metro ligero (el metro de la Espe), vestida de civil y con una mochila al hombro. Yes we can (que diría la Espe con su inglés del todo a cien). Las ballenas beluga también podemos usar el transporte público…

La cuestión es que la beluga humana no nadaba mal, pero tampoco bien y justo ahora el profesor de raro acento explicaba que la mano entraba en el agua a las 3 cuando tení­a que entrar a las 4, se lo contaba a la propia beluga allí­ presente, sentada en su silla y blanquecina y curvilí­nea bajo su ropa humana; “la mano hay que corregirla, pero hay que ver qué bien flotas” había dicho; es lo que tiene ser ballena, pensé para mí. En mi calidad de ser hí­brido humano-ballena y persona con poca imaginación espacial no terminaba de entender aquello de no meter las manos a las 3 sino a las 4 pero recordaba haber oí­do comentar al profesor algo de que si fuéramos un reloj, pero para qué quería yo ser un reloj, bastante tenía con ser una ballena beluga en esta mañana fría de sábado y con tener que soportar en aras de la ciencia y de la técnica ver mis michelines en primerí­simo primer plano en una pantalla de 40 pulgadas delante de testigos y detenidos en pause por si acaso a alguien se le habí­a escapado algún matiz de michelín (¿qué le costaría al profesor avanzar un poco la imagen para pararme en una estampa menos desfavorecida?).

Como teorizar es gratis y al parecer resulta tentador para especies diversas hasta a la propia beluga se le habí­a llenado la boca de mamí­fera marina diciendo que no tení­a importancia que nos fueran a grabar desde el borde de la piscina y desde debajo del agua, que lo importante era mejorar y que el posible golpe al ego que pudiera suponer verse en la grabación era lo de menos porque ahí­ todos veníamos a aprender y bla bla bla glub glub glub. A la hora de la verdad, la realidad era muy otra y según se sucedían las escenas en la pantalla plana, la aplicada ballena zen se esforzaba por respirar profundo y dejar los músculos sueltos pero el cuello se agarrotaba y el trapecio se afilaba mientras el profesor aparentemente ajeno a la tensión de la mamí­fera retratada iba desglosando errores: el eje de la cabeza debe ser prolongación de… Como no consiguiera relajarse un poco -se decí­a la ballena filosófica- las sesiones de piscina de la tarde se iban a complicar. La relajación era imprescindible porque para maximizar la flotabilidad era imprescindible dejarse soportar por el agua y para eso habí­a que estar relajado. El frí­o de la piscina tampoco facilitaba la tarea de relajarse, hay que añadir. Y es que esta ballena era más del Mar Caribe que de este remedo de Polo Norte que vendí­an como piscina climatizada…

Continuará (creo).

Eclécticos

Llamadme rara si quereis, pero me encuentro de un humor curioso, tirando a optimista, por cosas tan raras como la noticia de que Berlusconi ha perdido la inmunidad y la de que Amazon lanzará por fin el Kindle (un dispositivo para leer libros electrónicos) en España en un par de semanas.

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